Follas Novas

Rosalía de Castro

Ôs señores da Xunta Directiva e mais individuos que compoñen a Sociedade de Beneficencia d’os Naturales de Galicia n’Habana

Un sentimento de gratitude faime oxe dedicarlles este meu libro. O dia en qu’os fillos de Galicia levaban á cabo n’Habana un d’os seus mais groriosos feitos (permitaseme chamarlle así, porque tal o creio); o dia en qu’entr’o aplauso de todos, fundouse en tan lexana rexion a Sociedade de beneficencia d’os naturales de Galicia, houbo quen quixo santifical’ô seu modo volvendo pr’a sua patria os ollos y o corazon, unindo n’aquela obra de patriotismo o recordo d’un libro que foi tamen o esaltado fruto d’amor ô noso país.

O xuntar ôs nomes d’os fundadores d’a Sociedade, o d’autora d’os Cantares Gallegos (cousa que lles agradecin por que me via así unida â obra de caridade mais grata ô meu corazon) xa sey que non foy mais que como un-ha espresion d’amor pr’a patria ausente, qu’eu cantara xa que non en bós versos, ô menos en versos afertunados. Séino ben; mais non por eso deixo de ter n’o que val aquel recordo, e de crêrme obrigada á dar á esa Sociedade un-ha púbrica moestra d’o meu agradecemento, xa que púbrica foy tamen a proba d’estimacion que â sua vez me deron n’aquel dia os meus paisanos n’Habana.

Reciban pois a dedicatoria d’este meu novo libro: trata d’as cousas d’a terra, e vay escrita n’a nosa lengoa. Recíbana, non pó-lo que val, sinon pó-lo que significa.

Rosalía Castro de Murguía

Socia honoraria da Sociedade de beneficencia d’os naturales de Galicia n’Habana

Santiago 23 Febreiro 1880.

Prólogo

Por Emilio Castelar

Nada me complace tanto en la vida como recorrer las regiones que componen el territorio de nuestra España y contemplar los monumentos que despiertan la memoria de nuestros padres. Los tiempos pasados se avivan y resucitan en el escenario donde sus tragedias sucedieron. El alma de los muertos vuelve, á los conjuros y evocaciones del recuerdo, como para buscar el orígen de venturas ó desventuras trascendentes á su nombre en el mundo y á su reposo en la eternidad. Enseña más sobre el destino de Roma un paseo por la Vía Apia, bordada de sepulcros, que un estudio de los libros de Tito Livio y de Tácito. Cuentan más historia de España las piedras mudas de la catedral de Toledo, que las páginas grandilocuentes de Mariana y de Mendoza. Los campos de Montiel llevan aún la maldicion del fratricidio de los Trastamaras; las ruinas de Poblet, cubiertas de ortigas, guardan aún las sombras augustas de los reyes de Aragon; las alturas del puerto de Muradiel revelan á los ojos mas vulgares las glorias á ellas unidas como la luz á los soles; el pico de Monserrat refleja las retinas de los navegantes catalanes del Mediterráneo, que lo saludaban arrobados en sus fabulosas expediciones al Oriente de Europa; las rejas de Granada parecen el poema de la guerra santa y de la reconquista nacional, y apénas hay un rincon de la Península donde los espectáculos de la naturaleza no estén realzados por las grandiosas escenas de la historia.

En mi calidad de historiador he contemplado mil veces los escenarios principales de los hechos históricos, y no he visto, sin embargo, aquellos donde nuestras crónicas modernas comienzan, y la fuente de nuestra vida nacional brota, y el poema de la reconquista se inicia, y el habla española balbucea sus primeras palabras, y el grito de Dios y libertad resuena, y la capilla de Covadonga señala como la letra inicial de nuestras victorias, y el astur y el galáico hacen retroceder al árabe abortado por los desiertos hácia el Mediodía y al normando abortado por los mares hácia el Norte; y por do quier, así en los primitivos dialectos de incomparable dulzura como en las iglesias románicas de indecible severidad, se sienten aún los vagidos de nuestro espíritu y se tocan las tablas de nuestra cuna; ¡ah! no he visto, decia, ni Astúrias ni Galicia.

¡Y cuántas veces héme fingido estas tierras en mi imaginacion y he tratado de resucitarlas y de describirlas tales como las veia interiormente! Sobre todo, esa extraña y desconocida Galicia me llamaba con sus innumerables atractivos y aparecia verde y húmeda, ceñida de espumas oceánicas, tapizada de inacabables prados, llena de colinas en cuyas alturas sombrea el bosque y á cuyos piés brilla la floresta, esmaltada por sus rias y por sus puertos semejantes á tranquilos lagos, cubierta de castañares y de naranjales, con sus mares verdes y sus horizontes recamados de arreboladas neblinas, como una especie de Escocia meridional española, muy apropiada, cual la Escocia británica del Norte, á la poesía, y al cántico, y al sentimiento de la naturaleza.

¡Y será de ver aquella catedral, á la que volvian sus ojos los moribundos en toda la Edad Media, é iban, hasta del seno de la Bulgaria y de Rusia, los peregrinos en gran muchedumbre á ganar el perdon de sus culpas con poner los labios en las losas de su pavimento! ¡Y el alma se quedará extática en su puerta de la Gloria pintada de tantos colores y entre cuyos iris, semejantes á los matices de la oracion, y entre cuyos dorados, semejantes á los resplandores de inmaculado éther, revolotean las innumerables figuras como místicas mariposas venidas de las flores del cielo, y surgen las estatuillas como mensajeras encargadas de elevar á las alturas celestiales las constantes aspiraciones que á lo infinito siente en su eternal carrera nuestro pobre y oscuro planeta! ¡Cómo caerán las sombras por aquellas recatadas capillas, antiguo albergue de las peregrinaciones y término santo de largo y proceloso viaje! ¡Cómo resonará por aquellas bóvedas el grito que los guerreros han proferido en Clavijo, en Calatañazor, en las Navas, en Tarifa; el grito que invocaba al Apóstol y lo traia al frente de nuestros ejércitos en su blanca cabalgadura apocalíptica! Jerusalem, Roma, Compostela, eran por aquellos tiempos de fé como las tres gradas espirituales por donde la pobre humanidad podia subir hasta ver frente á frente las tres personas de la Trinidad Santísima.

Y después de haberse confortado el ánimo con estos santos recuerdos, ¡cómo se comunicará con la naturaleza! Ya sé por experiencia que no puede pedírsele al Norte el color de nuestras tierras meridionales y la línea inflamada que rodea como de una aureola esplendente las aristas de la Giralda y las estrías del Parthenon. Ya sé que nuestro paganismo clásico, nuestra forma plástica, nuestro relieve escultórico, los secos torrentes en que la adelfa se corona de rosadas flores y la palma se cimbrea al soplo abrasador del simoun, jamás se encuentran en los campos eternamente verdes que el Océano riega con sus evaporaciones contínuas y con sus lluvias benéficas, y que la niebla envuelve en sus velos de gasa. Pero será de ver el campo tranquilo, como los idilios de Teócrito; el prado á la contínua reverdecido por una primavera perpétua; los bosques de frutales, cargados con las abrillantadas frutas; las colinas, donde en libertad crecen toda clase de arbustos; entre los altos robles y castaños el antiguo campanario de la aldea; por los hondos valles la cabaña con su establo y el establo con sus vacas á la puerta; serpenteando en varias direcciones la ria serena y trasparente, llena de barcas ligeras que contrastan con las pesadas carretas, y trabajando sin descanso los campesinos de ambos sexos, seguidos de sus innumerables chicuelos que entonan á una en coro esas sonatas y cantares, cuyos aires se han elevado en las composiciones de los primeros maestros europeos, lo mismo en la sinfonía pastoral de Beethoven que en la tierna Sonámbula de Bellini, á expresion clásica de la felicidad campestre. Galicia tiene pintores, que excuso nombrar, capaces de darnos idea tan clara de su tierra como los pintores malagueños nos la han dado de una merienda en la Caleta ó los pintores sevillanos de un baile en Triana.

Inútil buscar en las composiciones gallegas una sombra como de azabache junto á una pared cuya cal semeja al alabastro; la luz llega, cernida por tantos vapores como hay en el aire y amortiguada por tanta vegetacion como hay en el suelo, dulce, á guisa de caricia gallega, sin rebotes hiperbólicos, sin reverberaciones metálicas á los ojos, que pueden recibirla y gozarla en una placidez inefable. Bajo los seculares árboles de ramas bastantes á cubrir una plaza; en cercados floridos y olientes á madre-selva; sobre alfombra natural, y aunque natural mullida y blanda, el gallego, cubierto con su montera y ataviado con sus calzones y su chaqueta de paño oscuro que chapillas de plata abotonan y adornan, baila en compañía de la hermosísima gallega, en cuya cabeza flamea el pañuelo de colores realzado sobre el primoroso dengue y el oscuro zagalejo de estameña, y en cuyo cuello relucen sobre la blanca camisa los varios collares; y así, trenzan, al son de su gaita, una de esas danzas iguales á su música, por tristes, por amantes y por voluptuosas.

Lo cierto es que esta tierra, falta de calor, inspira á sus hijos una pasion tan encendida que raya en fanatismo. Ni el catalan, que se cree ciudadano de perfecta nacionalidad; ni el andaluz, que habita la region más privilegiada y más poética de España; ni el valenciano, bienhadado en sus asiáticos jardines; ni el vigoroso aragonés aman á su patria como la ama el gallego. La sombra de sus árboles, el dejo de su agua natal, los mendrugos de su pan de maíz y de centeno, las maderas de su establo, el olor de sus vacas, el espacio de su Municipio, el tañido de la campana que toca la oracion al anochecer, la melodía de su zampoña, el cantar de su alborada en tales términos se imponen á sus sentidos, á sus sentimientos, á su conciencia, á toda su alma, á todo su sér, que al arrancarle de allí le desarraigan, como si fuera un árbol, y dobla el cuello, y pierde la gana, y apaga la mirada, y desmaya de fuerzas, y decae de color, y olvida el habla, y siente una tristeza tal en todos sus afectos y un dolor tan agudo en todo su cuerpo, que concluye el infeliz por la muerte. Hay razas de tal suerte unidas con su tierra, que al separarlas separais los dos términos de una entidad, el alma y el cuerpo, y concluís con su existencia. La mayor parte de aquellos suicidios de pueblos, como los de Numancia y de Sagunto, que tanto nos maravillan, se explican por el apego al suelo natal, fuera de cuyo aire no pueden respirar ni vivir. Existen razas nómadas como las razas invasoras del Norte, llamadas por una vocacion interior al movimiento, desasidas del suelo, juntas con su caballo y con su carro que las trasportan de uno á otro territorio, las cuales se engendran en una region, nacen en otra, viven de contínuo viaje, mueren sin saber el pueblo donde han nacido, y cambiando de creencias cual cambian de patria, tienen la vocacion de las emigraciones y de las conquistas, por cuyo terrible poder suelen renovarse las sociedades humanas, de igual suerte que se renuevan los aires por las tempestades y por las inundaciones los campos. Pero en cambio hay otras razas á quienes jamás separaríais del territorio donde nacen y que se pegan á él como la carne al hueso. Estas son las razas que padecen el mal del país, llamado en griego nostalgia, mal horrible que termina casi siempre por la muerte. Y parece que la fatalidad lo quiere. El gallego se vé obligado, por la densidad de la poblacion y por la tristeza del suelo, á las emigraciones constantes. Imaginaos cuál será su pena cuando trasponga la línea del horizonte sensible y deje tras sí el campanario de la iglesia parroquial en cuyo regazo ha crecido su alma; el cementerio donde yacen sus mayores, con cuyos huesos se mezclan las raíces de la vida; los hogares que han cobijado los afectos y las pasiones, á cuyo impulso se ha reunido la sangre y ha amasado la carne del corazon. En ningun punto del mundo donde vaya volverá á ver la zagaleja que, con la mano puesta al oido, la cabeza movida á un lado y otro, los ojos fuera casi de las órbitas cual si buscara y no encontrara el sér amado, entona la triste cancion correspondiente á la serenata andaluza, cancion parecida, en su larga y triste cadencia, bien á un arrullo de amor, ó bien á un suspiro de muerte. Y se comprende, se comprende perfectamente que al abandonar todos estos lugares, indisolublemente unidos á todas sus pasiones, desfallezca y muera. Y esta tristeza del alma se refleja en su poesía, que es verdaderamente una poesía melancólica del corazon.

Así tiene los caractéres de la poesía del Norte, la vaguedad y la profundidad. La naturaleza se refleja en la conciencia de sus bardos como se reflejan los objetos en los poemas osiánicos. La estrella que luce entre las primeras sombras de la tarde; el vapor que asciende del oleaje de los mares á formar las nubes; los vientos huracanados que se estrellan al pié de la roca vestida de pinares; las yerbas de las colinas que ondean y se pliegan al beso de los céfiros; el torrente que se despeña espumoso entre los riscos; la luna coronada de nieblas, que dan mayor palidez y mayor misterio á su faz; la caverna llena de aves nocturnas, cuyos gritos se confunden con el toque de las ánimas, dan á la poesía gallega mucho del sabor que tienen los cánticos de aquellos pueblos obligados por su latitud y por su clima á encerrarse dentro de sí mismos, y relacionar los fenómenos del universo con los afectos y las ideas del alma.

Su lengua, sin embargo, por la riqueza de combinaciones vocales, por la dulzura de las consonancias, por la copia de rimas, por la variedad de metrificacion, por la onomatopeya de sus palabras, relaciónase con todas las lenguas meridionales, pues al oirla diríais que estais oyendo el italiano, el provenzal, el lemosin, cualquiera de las lenguas habladas á orillas del Mediterráneo y compuestas por las relaciones y el comercio de aquellos pueblos, que sobre un fondo heleno-latino ostentan esmaltes y relieves por el movimiento natural de la sociedad sobrepuestos y realzados. Á estas calidades reune un candor, una sencillez, un sabor arcáico que muestran cómo se ha cultivado principalmente en la Edad Media, y luégo, cuando la nacion se formó en el siglo generador de los grandes Estados, ha tenido que ceder la palma á la gran lengua del centro, á la lengua castellana. Galicia, ménos abierta naturalmente á las irrupciones de extranjeros pueblos que el Mediodía de España; ménos helena y ménos árabe, pues ni una ni otra raza han ejercido en las orillas del Atlántico el poder que en las orillas del Mediterráneo; romana, muy romana durante el Imperio, y después de la irrupcion germánica esencialmente sueva, tiene una complexion más determinada y una tradicion más seguida que el resto de las provincias españolas. Su habla, pues, debe ser el latin romanceado por los suevos, como el habla castellana el latin romanceado por los habitantes del centro. Sea de esto lo que quiera, existe una hermosa literatura en Galicia. El mayor de nuestros escritores y de nuestros sabios en la Edad Media, el Rey D. Alfonso X, escogió el gallego para cantar loores á la Vírgen Madre, y el gallego ha inmortalizado los amores y los duelos del popular Macías. Y si examinais el conjunto de esa literatura, encontrareis que tienen sus poetas algo de la escuela de Suabia, tan encarecida y alabada en Alemania por la fluidez de sus rimas, unida á la profundidad del sentimiento y de la idea.

Si la literatura gallega no tuviese ningun otro libro más que las Follas Novas de Rosalía Castro, bastábale para su lucimiento y para su gloria. Puesto que la poesía es, como todo arte, la idea sentida con profundidad y expresada con hermosura, digo que no conozco quien sienta más y exprese mejor. La ternura se mezcla con la tristeza, la luz con el misterio, la inspiracion y el estro con la verdad, formando un conjunto de tal suerte nuevo y original y suyo, que no se cansa de admirarlo el entendimiento, fatigado por lo convencional y arbitrario de artificiosas escuelas que se empeñan en resucitar lo pasado, muerto para siempre, ó ya en repetir pasiva y fotográficamente la impura realidad. Rosalía siente y sabe expresar lo sentido. Su alma no liba la poesía en lo grande, en lo inmenso, en lo infinito; como la violeta, gusta de las sombras y exhala su aroma con tal humildad que excusa como grave falta el propio mérito. Pocas veces he visto expresar como en la composicion titulada Vaguedás esas visitas de las inspiraciones varias, nubes sin formas evaporadas del corazon á la mente, y que suelen unas veces arrebolarse en las tintas de la idea, y otras veces enrojecerse en el relámpago de la pasion. Así pregunta por qué escribe y no sabe cómo responder á esta pregunta. Pues en tal ignorancia se encuentra el secreto de la verdadera vocacion poética. Quien canta sin voluntad, obedeciendo á movimientos del sér como obedece el arpa á la mano que la tañe, y expresando ideas instintivas presentadas de súbito á la mente, más por sobrenaturales revelaciones que por la interior reflexion; quien hace eso ha recibido del cielo el don de la poesía para traerlo y depositarlo entre los abrojos de la tierra.

Teniendo este don, no podia ménos de tener con él profunda melancolía. Redentores y no llevar corona de espinas; profetas y no sentir las epilepsias de la admiracion; sabios y no consumirse en el calor de la retorta donde surgen nuevos elementos; héroes y no desposarse con la muerte; poetas y no padecer con todos los que padecen, y no llorar con todos los que lloran, y no sentir la nostalgia de cielos misteriosos, ¡ah! es completamente imposible. Rosalía está triste, y la tristeza rodea de aureola mística sus sienes, y la tristeza se plañe en todos los acordes de su lira. Así no podeis ménos de llorar cuando se despide de sus prados, del cláustro donde tantas veces ha gemido; de los montes negros, plateados por la alborada que brilla en el Sar y en el Sarela; de las pardas torres metropolitanas destacándose en las inciertas lontananzas; y al decirles adios, considera que esto permanecerá perenne, inmóvil, perdurable, miéntras los que se creen inmortales superiores á todos los mencionados objetos, eternos como las almas, cada dia darán hácia la muerte un paso y dejarán en las tortuosidades del camino alguna ilusion ó alguna esperanza. Conozco pocas emociones más magistralmente dichas que la despertada en su corazon por el interior de la catedral de Santiago. Se oye rezar á los viejos y á las viejas los padre-nuestros; se ven los rayos últimos del sol en su ocaso penetrando por las vidrieras de colores y descomponiéndose en las brillantes sartas de las arañas; se siente el terror que la sobrecoge cuando al plañido de los campanarios vé las almas en pena pintadas por los altares, y las cabezas de los santos moviéndose como para contarse algun misterio unas á otras; se pregunta, por fin, al poder de la evocacion, si aquellos rostros de las estatuas tienen alma, y los labios de piedra palabras, y los Arzobispos y los Obispos, tendidos sobre las losas, fuerza para levantarse de sus lechos frios como el mármol y pedir perdon á los crucifijos, iluminados por las dudosas lámparas, y la Soledad lágrimas para llorar los dolores de su divino Hijo y la eternidad de nuestros pecados. No acierto á expresar cuánto me conmueven los pensamientos poéticos por Rosalía consagrados al cementerio, á la ermita, al enterramiento, á la mezcla de la religion con la muerte. Creeríais sus ideas florecillas brotadas en los sepulcros. Caen sobre el alma con la lánguida tristeza de las ramas del sáuce y huelen á ciprés. Hace bien la poetisa cantando esos abismos insondables donde concluye el frenesí de nuestra vida y pára el movimiento vertiginoso de nuestra desatentada carrera. Yo nunca he visto sin conmoverme una iglesia en los valles de mi tierra. Una iglesia, único ideal del pobre pueblo, á quien el arte se aparece bajo la forma religiosa; nave mística, poblada de santos que interceden por nosotros y circuida de muertos que esperan su resurreccion; faro luminoso, encendido sobre los escollos del mundo y que proyecta su luz en las profundidades del alma, luz solitaria, la cual se nos aparece como estrella misteriosa en el dia de los tormentos; arca que flota en el diluvio de nuestras lágrimas; punto de interseccion entre los caminos de la tierra y los caminos de la eternidad; influencia de toda aspiracion ascendente á lo infinito y de toda inspiracion descendente de lo infinito; una iglesia conmueve siempre por las lágrimas que se han evaporado en sus aires aguardando consuelo y por los cadáveres que han caido sobre su pavimento, aguardando perdon por las oraciones que aletean bajo sus bóvedas y los ex-votos que penden de sus paredes, por las lenguas de fuego que manda el espíritu divino á todo lo contingente, y las nubes de incienso que manda el espíritu humano á todo lo absoluto; por el esfuerzo que sus arcos, sus aras, sus altares, sus cúpulas representan para romper el misterio divino que envuelve la inmensidad de los espacios y que agita y hace extremecer desde el fondo de nuestro corazon hasta la cima de nuestra inteligencia.

No conozco en las diversas lenguas literarias de la Península composicion alguna más tierna y más sentida que la titulada: ¡Padron! ¡Padron! Dentro de poco, así que el libro se divulgue, alcanzará renombre tan ruidoso como la inmortal composicion de Bécquer: «¡Dios mio, qué solos se quedan los muertos!» Delante de un cementerio, lo primero que se le ocurre es la idea de todo cuanto acaba en nosotros al pasar de la juventud á la madurez en la existencia: las risas sin fin, los bailes sin término, los cantares dulces, los coloquios amorosos, las noches serenas, la guitarra melancólica, los acordes de la serenata, cuanto ha pasado en la vida. Sigue á esta triste reflexion sobre todo lo que llevamos muerto en nosotros mismos, una pintura del cementerio de Adina, tal como se aparecia á sus ojos en la niñez, con sus olivos viejos y oscuros; con sus clérigos que toman el sol en las tapias como los viejos cipreses, y los niños que juegan entre las tumbas como las mariposas entre las flores; con las piedras tumularias que resaltan entre los montones oscuros de la tierra removida; con el blanco osario, que á lo mejor, en la callada noche, despide la fosfórica luz de sus fuegos fátuos; con las yerbas verdes, las malvas, las cicutas, las ortigas, que crecen alimentadas por los muertos y exhalan desde la superficie de las sepulturas, mezcladas sus raíces con los huesos, el oxígeno de la vida. Naturalmente, la emocion que el cementerio despierta en el alma de una niña es emocion de alegría. Y en esta alegría se encuentra lo filosófico y lo profundo del pensamiento, alcanzado por la intuicion soberana del poeta. En la edad en que no hemos visto los muertos, no creemos en la muerte. Pues qué, ¿no jugamos á la puerta del cementerio como á la puerta de la escuela? ¿Habeis visto algun contraste mayor y más terrible que los divertimientos, y las risas, y los gritos de los huérfanos de dos ó tres años miéntras los clérigos salmodian, á la puerta de la casa en duelo y ante un ataud lleno, los cánticos de la eternidad?

La niña vé en el cementerio de Adina la yerba sobre las sepulturas, las flores sobre las yerbas, las mariposas sobre las flores, los pájaros sobre las mariposas, el cielo sobre los pájaros, la vida que rebosa en el templo de la muerte. Pero se ha ido léjos de allí, se ha separado por mucho tiempo, y al cabo ha vuelto la infeliz. Pregunta por todos los que ha amado, y nadie le responde. El tiempo se los ha ido llevando poco á poco en sus giros, y ha despoblado de los séres predilectos á Padron y ha poblado con sus despojos el cementerio. Así corre á él, y mira por la cerradura, y en vez de ver y oir lo que veia y oia de niña, vé la tierra removida sobre la cual vagan las almas y oye la campana plañidera que llora por los muertos.

Consolémonos. Nada en la realidad tan repugnante ni nada en el ideal tan hermoso como la muerte. El cadáver á los ojos del cuerpo está lleno de gusanos, y á los ojos del alma circuido de ángeles. Hiede cuando nos acercamos á él con nuestro cuerpo, y embalsama el aire cuando nos acercamos con nuestra alma. ¡Qué sería de nosotros si no muriéramos nunca! Estas dudas que taladran las sienes, y estos desengaños que desgarran el corazon; el amor sin esperanza, la ilusion sin realidad, la separacion de los séres queridos, la pena de la ausencia, todos estos dolores habrian de ser eternos. Sólo allende la tumba el ideal será verdad, la ilusion certidumbre, la poesía pensamiento, el pensamiento vida, la vida eternidad, la eternidad amores sin celos, satisfacciones sin desencantos, creencias sin sombras, espíritus sin cuerpos, arte sin formas, felicidad sin zozobras, la plenitud del sér, el dia imperecedero de la justicia, la vision perfecta del Eterno. ¡Dios mio, que no vengan dos veces los cálices ya apurados; que no se aparten de nosotros jamás los séres tan queridos; que no suceda al ideal soñado con tanto amor el parto abortivo de la grosera realidad; que el cierzo de un nuevo desengaño no hiele, nó, la última florescencia de ilusiones y la última cosecha de esperanzas; y como todo esto sea imposible en el mundo, mátanos pronto en tu divina misericordia para que pronto nuestros mismos calumniadores nos hagan justicia y nos durmamos para siempre creyéndonos bendecidos y amados, y aguardando muchas lágrimas sobre nuestras cenizas!

Una de las cualidades más sobresalientes en Rosalía Castro es la cualidad poética por excelencia, la vista intuitiva de la relacion misteriosa que existe entre el mundo interior y el mundo exterior, entre el universo que compone la humanidad y el universo que compone la naturaleza. La esfera del horizonte y la esfera del cerebro, la luz de los ojos y la luz de los astros, las lluvias y las lágrimas, las tormentas y los dolores, la electricidad que culebrea por las nubes, y las simpatías que despedimos de nuestro sér, forman, como los asonantes un romance, como los consonantes una oda, como los tonos graves y agudos una sinfonía. La luna llena, mirando al Océano, lo aviva en mareas; la mujer hermosa mirando nuestros ojos los enciende en fuego, que á su vez aviva y enciende el deseo. Las corrientes magnéticas, en cuya virtud se pliegan las hojas de la sensitiva, tienen algo de esa otra corriente en cuya virtud se agitan unos nervios como las cuerdas de un arpa. Hay entre la palabra y la idea, entre la forma y el fondo, entre el alma y el cuerpo la misma relacion que entre la electricidad y el magnetismo, que entre la luz y el calor. La serpiente fascina al pajarillo como la meditacion al místico. En el yermo encontrais muchas almas y muchas alondras extáticas. El entusiasmo de los corazones contribuye al movimiento de los cuerpos como el esfuerzo de los músculos. El bacante caeria rendido en su carrera si no creyese que un Dios lo impulsa, y la pitonisa muerta en su trípode si no creyese que un Dios habla por su boca. Los séres humanos se sostienen unos pendientes de otros en la sociedad como los mundos sidereos se sostienen unos á otros en la atraccion universal. La mirada del tigre os dá terror como la mirada de vuestro mayor enemigo, y la mirada del cordero compasion como la mirada de un niño. Existe una relacion misteriosa entre los matices del prisma y las notas del músico. Pitágoras explicaba más á sus discípulos con la vista que con la palabra. Alejandro, que sólo tenía 50.000 hombres en Arbelas, miéntras Darío tenía un millon, no quiso pelear en las tinieblas como le aconsejaba Parmenión, porque creia más en los prodigios de sus ojos que en los prodigios de su táctica. Magnetismo, electricidad, amor, voluntad, calor, pasion, luz, idea, todas estas virtudes varias se confunden, perteneciendo unas á la esfera espiritual y otras á la esfera material, como unas fuerzas se confunden con otras fuerzas en la inmensidad del universo. Pues pocos pensadores y pocos poetas expresan mejor estas relaciones que Rosalía Castro en sus bellísimos versos.

Si hubiéramos de calificarla con una sola palabra, calificaríamosla de poeta lírico por excelencia. Cuando se eleva en alas de robusto estilo á la poesía impersonal, objetiva, rayana con la epopeya, carece de la originalidad que la distingue en tanto grado cuando canta sus propias emociones; y si presenta el mundo externo, lo presenta en relacion con su alma, celeste, luminosa, trasparente, y en cuya superficie el menor soplo de las auras levanta rizos y ondulaciones, el menor reflejo de la luz extiende esmaltes, y matices el menor objeto de las orillas; el árbol frondoso y la yerba humilde, la colina que permanece inmóvil en los bordes y el ave que pasa por los horizontes, encuentran espejos y dejan de sí copias y retratos. Y siendo poeta lírico por excelencia, es por necesidad poeta elegiaco. Desde el principio al fin de sus versos dos sentimientos la poseen; sentimiento de tristeza melancólica por las desgracias universales de la vida humana, y sentimiento de tristeza exaltada por las desgracias particulares á la vida gallega. El hombre es una síntesis de la creacion. El universo sideral recoge su más bello éther para producir la luz de los humanos ojos; los fluidos electro-magnéticos condensan sus más poderosas corrientes para derramarse por las cuerdas de nuestros nervios; los átomos, que acaso vienen de los confines del espacio, se acumulan en nuestro cuerpo para componer el más perfecto organismo; y sobre todas estas varias determinaciones y modos de la materia universal, se eleva en nosotros el misterio indecible, inenarrable, sublime: ese misterio del alma que llega por grados á ver lo infinito y á desembocar en la eternidad. Todas las cosas piensan en nosotros y todas las cosas en nosotros padecen. Nuestra voz repite el quejido universal de los séres que se duelen del esfuerzo empleado por traspasar el límite y de la fatalidad que al límite los sujeta como á su cadena, como á su prision, como á su eterno suplicio. Este quejido, más agudo á medida que el sér crece y progresa, encuentra un eco en todas las estancias de las Follas Novas, y un eco poético. Pero el dolor más bellamente expresado es el dolor de su madre Galicia. Se vé el aislamiento en que la patria comun ha dejado á tan hermosas provincias. Se oye el resuello de una raza forzada por su triste condicion social á todos los trabajos más materiales y penosos. Se ven las marcas de las heridas seculares abiertas en los pobres campesinos por la antigua tiranía señorial. Se notan las cualidades de aquella familia de pueblos, la inteligencia aguda, la astucia fina, la tristeza perpétua. Sobre todo, el dolor de los dolores gallegos se halla repetido á cada verso: el dolor de la separacion, el dolor de la ausencia, el dolor de la nostalgia, el dolor de las emigraciones, la patria apareciéndose húmeda, fresca, verde, sencilla como un idilio, grata como una mañana de primavera, con su aroma de frutas y flores, con sus cadencias campestres repetidas por la zampoña y por la gaita, con sus rias trasparentes y tranquilas, en medio de los ardores del implacable trópico y de las tristezas del forzado destierro. Toda obra poética, por subjetiva, por particular, por personalista que á primera vista parezca es una obra social. Los dolores de Galicia hablan por boca de Rosalía, y los hombres de Estado, los que han tenido el Gobierno en sus manos, que hoy lo tienen, los que mañana pueden volver á tenerlo, necesitan, heridos por voces tan dulces como ésta, averiguar la cantidad de satisfacciones que deben darse á las justas exigencias de esas provincias y el remedio que puede colegirse entre todos para sus antiguos é inveterados males. No olvidemos que hace poco un escritor insigne del vecino reino trazaba una especie de nacionalidad literaria compuesta de portugueses, brasileños y gallegos. Estas cosas podian pasar por juegos de la imaginacion cuando no habian trascurrido horribles crísis, y no se habian visto ciertas tendencias que podrian reaparecer mañana, ora bajo la bandera del absolutismo, ora bajo la bandera de la demagogia que tantos desastres han derramado en nuestros territorios y tantas amarguras en nuestros corazones. Para matar el provincialismo exagerado no hay medio como satisfacer las justas exigencias provinciales. No olvidemos que muchas de nuestras regiones, como Galicia por ejemplo, tienen brillantísima literatura propia, la cual, respondiendo á una ley de la vida, á la ley de variedad, debe coexistir con la literatura nacional, sin daño de la patria, mayor á medida que crecen sus hijos, y se fortifican los órganos que componen su cuerpo y se abrillantan las estrellas que pueblan su cielo. Rosalía, por sus libros de versos gallegos, es un astro de primera magnitud en los vastos horizontes del arte español.

Duas palabras d’a autora

Gardados estaban, ben podo decir que para sempre, estes versos, e xustamente condenados po-la sua propia índole á eterna olvidanza, cando, non sin verdadeira pena, vellos compromisos obrigáronme á xuntalos de presa e correndo, ordenalos e dalos á estampa. N’era esto, en verdade, o qu’eu queria, mais n’houbo outro remedio; tuben que conformarme c’o duro d’as circunstancias que así o fixeron.—¡Vayan en boa hora, lles dixen estonces, estes probes enxendros d’a miña tristura; vaya antr’os vivos o que xa é po-la sua propia natureza, cousa d’un-ha morta ben morta!—E fóronse, sin qu’eu sepa pra que, nin me faga falla o sabelo.

Mais de dez anos pasaron—tempo casi-que fabuloso á xusgar po-la presa con que hoxe se vive—desque á mayor parte d’estos versos foron escritos, sin que as contrariedades d’a miña vida desasosegada, e un-ha saude decote endebre, me permitise apousar n’eles os meus cansados ollos y o meu fatigado esprito. Ô leelos de novo, vin ben craro, como era incompreto e probe este meu traballo poetico, canto lle faltaba pra ser algo que valla, e non un libro mais, sin outro merito que á perene melancolía que o envolve, e que alguns terán, non sin razon, como fatigosa e monotona. Mais as cousas teñen de ser com’as fan as circunstancias, e s’eu non puden nunca fuxir âs miñas tristezas, os meus versos menos. Escritos n’o deserto de Castilla, pensados e sentidos n’as soidades d’a natureza e d’o meu corazon, fillos cativos d’as horas de enfermedade e d’ausencias, refrexan quisais con demasiada sinceridade, o estado d’o meu esprito un-has veces, outras á miña natural disposicion (que n’en valde son muller) á sentir como propias as penas alleas. ¡Ay! a tristeza, musa d’os nosos tempos, conoceme ben, e de moitos anos atrás; mirame como sua, é outra como eu, non me deixa un momento, n’inda cando quero falar de tantas cousas com’andan oxe n’o aire e n’o noso corazon. ¡Tola de min! ¿N’o aire, dixen? n’o meu corazon inda, mais ¿fora d’el? Aunqu’en verdade, ¿qué lle pasará á un que non sea como se pasas’en todo-l-os demais? ¡En min y en todos! ¡n’a miña alma e n’as alleas!… ¿Mais dirase por eso que me teño por un-ha inspirada, nin que penso haber feito, ô que se di, un libro trascendental? Non, nin eu o quixen, nin me creo con forzas pra tanto. N’o aire andan d’abondo as cousas graves, é certo; facil é conocelas, e hastra falar d’elas; mais son muller, e âs mulleres, apenas s’â propia femenina fraqueza ll’é permitido adiviñalas, sentilas pasar. Nòs somos arpa de soyo duas cordas, a imaxinacion y o sentimiento: n’o eterno panal que traballamos alá n’o intimo, solasmente se dá mel, mais ou menos doce, de mais ou menos puro olido, pero mel sempre, e nada mais que mel. Que s’os problemas que tên ocupados os mais grandes entendementos, teñen algo que ver connosco, é n’entramentras que os que comparten e levan á un-ha con nosoutras os traballos d’a vida, non poden ocultarnos de todo, as suas tristezas e os seus desfalecementos. É d’eles ver as chagas e sondalas e buscarlles procuro, é noso axudarlles a soportalas, mais con feitos iñorados que con palabras e romores. O pensamento d’a muller é lixeiro, góstanos com’âs borboletas, voar de rosa en rosa, sobr’as cousas tamen lixeiras: n’é feito para nos o duro traballo d’a meditacion. Cand’á el n’os entregamos, imprenámolo, sin sabelo siquera, d’a innata debilidade, e se n’os é facil engañar os espiritus frívolos ou pouco acostumados, non soced’o mesmo c’os homes d’estudio e reflecsion, que logo conocen que baixo d’a crara corrente d’a forma non s’atopa mais que o limo insustancial d’as vulgaridades. E n’os dominios d’a especulacion como n’os d’o arte, nada mais inútil nin cruel d’o que o vulgar. D’él fuxo sempre con tod’as miñas forzas, e por non caer en tan gran pecado nunca tentey pasar os límites d’a simple poesía, qu’encontr’âs veces n’un-ha espresion feliz, n’un-ha idea afertunada, aquela cousa sin nome que vay direita como frecha, traspasa as nosas carnes, fainos estremecer, e resoa n’a alma dorida coma un outro ¡ay! que responde ô largo xemido que decote levantan en nos, os dôres d’a terra.

Despois d’o xa dito, ¿tendrey que añadire qu’este meu libro n’é en certa maneira, fillo d’a mesma inspiracion que dou de si os Cantares gallegos? Paréceme que non. Cousa este último d’os meus dias d’esperanza e xuventude, ben se ve que ten algo d’a frescura propia d’a vida que comenza. Mais o meu libro d’hoxe, escrito coma quen dí, en medio de todo-l-os desterros, non pode ter anque quixera o encanto que soye emprestarlles a inocencia d’as primeiras impresiós: que o sol d’a vida, o mesmo que o que aluma o mundo que habitamos, non loce n’os seus albores d’a mesma sorte que cando vay poñerse tristemente, envolto antr’as nubes d’o postreiro outono.

Por outra parte, Galicia era n’os Cantares o obxeto, a alma enteira, mentras que n’este meu libro d’hoxe, âs veces, tan soyo a ocasion, anque sempre o fondo d’o cuadro: que si non pode se non c’a morte, despirse o esprito d’as envolturas, d’a carne, menos pode o poeta prescindir d’o medio en que vive, e d’a natureza que o rodea; ser alleo á seu tempo e deixar de reproducir hastra sin pensalo, a eterna e layada queixa que hoxe eisalan todo-l-os labios. Por eso iñoro o que haxa n’o meu libro d’os propios pesares, ou d’os alleos, anque ben podo telos todos por meus, pois os acostumados â desgracia, chegan á contar por suas as que afrixen os demais. Tanto é así, que n’este meu novo libro, preferin, âs composicions que puderan decirse personales, aquelas outras que, con mais ou menos acerto, espresan as tribulaciós d’os que, uns tras outros, e de distintos modos, vin durante largo tempo, sofrir ô meu arredore. E ¡sófrese tanto n’esta querida terra gallega! Libros enteiros poideran escribirse falando d’o eterno infortunio que afrixe os nosos aldeans e mariñeiros, soya e verdadeira xente d’o traballo n’o noso pais. Vin e sentin as suas penas como si fosen miñas, mais o que me conmoveu sempre, e po-lo tanto non podia deixar de ter un eco n’a miña poesía, foron as innumerables coitas d’as nosas mulleres: criaturas amantes para os seus y os estraños, cheas de sentimento, tan esforzadas de corpo, como brandas de corazon e tamen tan desdichadas que se dixeran nadas solasmentes para rexer cantas fatigas poidan afrixir, a parte mais froxa e inxel d’a humanidade. N’o campo compartindo mitade por mitade c’os seus homes as rudas faenas, n’a casa soportando valerosamente as ansias d’a maternidade, os traballos domesticos e as arideces d’a probeza. Soyas o mais d’o tempo, tendo que traballar de sol á sol, e sin axuda pra mal manterse, pra manter os seus fillos, e quisais o pai valetudinario, parecen condenadas á non atoparen nunca reposo se non n’a tomba.

A emigrazon y o Rey arrebatanlles de contino, o amante, o hirman, o seu home, sosten d’a familia de cote numerosa, e así, abandonadas, chorando o seu desamparo, pasan a amarga vida antr’as incertidumbres d’a esperanza, a negrura d’a soidade y as angustias d’un-ha perene miseria. Y o mais, desconsolador par’elas, é, que os seus homes, vans’indo todos, uns por que ll’os levan, y outros por que o exempro, as necesidades, âs veces un-ha cobiza, anque disculpabre, cega, fannos fuxir, d’o lar querido, d’aquela á quen amaron, d’a esposa xa nay, e d’os numerosos fillos, tan pequeniños qu’inda n’acertan á adiviñar, os desdichados, a orfandade á que os condenan.

Cando n’as suas confianzas, estas probes mártires s’astreven á decirnos os seus sacretos, á chorar os seus amores sempre vivos, á doerse d’as suas penas, descrobese n’elas, tal delicadeza de sentimentos, tan grandes tesouros de ternura (que a inteireza d’o seu carácter n’é bastante á mermar) un-ha abnegacion tan grande, que sin querer, sentímonos inferiores á aquelas oscuras e valerosas heroinas, que viven e morren levando á cabo feitos maravillosos por sempre iñorados, pero cheos de milagres d’amor e d’abismos de perdon. Historias dinas de ser cantadas por mellores poetas d’o qu’eu son, e cuyas santas armonías deberan ser espresadas c’un-ha soya nota e n’un-ha soya corda, n’a corda d’o subrime, e n’a nota d’a delor. Anque sin forzas pra tanto, tentey algo d’eso, sobre todo n’o libro titulado As viudas d’os vivos e as viudas d’os mortos, mais eu mesma conoso que non acertei á decir as cousas qu’era menester. As miñas forzas son cativas, quéreas mayores de quen haya de cantarnos con toda a sua verdade e poesía, tan sencilla como dolorosa epopeya.


Creerán algús, que, porque como digo tentey falar d’as cousas que se poden chamar homildes, é por que m’esprico n’a nosa lengoa. N’é por eso. As multitudes d’os nosos campos tardarán en lêr estos versos, escritos á causa d’eles, pero sô en certo modo pra eles. O que quixen foy falar un-ha vez mais d’as cousas d’a nosa terra, n’a nosa lengoa, e pagar en certo modo o aprecio e cariño que os Cantares gallegos despertaron en alguns entusiastas. Un libro de trescentas paxinas escrito n’o doce dialecto d’o pais, era n’aquel estonces cousa nova, e pasaba po-lo mesmo todo atrevemento. Aceptárono y, o qu’é mais, aceptárono contentos, e yeu comprendin que desd’ese momento quedaba obrigada á que non fose o primeiro y o ultimo. N’era cousa de chamar as xentes â guerra, e desertar d’a bandeira qu’eu mesma habia levantado.

Alá van pois, as Follas novas, que mellor se dirian vellas por que o son, e ultimas, por que pagada xa a deuda en que me parecia estar c’o a miña terra, difícil é que volva á escribir mais versos n’a lengua materna. Alá van, en busca, non de triunfos, senon de perdós, non de alabanzas, senon d’olvidos, non d’as predilecciós d’outros tempos, se non d’a beninidade que di d’os maos libros—¡Deixalos pasar!—Ey o qu’eu deseyo—Que o deixen pasar, como un romor mais, como un perfume agreste que nos trai consigo algo d’aquela poesía, que nacendo n’as vastas soidades, n’as campías sempre verdes d’a nosa terra, e n’as prayas sempre hermosas d’os nosos mares, ven direitamente á buscar o natural agarimo n’os corazós que sufren e aman esta querida terra de Galicia.

Santiago, 30 de Marzo de 1880.

Libro I. Vaguedás

I

D’aquelas que cantan as pombas y as frores
Todos din que teñen alma de muller,
Pois eu que n’as canto, Virxe d’a Paloma,
¡Ay! ¿de qué’a terei?

II

Ben sei que non hay nada
Novo en baixo d’o ceo,
Qu’antes outros pensaron
As cousas qu’ora eu penso.

E ben, ¿para qu’escribo?
E ben, por qu’así semos,
Relox que repetimos
Eternamente o mesmo.

III

Tal com’as nubes
Qu’impele o vento,
Y agora asombran, y agora alegran
Os espaços inmensos d’o ceo,
Así as ideas
Loucas qu’eu teño
As imaxes de multiples formas
D’estranas feituras, de cores incertos,
Agora asombran,
Agora acraran,
O fondo sin fondo d’o meu pensamento.

IV

Diredes d’estos versos, y é verdade,
Que tên estrana insólita armonía,
Que n’eles as ideas brilan pálidas
Cal errantes muxícas
Qu’estalan por instantes
Que desparecen xiña,
Que s’asomellan â parruma incerta
Que voltexa n’o fondo d’as curtiñas,
Y ó susurro monótono d’os pinos
D’a veira-mar bravía.

Eu direivos tan sô, qu’os meus cantares
Así sân en confuso d’alma miña,
Como sai d’as profundas carballeiras
Ô comezar d’o dia,
Romor que non se sabe
S’é rebuldar d’as brisas,
Si son beixos d’as frores,
S’agrestes, misteirosas armonías
Que n’este mundo triste
O camiño d’o ceu buscan perdidas.

V

¡Follas novas!, risa dame
Ese nome que levás,
Cal s’á un-ha moura ben moura,
Branca ll’oise chamar.

Non Follas novas, ramallo
De toxos e silvas sôs,
Hirtas, com’as miñas penas,
Feras, com’a miña dor.

Sin olido nin frescura,
Bravas magoás e ferís…
¡Se n’a gándara brotades,
Como non serés así!

VI

¿Qué pasa ô redor de min?
¿Qué me pasa qu’eu non sei?
Teño medo d’un-ha cousa
Que vive e que non se vé.
Teño medo â desgracia traidora
Que ven, e que nunca se sabe onde ven.

VII

Alguns din, ¡miña terra!
Din outros, ¡meu cariño!
Y este, ¡miñas lembranzas!
Y aquel, ¡ou meus amigos!
Todos sospiran, todos,
Por algun ben perdido.
Eu sô non digo nada,
Eu sô nunca sospiro,
Qu’o meu corpo de terra
Y o meu cansado esprito,
Á donde quer qu’eu vaya
Van conmigo.

VIII

Alá, po-la alta noite,
 luz d’a triste e moribunda lámpara,
Ou antr’a negra oscuridad medosa,
O vello ve pantasmas.

Uns son árbores muchos, e sin follas,
Outros, fontes sin auguas,
Montes qu’a neve eternamente crube,
Ermos que nunca acaban.

Y o amañecer d’o dia
Cando c’a ultima estrela aqueles marchan
Outros veñen mais tristes e sañudos,
Pois a verdade amarga,
Escrita trân n’os apagados ollos
E n’as asienes calvas.

Non digás nunca, os mozos, que perdeches
A risoña esperanza,
D’o qu’a vivir começa sempr’é amiga:
¡Sô enemiga mortal de quen acaba!…

IX

Paz, paz deseada
Pra min, ¿onde está?
Quixais n’hey de tela…
¡N’a tiben xamais!

Sosego, descanso,
¿Ond’hey d’o atopar?
N’os mals que me matan,
N’a dor que me dan.

¡Paz! ¡paz ti és mentira!
¡Pra min non’a hay!

X

Un-ha vez tiven un cravo
Cravado no corazon,
Y eu non m’acordo xa s’era aquel cravo,
D’ouro, de ferro, ou d’amor.
Soyo sei que me fixo un mal tan fondo,
Que tanto m’atormentou,
Qu’eu dia e noite sin cesar choraba
Cal chorou Madanela n’a pasion.
—Señor, que todo o podedes,
Pedinlle un-ha vez á Dios,
Daime valor par’arrincar d’un golpe
Cravo de tal condicion.
E doumo Dios e arrinqueino,
Mais… ¿quen pensara?… Despois
Xa non sentin mais tormentos
Nin soupen qu’era delor;
Soupen sô, que non sei que me faltaba
En donde o cravo faltou,
E seica, seica tiven soidades
D’aquela pena… ¡Bon Dios!
Este barro mortal qu’envolve o esprito
¡Quen-o entenderá, Señor!…

XI

Cand’un é moi dichoso, moi dichoso,
¡Incomprensibre arcano!
Casi-que, n’é mentira anqu’a pareza,
Ll’a un pesa d’o ser tanto.

¡Que n’o fondo ben fondo d’as entrañas
Hay un deserto páramo!
Que non s’ enche con risas nin contentos,
Senon con froitos d’o delor amargos.

Pero cand’un ten penas
Y é en verdá desdichado,
Oco n’atopa no ferido peito,
Por qu’a dor, ¡enche tanto!

Tan abonda é a desgracia nos seus dones;
Qu’os verte ¡Dios llo pague! ôs regazados.
Hastra qu’o qu’os recibe
¡Ay! reventa de farto.

XII

Oxe ou mañan, ¿quen pode decir cando?
Pero quisais moy logo,
Viranme á despertar, y en vez d’ un vivo,
Atoparán un morto.

Ô rededor de min, levantaranse
Xemidos dolorosos,
Ayes d’angustia, choros d’os meus fillos,
D’os meus filliños orfos.

Y eu sin calor, sin movemento, fria,
Muda, insensibre á todo,
Así estarei cal me deixare a morte
Ô helarme c’o seu sopro.

E para sempre ¡Adios, cant’eu queria!
¡Que terrible abandono!
Antre cantos sarcasmos,
Hay, ha d’haber, e houbo,
Non vin ningun qu’abata mais os vivos,
Qu’o d’a humilde quietú d’un corpo morto.

XIII

Xa nin rencor nin desprezo,
Xa nin temor de mudanzas,
Tan só un-ha sede… un-ha sede,
D’un non sei qué, que me mata.
Rios d’a vida ¿onde estades?
¡Aire! qu’o aire me falta.

—¿Que ves n’ese fondo escuro?
¿Que ves que tembras e calas?
¡Non vexo! Miro, cal mira,
Un cego a luz d’o sol crara.
E vou caer alí en donde
Nunca o que cai se levanta.

XIV

Aquel romor de cántigas e risas
Ir, vir, algarear,
Aquel falar de cousas que pasaron
Y outras que pasarán:
Aquela, en fin, vitalidade inquieta
Xuvenil, tanto mal
Me fixo, que lles dixen:
Ivos e non volvás.

Un á un desfilaron silenciosos
Por aquí, por alá,
Tal como cando as contas d’un rosario
S’espallan po-lo chan:
Y o romor d’os seus pasos, mentres s’iñan
De tal modo hastra min veu resoar,
Que non mais tristemente
Resoará quisais
N’o fondo d’os sepulcros
O último adios qu’un vivo ôs mortos dá.

Y ô fin soya quedei, pero tan soya
Qu’hoxe, d’a mosca o inquieto revoar,
D’o ratiño o roer terco e constante,
E d’o lume o chis chas,
Cando d’a verde pónla
O fresco sugo devorando vay,
Parece que me falan, qu’os entendo,
Que compaña me fan;
Y este meu coraçon lles di tembrando
¡Por Dios!… ¡non vos vayás!

¡Que doce, mais que triste
Tamen é a soledad!

XV

Á un batido, outro batido,
Á un-ha dor, outro delor,
Tras d’un olvido, outro olvido,
Tras d’un amor, outro amor.

Y ô fin de fatiga tanta
E de tan diversa sorte,
A vellés que nos espanta,
Ou o repousar d’a morte.

XVI

Cand’era tempo d’inverno
Pensaba en dond’estarias,
Cand’era tempo de sol,
Pensaba en dond’andarias.
¡Agora… tan soyo penso,
Meu ben, si m’olvidarias!

XVII

Mais vé qu’o meu corazon
É un-ha rosa de cen follas,
Y é cada folla un-ha pena
Que vive apegada n’outra.

Quitas un-ha, quitas duas,
Penas me quedan de sobra,
Oxe dez, mañan corenta,
Desfolla que te desfolla…

¡O corazon m’arrincaras
Des qu’as arrincares todas!

XVIII

Co seu xordo e costante mormorio
Atraim’o oleaxen d’ese mar bravio,
Cal atrai d’as serenas o cantar.
—N’este meu leito misterioso e frio,
Dîme, ven brandamente á descansar.

El namorado está de min… o deño,
Y eu namorada d’el.
Pois saldremos c’o empeño,
Que s’el me chama sin parar, eu teño
Un-has ansias mortais d’apousar n’el.

XIX

Ando buscando meles e frescura
Para os meus labios secos,
Y eu non sei com’atopo, nin por onde,
Queimores e amarguexos.

Ando buscand’almibres qu’almibaren
Estos meus agres versos,
Y eu non sei como, nin por onde, sempre
Se lles atopa un fero.

Y o ceo e Dios ben saben
Non teño a culpa d’eso;
¡Ay! sin querelo, têna,
O lastimado corazon enfermo.

XX

¡Silencio! A man nerviosa e palpitante o seo,
As niebras n’os meus ollos condensadas,
Con un mundo de dudas n’os sentidos
Y-un mundo de tormentos n’as entrañas;
Sentindo como loitan,
En sin igual batalla,
Inmortales deseios que atormentan,
E rencores que matan.
Mollo n’a propia sangre a dura pruma
Rompendo a vena inchada,
Y escribo… escribo ¿para qué? ¡Volvede
Ô mais fondo da yalma
Tempestosas imaxes!
Ide á morar c’as mortas relembranzas;
Qu’ a man tembrosa n’o papel sô escriba
¡Palabras, e palabras, e palabras!
¿Da idea a forma inmaculada e pura
Donde quedou velada?

Libro II. ¡Do íntimo!

¡Adios!

¡Adios! montes e prados, igrexas e campanas,
¡Adios! Sar e Sarela, cubertos d’enramada,
¡Adios! Vidán alegre, moiños e hondanadas,
Conxo o d’o craustro triste y as soedades prácidas,
San Lourenzo o escondido, cal un niño antr’as ramas,
Balvis, para min sempre o d’as fondas lembranzas,
Santo Domingo, en donde cant’eu quixen descansa,
Vidas d’a miña vida, anacos d’as entrañas.
E vos tamen sombrisas paredes solitarias
Que me vichëis chorare soya e desventurada,
¡Adios! sombras queridas, ¡adios! sombras odiadas,
Outra vez os vaivens d’a fertuna
Pra lonxe m’arrastran.

Cando volver, se volvo, tod’estará ond’estaba,
Os mesmos montes negros y as mesmas alboradas
D’o Sar e d’o Sarela, mirandose n’as auguas.
Os mesmos verdes campos, as mesmas torres pardas,
D’a catredal severa, olland’as lontananzas:
Mais os qu’agora deixo, tal com’a fonte mansa
Ou n’o verdor d’a vida, sin tempestás nin vagoas,
¡Canto, cand’eu tornare vitimas d’a mudanza
Terán de presa andado, n’a senda d’a desgracia!
Y eu… mais eu nada temo n’o mundo
¡Qu’ á morte me tarda!

Grilos e ralos, rans albariñas,
Sapos e bichos de todas crás,
Mentras ô lonxe cantan os carros,
¡Que serenatas tan amorosas,
N’os nosos campos sempre nos dan!

Tan sô acordarme d’elas,
Non sey o que me fai,
Nin sey s’é ben,
Nin sey s’é mal.

¡Cal as nubes n’o espaço sin limites
Errantes voltexan!
Un-has son brancas,
Outras son negras,
Un-has pombas sin fel, me parecen,
Despiden outras
Luz de centela…

Sopran ventos contrarios n’altura
Y â desbandada,
Van levándoas sin orden nin tino
Nin eu sey pra onde,
Nin sey por que causa:

Van levándoas, cal levan os anos
Os nosos ensoños
Y a nosa esperanza.

Rico ou probe algun dia
¡Con qué contento e pracidez folgaba!
Y agora probe ou rico, ô desdichado,
¡Todo, todo lle falta!

En valde veñen dias, pasan anos,
E inda sigros pasáran,
S’hay abondosas fontes que se secan,
Tamen as hay que eternamente manan;
Mais as fontes perenes n’esta vida
Son sempre envenenadas.

N’elas o esprito qu’ofendido pena,
N’a humidá enferma d’o rencor se baña
Sin que dado lle sea
Beber do olvido n’as saudosas auguas.

¡Odio! fillo d’o inferno,
Pode acaba-lo amor, mais ti n’acabas
Mamoria que recorda-las ofensas.
Si, si ¡de ti mal haya!

N’a catredal

Com’algun dia po-los corrunchos
D’o vasto tempro
Vellos e vellas, mentras monean
Silvan as salves y os padre nuestros,
Y os arcebispos n’os seus sepulcros
Reises e reinas con gran sosego
N’a paz d’os mármores tranquilos dormen
Mentras n’o coro cantan os cregos.
O organo lanza tristes cramores
Os d’as campanas responden lexos,
Y a santa imaxen d’o Redentore
Parés que suda sangre n’o Huerto.

¡Señor Santísimo, ôs teus pés canto
Tamen d’angustia sudado teño!
Mais s’o pecado castigas sempre,
Ô qu’afrixido vay á pedircho
Dáille remedio.

O sol poniente po-las vidreiras
D’a Soledade, lanza serenos
Rayos, que firen descoloridos
D’a Groria os ánxeles y-o Padre Eterno.
Santos e apostoles ¡védeos! parecen
Qu’os labios moven, que falan quedo
Os uns c’os outros, e aló n’altura
D’o ceu a música vay dar començo,
Pois os groriosos concertadores
Tempran risoños os instrumentos.

¿Estarán vivos? ¿serán de pedra
Aqués sembrantes tan verdadeiros,
Aquelas túnicas maravillosas,
Aqueles ollos de vida cheos?
Vos qu’os fixeches de Dios c’axuda
D’inmortal nome, Mestre Mateo,
Xa q’ahi quedaches homildemente
Arrodillado, falaime d’eso;
Mais c’o eses vosos cabelos rizos
Santo d’os croques, calás… y eu rezo.

Aquí está a Groria, mais n’aquel lado,
N’aquela arcada, negrexa o inferno
C’as almas tristes d’os condanados,
Ond’as devoran todo-los demos.
D’alí non podo, quitá-los ollos
Mitá asombrada, mitá con medo,
Qu’aqueles todos se me figuran
Os d’un delirio, mortaes espeutros.

¡Cómo me miran eses calabres
Y aqueles deños!
¡Cómo me miran facendo moecas
Dend’as colunas ond’os puxeron!
¡Será mentira, será verdade!
¡Santos d’o ceo,
Saberán eles que son a mesma
D’aqueles tempos!…
Pero xa orfa, pero enloitada,
Pero insensibre cal eles mesmos…
¡Como me firen!… Voume, sí voume,
¡Que teño medo!

Mais xa n’os vidros d’a grand’araña
Cai o postreiro
Rayo tranquilo qu’o sol d’a tarde
Pousa sereno;
E en cada prancha d’a araña hermosa
Vivos refrexos,
Cintileando com’as estrelas,
Pintan mil cores no chan caendo,
E fan qu’a tola d’a fantesía,
Soñe milagres, finxa portentos.
Mais de repente veñen as sombras
Todo é negrura, tod’é misterio,
Adios alxofres, e maravillas…
Tras d’o Pedroso, puxose Febo.

Coma pantasmas cruzan as naves
Silvando salves e padre nuestros,
Vellos e vellas qu’á Dios lle piden,
El tan só sabe, cales remedios;
Que cand’o mundo nos deixa, é soyo
Cando buscamos con ansia o ceo.

Ôs pés d’a Virxen d’a Soledade
¡De moitos anos nos conocemos!…
A oracion dixen qu’antes dicia,
Fixen mamoria d’os meus sacretos,
Para mi madre deixei cariños,
Par’os meus fillos miles de beixos,
Po-los verdugos d’o meu esprito
Recey… e funme pois tiña medo.

¡Corré serenas ondas cristaiñas,
Pasad’en calma e maxestosas, como
As sombras pasan d’os groriosos feitos!
¡Rodade sin descanso como rodan
A eternidá xeneraciós sin número
Que cal eu vos contempro, contempráronvos!
Daime vosos perfumes lindas rosas,
D’a sede que m’abrasa, craras fontes
Apagad’o queimor… nubes de gasa
Cubri cal velo de lixeiro encaixe
D’o ardente sol os briladores rayos.
E ti temprada e cariñosa brisa,
Dá encomeço ôs concertos misteriosos
Antr’os carballos d’a devesa escura
Por ond’o Sar vay marmurando leve.

O tempo pasou rápido, a centela
Tal vez mais lentamente o espaço inmenso
Atravesa ô caer, qu’eles, os anos,
Pra min correron en batallas rudas…
¡Mais correron por fin… y o dia chega!…
Dame os teus bicos y os teus brazos ábreme
Aquí onde o rio, n’a espesura fresca…
A ninguen digas ond’estou… con frores
D’as qu’eu queria a delatora mancha
Crube… e que nunca c’o meu corpo acerten
Profanas mans para levarme lexos…
¡Quero quedar ond’os meus dores foron!

Cada noite eu chorando pensaba…
Qu’esta noite tan grande non fora
Que durase… e durase antre tanto
Que’a noite d’as penas
M’envolve loitosa.

Mais a luz insolente d’o dia,
Costante e traidora,
Cad’amañecida,
Penetraba radiante de groria
Hastr’ô leito dond’eu me tendera
Co-as miñas congoxas.

Desde estonces busquei as tiniebras
Mais negras e fondas,
E busqueinas en vano, que sempre
Tras d’a noite topaba c’a aurora…
So en min mesma buscando n’oscuro
Y entrando n’a sombra,
Vin a noite que nunca s’acaba
N’a miña alma soya.

Ti onte mañan eu

Cain tan baixo, tan baixo,
Qu’a luz onda min non vay;
Perdin de vista as estrelas
E vivo n’a escuridá.

Mais, agarda… ¡o que te riches
Insensibre ô meu afan!
Inda estou vivo… inda podo
Subir para me vingar.

Tirá pedras ô caido,
Tiraille anque sea un cento;
Tirá… que cando cayades
Han-vos de facé-l-o mesmo.

Deixa que n’esa copa en onde bebes
As dozuras d’a vida
Un-ha gota de fel, un-ha tan soyo
O meu dorido corazon esprima.
Comprenderás estonces
Como abranda a delor as pedras frias,
Anq’abrandar non poida
Almas de ferro e peitos homicidas.

Bós amores

Cal olido de rosas que sai d’antr’o ramaxen
Nun-ha mañan de Mayo, hay amores soaves
Que n’inda vir se sinten, nin se ve cand’entraren
Po-la mimosa porta qu’o corazon lles abre
De seu, cal s’abre n’o agosto
A frol ô orballo d’a tarde.
E sin romor nin queixa, nin choros, nin cantares,
Brandos así e saudosos, cal alentar d’os ánxeles,
En nós encarnan puros, corren co’a nosa sangre
Y os hermos reverdecen, d’o esprito onde moraren.
Busca estes amores… búscaos,
Si tes quen ch’os poida dare;
Qu’estes son soyo os que duran
N’esta vida de pasaxen.

Amores cativos

Era delor y era cólera,
Era medo y aversion,
Era un amor sin medida,
¡Era un castigo de Dios!
Qu’hay uns negros amores, d’indole pezoñenta
Que privan os espritos, que turban as concencias,
Que morden s’acariñan, que cando miran queiman,
Que dan dores de rabia, que manchan e qu’afrentan.
Mais val morrer de friaxen
Que quentarse â sua fogueira.

Abrid’as frescas rosas,
Brilad’os carabeles
D’o seu xardin, os árbores, vestivos
C’as lindas follas verdes.
Parra qu’un tempo sombra nos prestaches
Á cubrirvos de pámpanos volvede.
Natureza fermosa,
A mesma eternamente,
Dill’ôs mortais, de novo ôs loucos dille
¡Qu’eles no mais perecen!

De valde…

Cando me poñan o habito,
S’é qu’o levo;
Cando me metan na caixa,
S’é qu’a teño;
Cand’o responso me canten,
S’hay con que pagarll’ôs cregos,
E cando dentro d’a coba…
¡Qu’inda me leve San Pedro
Se sô ô pensalo non rio
Con un-ha risa d’os deños!
¡Qu’enterrar han d’enterrarme
Anque non lles den diñeiro!…

¿Quen non xime?

Luz e progreso en todas partes… pero
As dudas n’os corazós,
E vagoas qu’un non sabe por que corren,
E dores qu’un non sabe por que son.

Outro cantar din cansados
D’este estribilo os que chegando van,
Nun-ha nova fornada, e qu’andan cegos
Buscando o qu’inda non hay.

¡Réprobos!… sempre ô oculto perguntando
Que mudo nada vos di.
Buscade a fé, que se perdeu n’a duda
E deixade de xemir.

Mais eles tamen perdidos
Por un-ha y outra senda van e vên
Sin que sepan ¡coitados! por ond’andan,
Sin paz, sin rumbo e sin fé.


Trist’é o cantar que cantamos
¿Mais que facer s’outro mellor non hay?
Moita luz deslumbra os ollos,
Causa inquietude o moito desear.
Cand’un-ha peste arrebata
Homes tras homes, n’hay mais
Qu’enterrar de presa os mortos,
Baixá-la frente, e esperar
Que pasen as correntes apestadas…
¡Que pasen!… qu’outras vendrán.

Ladraban contra min que camiñaba
Casi-que sin alento,
Sin poder c’o meu fondo pensamento
Y a pezoña mortal qu’en min levaba.
Y a xente que topaba
Ollandome a mantenta
D’o meu dor sin igual y a miña afrenta
Traidora se mofaba.
Y eso que nada mais qu’a adiviñaba.
Si a souperan ¡Dios mio!
Pensei tembrando, contra min volvera
A corrente d’o rio.

Buscand’o abrigo d’os mais altos muros,
N’os camiños desertos,
Ensangrentando os pés nos seixos duros,
Fun chegando ô lugar d’os meus cariños
Maxinando espantada:—os meus meniños
¿Estarán xa despertos?
¡Ay qu’ô verme chegar tan maltratada,
Chorosa, sin alento e ensangrentada,
Darán en s’afrixir… mal pocadiños,
Por sua nay mal fadada!

Pouco á pouco fun indo
Y as escaleiras con temor subindo,
C’o triste corazon sobresaltado:
¡Escoitei!… nin as moscas rebullian
No berce ind’os meus ánxeles dormian
C’a virxen ô seu lado.

¿Por qué, miña almiña,
Porqu’ora non queres
O qu’antes querias?

¿Por qué, pensamento,
Porqu’ora non vives
D’amantes deseyos?

¿Por qué, meu esprito,
Porqu’ora te humildas,
Cand’eras altivo?

¿Por qué, corazon,
Porqu’ora non falas
Falares d’amor?

¿Por qué xa non bates
Co doce batido
Que calma os pesares?

¿Por qué, en fin, Dios meu
Á un tempo me faltan
A terra y o ceu?

¡Ou ti! roxa estrela
Que din que comigo
Naciche, poideras

Por sempre apagarte,
Xa que non pudeche
Por sempre alumarme…

O toque d’alba

D’a Catredal campana
Grave, triste e sonora,
Cand’ô rayar d’o dia
O toque d’alba tocas,
N’o espazo silencioso
Soando malencónica;
As tuas bataladas
Non sei que despertares me recordan.

Foron alguns tan puros
Coma o fulgor d’aurora,
Outros cal a esperanza
Qu’o namorado soña,
Y â derradeira inquietos,
Mitá luz, mitá sombras,
Mitá un pracer sin nome,
E mitá un-ha sorpresa aterradora.

¡Ay! qu’os anos correron
E pasaron auroras
E menguaron as dichas
E medràno as congoxas.
E cand’ora campana,
O toque d’alba tocas,
Sinto que se desprenden
D’os meus ollos bagullas silenciosas.

¡Que xorda e tristemente,
Que pavorosa sóas
No meu esperto oido,
Mensaxeira d’a aurora,
Cand’ô romper d’o dia
Pausadamente tocas!…
¿En donde van aqueles
Despertares de dichas e de groria?

Pasaron para sempre:
Mais tí, grave e sonora,
¡Ay! ô romper d’o dia
C’a tua voz malencónica
Vés de cote á lembrarnos
Cada nacente aurora;
E parece qu’a morto
Por eles e por min á un tempo dobras.

D’a catredal campana
Tan grave e tan sonora.
¿Por qué á tocar volveches
A yalba candorosa
des qu’eu ouben d’oirte
En bagullas envolta?
Mais ben pronto… ben pronto, os meus oidos
Nin t’oirán n’a tarde nin n’a aurora.

¡Mar! c’as tuas auguas sin fondo
¡Ceo! c’a tua imensidá,
O fantasma que m’aterra
Axudádeme á enterrar.

É mais grande que vos todos
E que todos pode mais…
C’un pé posto onde brilan os astros,
E outro ond’a coba me fan.

Impracabre, bulron e sañudo,
Diante de min sempre vay,
Y amenaza perseguirme
Hastr’a mesma eternidá.

Caba lixeiro, caba,
Xigante pensamento,
Caba un fondo burato ond’a memoria
D’o pasado enterremos.
¡Â terra c’os difuntos!
¡Caba, caba lixeiro!
E por lousa daráslle o negro olvido,
Y-a nada lle darás por simiterio.

Cando penso que te fuches,
Negra sombra que m’asombras,
Ô pe d’os meus cabezales
Tornas facéndome mofa.

Cando maxino qu’ês ida
N’o mesmo sol te m’amostras,
Y eres a estrela que brila,
Y eres o vento que zóa.

Si cantan, ês ti que cantas,
Si choran, ês ti que choras,
Y-ês o marmurio d’o rio
Y-ês a noite y ês a aurora.

En todo estás e ti ês todo,
Pra min y en min mesma moras,
Nin m’abandonarás nunca,
Sombra que sempre m’asombras.

A ventura é traidora

Tembra á qu’unha inmensa dicha
Neste mundo te sorprenda;
Grorias, aquí, sobrehumanas
Trân desventuras supremas.
Nin maxines que pasan os dôres
Como pasan os gustos n’a terra;
¡Hay infernos n’a memoria,
Cando n’os hay n’a concencia!

Cal arraigan as edras n’os muros,
N’alguns peitos arraigan as penas,
E un-has van minando a vida
Cal minan outra-l-as pedras.
Si; tembra, cando n’o mundo
Sintas un-ha dicha imensa;
Val mais qu’a tua vida corra
Cal corre a yaugua serena.

Lévame á aquela fonte cristaiña
Onde xuntos bebemos
As purisimas auguas qu’apagaban
Sede d’amor e llama de deseyos.
Lévame po-la man cal n’outros dias…
Mais non, que teño medo
De ver n’o cristal liquido
A sombra d’aquel negro
Desengano sin cura nin consolo,
Qu’antr’os dous puxo o tempo.

Ô pazo d’a…

Era ô caer d’a tarde,
Encomenzaba o cántico d’os grilos,
Xorda a presa ruxia,
Brilaban lonxe os lumes fuxitivos.
Ô pe d’o monte, maxestuoso erguíase
N’aldea escura o caseron querido,
C’a oliva centenaria
De cortinax ô ventanil servindo.
Deserta a escalinata,
Soyo o paterno niño,
E enriba d’el caendo misteriosas
C’o as sombras d’o crepúsculo, as d’o olvido.

¿Quen ô pasado volve
Os ollos compasivos?
¿Quen se lembra d’os mortos,
S’inda non poden recordarse os vivos?

N’o ceo, azul crarísimo;
N’o chan, verdor intenso;
N’o fondo d’a alma miña,
Todo sombriso e negro.

¡Qu’alegre romaría!
¡Qué risas e contentos!…
Y os meus ollos en tanto
De vagoas están cheos.

Cubertos de verdura,
Brilan os campos frescos,
Mentras qu’a fél amarga
Rebosa n’o meu peito.

A xusticia po-la man

Aquês que tên fama d’honrados n’a vila
Roubaronme tanta brancura qu’eu tiña,
Botáronme estrume n’as galas d’un dia,
A roupa de cote puñeronma en tiras.
Nin pedra deixaron, en dond’eu vivira;
Sin lar, sin abrigo, morey n’as curtiñas,
Ô raso c’as lebres dormin n’as campías;
Meus fillos… ¡meus anxos!… que tant’eu queria
¡Morreron, morreron, c’a fame que tiñan!
Quedey deshonrada, mucharonm’a vida,
Fixeronm’un leito de toxos e silvas,
Y-en tanto os raposos de sangre maldita,
Tranquilos n’un leito de rosas dormian.

Salvademe ¡ou, xueces! berrey… ¡tolería!
De min se mofaron, vendeum’a xusticia.
Bon Dios, axudaime, berrey, berrey inda…
Tan alto qu’estaba, bon Dios non m’oira,
Estonces cal loba doente ou ferida,
D’un salto con rabia pilley a fouciña,
Rondei paseniño… ¡Ne-as erbas sentian!
Y-a lua escondíase, y a fera dormia
Cos seus compañeiros en cama mullida.

Mireinos con calma, y as mans estendidas
D’un golpe, ¡d’un soyo! deixeinos sin vida.
Y-ô lado contenta, senteime d’as vítimas,
Tranquila, esperando po-la alba d’o dia.

Y-estonces… estonces, cumpreuse a xusticia,
Eu, n’eles; y as leises, n’a man qu’os ferira.

Dios puxo un velo enriva
D’os nosos corazons,
Velo qu’oculta abismos
Qu’él pode ollar tan sô.
Cand’eu penso o que viran
N’o qu’adorand’estou
Homilde e de rodillas
Cal s’adora al Señor,
S’este velo caise
De repente antr’os dous,
Tembro… e incrinand’a frente
Digo,—¡que sabio é Dios!

¡Tas-tis! ¡tas-tis! n’a silenciosa noite
Con siniestro compás repite a péndola,
Mentras a frecha aguda,
Marcand’ un y outro instante antr’as tiniebras,
D’o relox sempre imovil
Recorre lentamente a limpa esfera.
Todo é negrura en baixo,
E só n’altura inmensa,
Só n’anchura sin limites d’o ceo
Con inquietú relumbra algunha estrela,
Cal n’a cinza d’as grandes estivadas
Brilan as charamuscas derradeiras.
Y-a péndola no-mais xorda batendo
Cal bate un corazon qu’hinchan as penas,
Resóa pavorosa
N’a escuridade espesa.
En vano a vista con temor n’o escuro
Sin parada vaguea.
Uns tras d’outros instantes silenciosos
Pasando van, e silenciosos chegan
Outros detras, n’a eternidá caendo
Cal cai o grau n’a moedora pedra,
Sin qu’ o porvir velado ôs mortais ollos
Rompa as pesadas brétemas.

¡Que triste é a noite, y-o relox qué triste,
S’inquieto o corpo y-a concencia velan!

Amigos vellos

Cand’antr’as naves tristes e frias
D’alto mural,
Cal elas fria, cal elas triste,
Ô ser d’a tarde vou á rezar,
Que pensamentos loucos e estraños
 miña mente, veñen e van.

Xordo silencio qu’eu xa conoço
Qu’é meu amigo d’anos atrás
Pero qu’é cheo d’outras lembranzas,
Per’ond’o esprito parez que escoita
Eco mortal,
Reina n’os ámbitos d’a gran basílica,
Con misteriosa serenidad.

Incertas sombras, rayos tembrosos,
Cabo d’o altar,
Pousan, vaguean, foxen y agrándanse
D’adiante atrás.
Y o Santo Apóstol sempre sentado
No seu sitial
De prata e ouro, contempra inmóvil
Con ollos fixos, canto alí está.

Quen fora pedra, quen fora santo
D’os qu’alí hai,
Coma San Pedro, n’as mans as chaves,
C’o dedo en alto como San Xoan,
Un-has tras outras xeneracioes
Vira pasar,
Sin medo â vida que dá tormentos,
Sin medo â morte qu’espanto dá.

Logo s’acaba d’a vida a triste
Pelerinax.
Os homes pasan, tal como pasa
Nube de bran.
Y as pedras quedan… e cand’eu morra
Ti, catredal,
Ti, parda mole, pesada e triste,
Cand’eu non sea, t’inda serás.

Mayo longo… Mayo longo,
Todo cuberto de rosas,
Para algús telas de morte,
Para outros telas de bodas.
Mayo longo, Mayo longo,
Fuches curto para min,
Veu contigo a miña dicha,
Volveu contigo á fuxir.

Lua descolorida

Lua descolorida
Como cor d’ouro pálido,
Vésme y eu non quixera
Me vises de tan alto,
Ô espaço que recorres
Lévame caladiña n’un teu rayo.

Astro d’as almas orfas,
Lua descolorida,
Eu ben sei que n’alumas
Tristeza cal a miña.
Vay contallo ô teu dono
E dille que me leve á dond’habita.

Mais non lle contes nada,
Descolorida lua,
Pois nin n’este nin n’outros
Mundos, terey fertuna.
Se sabes ond’a morte
Ten a morada escura
Dille que corpo e alma xuntamente
Me leve á donde non recorden nunca,
Nin n’o mundo en que estou nin n’as alturas.

Qué pracidamente brilan
O rio, a fonte y o sol,
Canto brilan… mais non brilan
Para min, non.

Cal medran erbas e arbustos,
Cal brota n’a arbor a frol,
Mais non medran, nin frorecen
Para min, non.

Cal cantan os paxariños
Enamoradas canciós,
Mais anque cantan, non cantan
Para min, non.

Cal a natureza hermosa
Sorri á Mayo qu’a mimou,
Mais para min non sorri,
Para min, non.

Si… para todos un pouco
D’aire, de luz, de calor…
Mais si para todos hay,
Para min, non.

¡E ben!… xa qu’aquí n’atopo
Aire, luz, terra, nin sol,
¿Para min n’habra un-ha tomba?
Para min, non.

Estranxeira n’a sua patria

N’a xa vella baranda
Entapizada d’edras e de lirios
Foise á sentar calada e tristemente
Frente d’o tempro antigo.

Interminable precesion de mortos
Uns en corpo no-mais, outros n’o esprito,
Veu pouco á pouco aparecer n’altura
D’o direito camiño,
Que monotono e branco relumbraba
Tal com’un lenzo n’un herbal tendido.

Contemprou cal pasaban e pasaban
Collendo hacia o infinito,
Sin que ô fixaren n’ela
Os ollos apagados e afundidos
Deran siñal nin moestra
D’habela n’algun tempo conocido.

Y uns eran seus amantes n’outros dias,
Deudos eran os mais y outros amigos,
Compañeiros d’a infancia,
Sirventes e veciños.
Mais pasando e pasando diante d’ela
Fono os mortos aqueles prosiguindo,
A indiferente marcha
Camiño d’o infinito,
Mentras cerraba a noite silenciosa
Os seus loitos tristísimos
Entorno d’a estranxeira n’a sua patria
Que sin lar nin arrimo,
Sentada n’a baranda contempraba
Cal brilaban os lumes fuxitivos.

¡Padron!… ¡Padron!
Santa María… Lestrove…
¡Adios! ¡Adios!

I

Aquelas risas sin fin,
Aquel brincar sin dolor,
Aquela louca alegría,
¿Por que acabou?
Aqueles doces cantares,
Aquelas falas d’amor,
Aquelas noites serenas,
¿Por que non son?
Aquel vibrar sonoroso
D’as cordas d’a arpa y-os sons
D’a guitarra malencónica,
¿Quen os levou?
Todo é silensio mudo,
Soidá, delor,
Ond’outro tempo a dicha
Sola reinou…

¡Padron! ¡Padron!
Santa María, Lestrove…
¡Adios! ¡Adios!

II

O simiterio d’a Adina
N’hay duda qu’é encantador,
C’os seus olivos escuros
De vella recordazon;
Co seu chan d’erbas e frores
Lindas, cal n’outras dou Dios;
C’os seus canónegos vellos
Que n’el se sentan ô sol;
C’os meniños qu’alí xogan
Contentos e rebuldós;
C’as lousas brancas qu’o cruben,
E c’os humedos montons
De terra, ond’algun-ha probe
Ô amañecer s’enterrou.
Moito te quixen un tempo,
Simiterio encantador,
C’os teus olivos escuros,
Mais vellos qu’os meus abós,
C’os teus cregos venerables,
Que s’iban sentar ô sol,
Mentras cantaban os páxaros
As matutinas cancións,
E c’o teu osario humilde
Que tanto respeto impon
Cando d’a luz que n’el arde
Vé un de noite o resprandor.
Moito te quixen e quérote,
Eso ben o sabe Dios;
Mas hoxe, ô pensar en tí
Núbrasem’o corazon,
Qu’a terra está removida,
Negra e sin frols.

¡Padron!… ¡Padron!…
Santa María… Lestrove…
¡Adios! ¡Adios!

III

Fun un dia en busca d’eles,
Palpitante o corazon,
Funos chamando un a un
E ningun me contestou.
Petey n’un-ha y-outra porta,
Non sentin fala nin voz,
Cal n’un-ha tomba valdeira
O meu petar resonou.
Mirey po-la pechadura,
¡Qué silensio!… ¡qué pavor!…
Vin no mais sombras errantes
Qu’iban e viñan sin son,
Cal voan os lixos leves
N’un rayo d’o craro sol.
Erguéronsem’os cabelos
D’estrañeza e de delor,
¡Nin un soyo!… ¡nin un soyo!…
¿Dond’están? ¿que d’eles foy?
O triste son d’a campana,
Vagoroso á min chegou…
¡Tocaba a morto por eles!…

¡Padron!… ¡Padron!…
Santa María… Lestrove…
¡Adios! ¡Adios!

Pasade

Brila’rayo d’aurora,
Cal un sono de paz branco e purisimo,
¿Á aquel que naceu cego que ll’importa
O teu fulgor divino?

Xemí serenas ondas
C’o romor d’os pinares,
Músicas ¡ay! e cantos y armonías
Par’un xordo ¿que valen?

¡Pasá!… pasade hermosas,
Feitizo d’os qu’esperan e d’os qu’aman;
Amores e praceres son mentira
Pra quen ten seca a yalma.

¿Por qué, Dios piadoso,
Por qué chaman crime
Ir en busca d’a morte que tarda
Cando á un esta vida
Lle cansa e lle afrixe?

Cargado de penas,
¿Qué peito resiste?
¿Cal rendido viaxeiro non quere
Buscá-lo descanso
Qu’o corpo lle pide?

¿Por qué s’un non rexe
As dores qu’o oprimen?
¿Por qué din que t’amostras airado
De qu’un antr’as tombas
A frente recrine?

Inferno n’o mundo,
E inferno sin límites
Mais alá d’esa coba sin fondo
Qu’a yalma cobiza
Qu’os ollos non miden.

S’é qu’esto é verdade,
¡Verdade terrible!
Ou deixad’un inferno tan soyo
De tantos qu’eisisten
Ou si non, Dios santo, piedade d’os tristes.

¡Soya!

Eran craro-los dias
Risoña-l’as mañâns,
Y era a tristeza sua
Negra com’a orfandá.
Iñase a amañecida
Tornaba c’o a serán…
Mais que fora ou viñera
Ninguen ll’o iña á esculcar.
Tomou un dia leve
Camiño d’o areal…
Como naide a esperaba,
Ela non tornou mais.
Ô cabo d’os tres dias
Botouna fora o mar,
Y alí ond’o corvo pousa,
Soya enterrad’está.

Libro III. Varia

N’hay peor meiga que un-ha gran pena

I

—Marianiña, vait’ô rio;
—Deixa ña nay qu’aquí estea,
Qu’eu non vexa a luz do dia,
Que a luz á min non me vexa.
—¿Qu’estás dicindo rapaza?…
—Que onte â mañan n’a debesa
A yaugua se tornou roxa
Cando me fun lavar n’ela;
Qu’en baixo dos meus peíños
Iñanse muchand’as erbas,
Que ô ferirme o sol n’a cara
Tornouma color d’a cera;
Que os ourizos d’os castaños
N’os meus cabelos s’enredan,
Qu’as espiñas d’os espiños
Contra min se volven feras;
Qu’ô pasà-l-as corredoiras
Prenden en min as silveiras;
Que me pican as ortigas;
Que me mágoan as areas,
Y os paxariños ô verme
Din cantand’en son de queixa:
¡Vay á morrer Marianiña!…
¡Rezade todos por ela!

—¡Ay, miña virxe d’o Carme,
Que a miña filla está enferma!
¡Ay Dios! que m’a enfeitizaron…
¡Ay, qu’a abafou un-ha meiga!
Non foras ti tan bonita,
Naide envidia che tivera.
Prenda d’as miñas entrañas,
Ven á min, non tomes pena,
Que has d’ir á San Pedro Martir,
Mais que boys e vacas venda…
—Mi madriña, mi madriña,
Levaime á donde quixeras,
Mas para min n’hay remedio
En todo o redor d’a terra,
Sinon é n’un corazon
Que m’oprime antre cadeas,
Si n’é n’un-ha mala boca
Que me pragueou maldicenta…

—¿Quen te pragueou, ña filla?
¿Que males, meu ben, fixeras?
—Non mo preguntés, mi madre,
Vale mais que nunca o sepas.
Secretos d’esta feitura
Deben dormir antr’as pedras.
—Fala, rapaza, que sinto
Ferverme o sangre n’as venas.
—Qu’eu non vexa a luz d’o dia,
Que a luz á min non me vexa…
Mi madriña, mi madriña,
Non me maldizás cal ela.
Deixám’ir co meu sacreto
Dormir n’o fondo d’a terra.
—Non irás co teu sacreto.
Non irás, anque ben queiras;
Qu’alí á preguntarcho fora
Tu madre, e alí responderas.
—¡Ay, mi madre! era bonito
Coma os anxos d’as igresias,
Era en falas amoroso,
Muito, muito, mais que as sedas,
Era doce… muito, muito,
Mas que a mel que say d’a cera.
Olía á rosas de Mayo,
Seus ollos eran estrelas,
E tiña cal ouro puro
A enrisada cabeleira…
—Acaba, Mariana, acaba,
Que o corazon se m’aperta…
¿De quen falas? dimo, dimo…
¿Ou quizais soñaches, nena?
—Non soñei, mi má, non soño,
Anque soñar ben quixera.
Folguey c’o conde, señora,
Prometido d’a condesa.
Falábam’antr’os carballos
Cand’iba ô monte por leña,
Falábame ô pé do rio,
N’as tardes do vran serenas,
Faley con él… ¡ay, falára,
Mi madriña a vida inteira!
—¡Ay! miña Virxe querida,
Qu’a miña filla está enferma,
Enferma de mal d’amores
Qu’enfermaron a honra d’ela.
Ben fan en cantarch’os páxaros,
Marianiña, miña prenda:
«¡Vay á morrer Marianiña!
¡Que rezen todos por ela!»

Marianiña vay secando,
A probe sin sangre queda,
N’hay alimento que tome,
N’hay augua que ll’apeteza.
Amigas n’hay qu’a consolen,
Músicas n’hay que a entreteñan,
Y â vista do sol acora,
Y â vista das frores tembra.
A sua nay anda tola
En busca de santas erbas,
Que n’o leito de Mariana
Pon de noite â cabeceira,
E vay d’hermida en hermida,
Leva ofrenda tras ofrenda
Á cada bendita virxe,
Á todo-l-os santos reza
Y âs ánimas lles pon luces
Para que pidan por ela.
Pero non sanda Mariana,
Mariana sin sangre queda…
Todos dîn qu’un-ha chuchona
Ven de noite a chuchar n’ela,
E hay algun que veu de noite,
A compaña po-l-aldea.

II

—¿Conque morre a namorada?
¿Por min morre a linda nena?…
¡Nunca! porqu’eso non fora
Dino d’a miña nobreza.
Enxugad’esas bagullas,
Non chores mais, probe vella,
Que a nena d’as trenzas longas
Ben pronto será condesa.
Vamos á darlle’esta nova,
Vámonos á cabo d’ela.
E a trote largo camiñan
Po-l-o medio d’a debesa.

—Meu señor… ¿n’oís os corvos?
Veñen camiño d’a aldea…
Mirá cal baten as alas…
Cal baten as alas negras.
—Deixá que as batan, qu’é cousa
D’os corvos facer tal moestra.
—Señor, señor… ¡como chilan!
¡Que agoreiramente berran!
É porque adiviñan a morte,
É que mortandade hay cerca.
—¡Habráya! que Dios acolla
Á aquel que deixa esta terra.
—Meu señor, tocan á morto…
¡Ay! tocan n’a nosa igrexa…
¡Ña virxe! ¿Quen morreria?
—Non pensés en quen morrera,
Pensá, ña vella, tan soyo
Na vosa filla que pena.
—Señor, señor… pouco andamos,
Picáde, por Dios, espuela,
Qu’ô salir â mañanciña,
N’habia enfermos n’a aldea
Sinon era miña filla,
Que tiña o color d’a terra
Y os pés com’a neve frios,
Y as manciñas coma cera,
Y ô redor d’os tristes ollos
Un-has coma manchas negras.
—Afrixísme co eses ditos,
E aguillóame a impacencia…
Medio condado daría
Por salvar a vida d’ela;
D’a mais fermosa villana
Qu’hay en toda a redondeza.
Mas s’é qu’atopase morta,
Si tal nos acontecera…
Xa qu’a matase, hastr’a morte
Hey de facer penitencia.

Morreu, morreu Mariana,
O conde víun’antr’as velas,
Mais ela no veu á el
Qu’antes de chegar morrera.
Morreu como un paxariño,
Y antr’os lenzos qu’a rodean
Parés un anxel qu’agarda
Que veñan d’o ceu por ela.


Ninguen soupo que d’amores
E que d’olvido morrera.
Uns dixeron qu’un-ha praga
Con ela n’a tomba dera;
Outros contaban que fora
D’abafada d’un-ha meiga…
Mais por ela o conde fixo
Hastra ô seu fin penitencia.

Vamos bebendo

—Teño tres pitas brancas
E un galo negro,
Que han de poñer bós ovos,
Andand’o tempo.
Y hei de vende-los caros
Po-lo Xaneiro.
Y hei de xuntá-los cartos
Para un mantelo,
Y heino de levar posto
No casamento,
Y hei…
—Pois mira, Marica,
Vay por un neto
Qu’antramentas non quitas
Eses cerellos,
Y as pitas van medrando
C’o galo negro,
Para poñé-los ovos,
E todo aquelo
Do xaneiro, d’os cartos,
Y o casamento,
Miña prenda da yalma
¡Vamos bebendo!

—Un verdadeiro amor é grande e santo,
D’os encantos encanto,
Y é doce… doce antr’as dozuras todas.
—Seica por eso tanto
Tras d’un’has y outras modas,
Dalle por empachar, anque ben sabe.
—¿Por mais qu’acabe en bodas?…
—Anqu’en bodas acabe;
Pois coma todo doce, miña vida,
Y esta é cousa sabida
Coma que queima o fogo,
Canto mais com’un d’el, repuna logo.

—Non cantes, non chores, non rias, non fales,
Nin entres, nin sallas sin m’o perguntare.
¡Válate San Pedro, con tanto gardarme!
—Pois de qu’así sea, nena, non t’asañes,
Que cantes, que chores, que rias, que fales…
¡Can pasa! n’un tempo, meniña, diranche.

¡Adiante!

N’o escuro pavoroso
Y antr’o xordo romor d’os pinos bravos
Qu’a tempestá azoutaba com’a escravos,
Oyeuse, como queixa de raposo
Un asubio medoso.

E un layo de temor que daba frio,
Ô medoso asubio,
Respondeu dend’o fondo d’a espesura
Aumentando n’o espiritu a tristura
Que daba o ronco marmurar d’o rio.

Antr’as negras ribeiras manso e lento,
Como corre o abatido pensamento
Antr’os tristes remorsos y a esperanza,
Iña á compás do vento
Correndo tras d’a estensa lontananza.

Mais cabe d’ancha orela,
Misterioso e agachado un centinela,
N’un-ha lancha d’o Miño apousentaba;
Y a arma n’a man y en vela
Á través d’a ramaxen axexaba.

¡Nin âs escuras!…

I

—Tod’está negro, as sombras envolven a vereda,
E nin o ceu ten ollos, nin o pinar ten lengua.

¡Vamos! D’o que hay oculto, ¿quen midéu as fonduras?
¡Alma n’habrá que sepa!… ¡ven!… a noit’está escura.

—¿Escura?… mais relumbra non sei que luz traidora…
—É un-ha estrela que brila, n’as auguas bulidoras.

—¿E non oyes que runxe algo ond’aquel herbal?
—É o vento que anda tolo, corrend’antr’a follax.

—Escoita, sinto pasos, e asoma seica un bulto…
—¡S’é un vivo, matarémolo! non fala s’é difunto.

—Mais aquí ond’este cómaro, hay un-ha cova fonda,
Ven, e santos ou deños, que nos atopen ora.

II

¿Á donde irei conmigo? ¿Donde m’esconderei,
Que xa ninguen me vexa y eu non vexa á ninguen?

A luz d’o dia asómbrame, pásmame a d’as estrelas.
Y as olladas d’os homes, n’a yalma me penetran.

Y é que o que dentro levo de min, penso que ô rostro
Me sai cal sai d’o mare, ô cabo un corpo morto.

¡Houbera, e que saira!… mais non, dentro te levo:
¡Fantasma pavoroso d’os meus remordementos!

Xigantescos olmos, mirtos
Que brancas frores ostentan
Un-has con cogollos inda,
Outras que o vento esfollea.
Buxos que xa contan sigros
E que xuntos verdeguean
Formando de rama e troncos
Valos que naide atravesa;
E n’os que moy descansadas
Fan o seu niño as culebras.
Loureiros irmans d’os buxos
Po-la altura y a nacenza,
Pois arraigaron á un tempo
N’o mais profundo d’a terra.
Limoeiros e laranxos
Qu’o verde musgo sombrean
Y olido esparcen d’azare
Con que a xente se recrea.
Eternos bosques en donde
Sombrio misterio reina,
Onde sô os paxaros cruzan
Po-las tristes alamedas
Onde ô marmular as fontes
Un coidara que se queixan,
Y ond’o mesmo sol d’o estio
Melancónico penetra.
Y en medio d’esta espesura
E d’esta hermosa tristeza
Nun-ha casa inda mais triste,
Sí de fachada soberba,
Alí din que ten o niño
A nai de toda-las meigas:
Casa con portas de cedro,
En cada ventana reixa,
Cociña coma de monxes,
Silencio coma d’igrexa,
Criados que non dan fala,
Cans que morden como feras,
Alí a viron negra e fraca
Com’un-ha gata famenta
N’o mais san e mais frorido
D’a hermosa terra gallega.
Y estes mals que nos afrixen
Din que todos veñen d’ela…
¡Mais socede n’esta vida
Que os que tên culpa n’a levan!

Cada cousa n’o seu tempo

D’o alegre Mayo, un-ha alborada fresca
Foit’á sorrir n’o outono malencónico,
E por nadal os membros ateridos
Quentache ben contente, á un sol d’agosto;
Despois trembaches espantado, e fuches
Buscand’a sombra inquieto e pesaroso,
Mais a mamoria preguizosa, tarde,
Trouxera ô teu recordo
Que aqueses cambios bruscos
Raros e intempestosos
De loitos e pesares, n’esta vida,
Sinal segura eternamente fonon.
E tras d’aquel calor que ch’emprestara
N’o inverno un sol d’agosto
So sentiche d’a frebe o mortal frio
Qu’ helou hastr’os teus osos.
As cousas n’o seu tempo
Y as feras n’o seu tobo.

Cabe d’as froles a nena
Cant’alegre o seu cantar,
Y é branca com’azucena
Pálida como o luar.
E ond’a boquiña un lunar,
Gracioso lle dou Dios, tan feito, tanto,
Qu’é de todos o encanto.

¡Cor de luar… que cor lindo!
Uns ollos cal noit’escura,
Labios que falan sorrindo
Y aquel sinal… fermosura
Mais, non cabe en criatura
Qu’a que Dios quixo darche, linda rosa,
Doce, casta e preciosa.

Ser amada, ese é o teu sino,
Amada cal n’outra houber,
E ¡que dichoso destino!
Ser querida e ben querer.
Hey a ambicion d’a muller
E o soyo ben que buscan sin medida
N’esta mísera vida.

Pero nena alunarada,
¿Sabes o qu’o refran di?
Qu’é en amores desdichada
A que un lunar ten así.
E tamen din qu’o eres ti,
Á pesar d’as risadas d’os teus labios
Que non saben d’agravios.

En bon hora, ó en mal hora
Que n’esto d’enamorar,
Tamen se mete a traidora
Mala sorte á traballar.
E métese á enfeitizar
Corazons inocentes e almas puras
N’afeitas á amarguras.


¡Ay d’a nena alunarada
Pálida como o luar!
Como canta o seu cantar
Tan serena e sin pensar
Que a que lunares ten, fertuna esquiva
Lle ha de ser mentras viva.

Alegre e dichosa canta
Aquela linda canzon,
Que trai a sua mente tanta
Querida recordazon,
Que asin é, coma oracion
Que a yalma, triste, con amor marmura
Pedind’a Dios ventura.

Y ela non pensa toliña
E non maxina a coitada
Que mal tras d’o amor camiña
E ten fertuna menguada.
A que nase alunarada:
Que a que ten un lunar tan primoroso
Nunca terá reposo.

Tan soyo t’agardan penas
Linda rosa a d’o lunar,
As grandes tras d’as pequenas,
Un-ha tras outra á chamar
 tua porta han de chegar,
Que naide, tal é a forza d’o destino,
Naide torce o seu sino.

Pelouro que roda

Dou encomezo pensando,
Despois, gustoulle pensar,
E d’este gusto o deseyo
Á toda presa se vay.

E decote descendendo
Descendendo sin parar,
Desd’o deseyo ô pecado
Á toda presa se vay.

A disgracia

¿Por qu’existe? ¿quen é? ¿dond’a soberba
Morada ten? ¿arteira en donde habita?
Sono lixeiro ou pasaxeira nube
Pra moitos é, qu’apenas deixa rastro.
Outros os golpes alevosos sinten
Que ll’asesta con negra traidoría
Dend’o comenzo ô fin d’a vida escrava.
Pero n’a ven, anque a mirada tendan
Arrededor, para evitaren, cantos
O seu bafo pestífero, n’atopan
N’o espazo, nin n’a terra, nin n’o mare,
Anqu’ela en todo está sempre dañina.


O mal d’o inferno é fillo, o ben d’o ceo;
A disgracia ¿de quen? Loba que nunca
Farta se vé, que o seu furor redobra
D’a fonda frida, â vista ensangrentada,
¿De donde ven? ¿que quer? ¿porque a consintes,
Potente Dios, que os nosos males miras?
¿Non ves, Señor, que o seu poder afoga
A fé y o amor, no esprito qu’en ti fia?
¡Como endurece o corazon que un tempo
Era todo brandura! ¡como mata
D’a espranza a luz, que un resprandor tranquilo
N’os astros, derramaba d’a esistencia,
Nova forza prestando ô pé cansado
E mais valor a yalma temerosa!
Tod’o mucha ô seu paso, a pranta sua
Maldita, todo para sempr’estraga.
Todo a sua lama pegaxosa entrubia.
¡E que oco tan profundo fay en torno
D’aquel a quen persigue! ¡como fuxen
As xentes d’él pra non oir os layos
Que o seu penar ll’arrinca, ou a espantosa
Brasfemia que con labio balbucente
Á sí mesmo mordendose prenuncia!
Que apestado n’ecsiste n’esta vida
Que tanto horror a humanidade cause
Como o que d’a desgracia vay tocado.

¡E como non, s’o ben contr’el se volve,
S’o mesmo sol non loce ond’él habita,
S’a fonte onde beber, envenenada
De cot’está: s’o pan se volve asentes
Para seu paladar, y o mar sin fondo
Enxoito n’un instante se quedara
S’él n’a onda amarga s’afogar quixera;
E n’os brazos d’a morte que aborrece,
A mesma morte, o deixa abandonado!

¡Ah, piedade, Señor! ¡Barre esa sombra
Qu’en noit’eterna para sempr’envolve
A luz d’a fé, d’o amor e d’a esperanza!
Sombra d’horror que os astros briladores
Escurece d’os ceos, que un novo inferno
N’este mundo formou, e un mundo novo,
Donde todo valor perd’os seus brios
E toda forza sin loitar s’estrela,
Ond’as tinebras d’a impiedá, estendidas,
Borran todo camiño que á tí guie.

¡Dios de bondá, c’o teu potente sopro,
De n’os aparta ese fantasma horribre
Que a desesperazon dá por remate;
Pois xa abasta c’as dores, c’a miseria
D’a carne fraca, e c’o a infalibre morte,
Pra tormento e castigo d’os que tristes
Porque pecaron, viven desterrados
D’a patria celestial por que suspiran!

¡E ben! cando comprido
Teñás ese ardentísimo deseo,
O meu rir sin descanso será estonces,
Anqu’un rir triste e negro.

Dendes d’o meu corruncho solitario
Estarey axexandovos sereno,
E tras da primadera e tras do estío,
Verey cal chega para vos o inverno.
¡E qu’inverno tan triste,
Tan áspero e tan fero…!

Como n’outono as follas cân d’os árbores,
D’os vosos corazos irán caendo
As brancas ilusions con que crubiades
O chan do simeterio
En donde os nosos mortos dormen xuntos
Do olvido n’o silencio.

E n’as negras mortaxas qu’os envolven,
Diante de vos aparecer verédelos,
Decindo:—«N’era aquelo o que buscabades,
Cando engañados insultâst’os ceos…
¡N’era aquelo sin duda, desdichados,
Mais… tampouco era esto!…»
Y eu desd’o meu corruncho sorrireime
C’un sorrir triste e negro.

Sin niño

Por montes e campías,
Camiños e espranadas,
Ven un-ha pomba soya,
Soya de rama en rama.

Síguena as probes crias,
Sedentas e cansadas,
Sin qu’alimento atope,
Pra darlles a bicada.

Tray manchada-l-as prumas,
Qu’eran un tempo brancas,
Tray muchas e rastreiras
Y abatida-l-as alas.

¡Ay! probe pomba, un tempo
Tan querida e tan branca,
¿Ônde vay o teu brilo…?
¿O teu amor ônd’anda?

Eu por vos, e vos por outro

—A linda, a grande señora,
De non vista fermosura,
¿Ônd’irá tan á deshora,
N’un-ha noite tan escura?
¿Ônde irá con tal premura?

Vay enfouzando n’a lama
O zapatiño de seda…
¡Po-lo toxal vay a dama,
Y-o dôno antr’holandas queda!…
Bon sôno Dios lle conceda.

Qu’él durma, q’eu velarey
Po-la dona mais fermosa
Que vin n’o mundo e verey;
Xardiñeiro, coido a rosa
De cuyo olido outro gosa.

Coido d’ela noite e dia,
Sin descanso nin sosego,
Qu’atopálo non podria;
Corpo e yalma, no-n-o nego,
Á esa tareya m’entrego.

E anque d’esto nada sabe,
Eu sey canto poido d’ela,
Mais, que tal saber m’acabe…
Say, pombiña, say, estrela,
Qu’un valente por ti vela.


¿Á donde vay? a escondida
Porta s’abre paseniño…
Romor de seda comprida
Runxe alá po-lo camiño
Que vay d’a fonte ô muiño…

N’a vexo, mais ela é,
Chégame o seu doce olido,
Sento o pisar d’o seu pé,
Y-o meu corazon ferido
De pracer dou un batido.

Nobre dama, linda dona
D’os corazós que prendás,
Perdóname si, perdona
Si che sigo á donde vas,
¿Non vés qu’en perigro estás?

En noite tan tempestosa
¿Quen vos meteu tal deseyo?
¡Enlamugarse así a rosa…!
E n’o meu corazon leo
Que non levás pan no seo.

¿E si atopás a compaña?
¿E si vos say a estadea?
¿Si con falas vos engaña
E vos pon mantel e cea,
Mentras tróa e lostreguea?…

N’irés soya, pesi a vos,
N’irés mentras qu’eu alente,
Pois fora atentar á Dios.
Señora, Dios non consente
Qu’o perigro busque a xente.

Sin que sepás que vos sigo,
Irey tras de vos agora,
Por si vos tenta o enemigo.
Y-entanto non say a aurora
Non vos deixarey, señora.

—¡Adios… adios, dama hermosa!
¡Darvos á tan malos modos!…
Non vos levou a compaña,
Mais o enemigo levóuvos.

Embargam’o asombro a yalma…
¡Ay, amor tolo… amor tolo!…
Ben dí aquel refran sabido:
Eu por vos, e vos por outro.

—¡Valor! qu’anqu’eres como branda cera,
Aquí en perigro estamos,
E n’outro lado a libertá che espera,
Qu’aquí ninguen che dera.
—Vamos, señor, á donde queiras… ¡Vamos!

—Tan nobre eres, meu ben, com’ esforzada,
Mais, ¡tembras coma a cerva acorralada,
Ora que xuntos por ventura estamos
Para fuxir, ña prenda namorada!…
—¡Pois, fuxamos… fuxamos!…

—¿Tès medo, miña vida,
A sères nos meus brazos sorprendida
E a que xuntos, amándonos morramos?
—¡Ay, non, qu’a dicha así fora cumprida…!
Mas, partamos… partamos…
¡E adios, paz e virtù, sempre querida!

Dulce sono

Baixaron os ánxeles
Adond’ela estaba,
Fixeronlle un leito
C’as pracidas alas,
E lonxe a levano
N’a noite calada.
Cando a alba d’o dia
Tocou a campana,
E n’o alto d’a torre
Cantou a calandria;
Os ánxeles mesmos,
Pregada-l-as alas
—«¿Por qué, marmurano,
Por qué despertála?…»

—Espantada, o abismo vexo
Á onde camiñando vou…
¡Corazon… canto és tirano,
Y és profundo, meu amor!
Pois eu, sin poder conterme,
N’escoito mais qu’unha voz,
E adond’ela quer que vaya
Sin poder conterme, vou…

—Hoxe, â noite, des que durman,
Sairey po-lo ventanil;
Daránm’as sombras alento…
¡E adios, casa onde nacin!
Honra que tanto estimey,
Santidade do meu lar…
¡Po-lo meu amor vos deixo
Para toda a eternidá!
¡Señor!… darésme castigo,
Qu’o merezo ben o sey;
Mais… condenáme Señor,
Á sufrilo cabo d’él.

—Para a vida, para a morte,
E para sempre en jamás,
Pedint’á Dios, e Dios dóuteme
Por toda unha eternidá.
Para a vida, para a morte,
E para sempre en jamás,
Quero ser vosa, e que séades
O meu Señor natural.
—Mais a que así querer sabe
Non debe ter pai n’irman,
Nin home, s’é qu’é casada,
Nin fillos, s’acaso é nay.
—Espanta o qu’estás decindo…
Mais eu sinto qu’é verdá;
Lévame, señor, qu’irey
Ônde me queiras levar…
—Pois vente… ¿Qu’importa o mundo
Á quen ten a eternidá?
Xuntos hemos de vivir,
Xuntos nos han d’enterrar.
E os nosos corpos aquí,
E as nosas almas alá,
Quer Dios qu’en union eterna
Estén pra sempre jamás…

Cal ô paxaro a serpente,
Cal â pomba o gavilan,
Arrincouna d’o seu niño
E xa nunca á él volverá.

N’a tomba d’o xeneral inglés Sir John Moore morto n’a batalla d’Elviña (Coruña) o 16 de xaneiro de 1809

¡Cuan lonxe, canto, d’as escuras niebras,
D’os verdes pinos, d’as ferventes olas
Qu’o nacer viron!… d’os paternos lares,
D’o ceo d’a patria, qu’o alumou mimoso,
D’os sitios, ¡ay! d’o seu querer, ¡que lexos!…
Viu á caer, baix’enemigo golpe
Pra nunca mais se levantar, ¡coitado!
¡Morrer asin en estranxeiras playas,
Morrer tan mozo, abandoná-la vida
Non fart’ainda de vivir e ansiando
Gustar d’a froita que coidad’houbera!
¡Y en vez d’as pónlas d’o loureir’altivo
Que d’o heroe a testa varonil coroan
Baixar â tomba silenciosa e muda!…

¡Ou brancos cisnes d’as britanas islas,
Ou arboredos que bordás galanos,
D’os mansos rios as ribeiras verdes,
Y os frescos campos donde John correra!…
S’a vos amargo xemidor sospiro
Chegou d’aquel que n’o postreir’alento
Vos dixo ¡adios! con amorosas ansias
Á vos volvend’o pensamento último,
Que d’a sua mente s’escapaba inxele,
¡Con qué pesar, con qué dolor sin nome
Con qu’estrañeza sin igual diríades
Tamen ¡adios! ô que tan lonxe, tanto,
D’a patria, soyo, a eternidás baixaba!

Y o gran sillon, a colgadura inmóvil
D’o para sempre abandonado leito;
A cinza fria d’o fogar sin lume
A brand’alfombra que leal conserva
D’o pé d’o morto un-ha sinal visibre,
O can qu’agarda po-lo dono ausente
Y o busca errante por camiños hermos,
As altas herbas d’alameda escura
Por ond’él antes con solás paseaba,
O sempr’igual mormoruxar d’a fonte
Dond’él n’as tardes a sentarse iña…
¡Cal falarian sin parar de Moore,
C’o seu calado afrixidor lenguaxe,
Ôs ollos ¡ay! d’os que por él choraban!
¡Xa nunca mais… xa nunca mais ¡ou! triste
Ha de volver, onde por él esperan!
Parteu valente, á combatir con groria.
Parteu, parteu… e non tornou, qu’a morte
Segoun’alí n’os estranxeiros campos,
¡Cal frol que cae ond’a semilla sua
Terra n’atopa en qu’arraigar poidera!

Lonxe caiche, pobre John, d’a tomba
Onde c’os teus en descansar pensaras.
En terr’ allea ind’os teus restos dormen
Y os que t’amaron e recordan inda,
Mirand’as ondas d’o velad’Oceano,
Doridos din, desd’as nativas prayas…
«¡Aló esta él, tras d’ese mar bravio
Aló quedou, quisais, quisais por sempre;
Tomb’onde naide vay chorar, cobexa
Amadas cinzas d’o que nós perdemos!…»
Y os tristes ventos y as caladas brisas,
Qu’os mortos aman si lexanos dormen
D’o patrio chan, á refrescarte veñen,
D’o bran n’a noite calorosa, e traen
Pra ti n’as alas cariñosas queixas,
Brandos suspiros, amorosos ecos,
Algun-ha vagoa sin secar, que molla
A seca pedra d’o mausoleo frio,
D’o teu país algun perfum’agreste.

¡Mais que fermosa e sin igual morada,
Lle coup’en sort’ôs teus mortales restos!…
¡Quixera Dios que para ti non fora
Nobr’estranxeiro habitacion allea!…
Que n’hai poeta, ensoñador esprito
Non pod’haber, qu’ô contemprar n’outono
O mar de sec’amarillenta folla
Qu’o teu mausoleo con amor cobexa;
Qu’ô contemprar n’as alboradas frescas
D’o mes de Mayo as sonrosadas luces
Qu’alegres sempre á visitarche veñen
Non diga «Asin cand’eu morrer, poidera
Dormir en paz, n’este xardin frorido,
Preto d’o mar… d’o cimeterio lonxe…»
Que ti n’escoitas en jamás ¡ou, Moore!
Choros amargos, queixumbrosos rezos,
Ni-os outros mortos á chamarte veñen,
Pra que con eles n’a calada noite
A incerta danza d’os sepulcros bailes.
Sô doçe alento d’o cogollo qu’abre,
D’a frol que mucha o postrimeiro adiose,
Loucos rebuldos, infantiles risas,
De lindos nenos qu’á esconderse veñen,
Sin med’á tí tras d’o sepulcro branco.
Y algun-ha vez ¡moitas quizais! sospiros
D’ardent’amor, qu’o vento leva donde
Dios sabe sô… por sin igual compaña
Dichoso tês n’habitacion postreira.
¡Y o mar, o mar, o bravo mar que ruxe
Cal rux’aquel que t’arrolou n’a cuna,
Mora onda tí, ven á bicar as pedras
D’un chan d’amor que con amor te garda,
Y arredor teu deixa crecé-las rosas!…
Descans’en paz, descans’en paz, ¡ou, Moore!
E vos qu’o amás, d’o vos’honor celosos
Fillos d’Albion, permanecei tranquilos.
Terra fidalga é nosa terra,—tanto,
Cal linda Dios a quixo dar—ben sabe
Honra façer á quen merece honra
Y honrado así, cal mereceu, foi Moore.
Soyo n’está, n’o seu sepulcro; un puebro
C’o seu respeto compasivo vela
Po-lo estranxeiro á quen traidora morte
Fixo fincar lonxe d’os seus y á alleos
Vir á pedir o derradeir’asilo.

Cando d’o mar atravesés as ondas,
Y o voso hirman á visitar vayades,
Poñé n’a tomba o cariñoso oido,
E si sentis rebuligar as cinzas
E s’escoitás indefinibres voces
E s’entendés o qu’esas voces digan,
A yalma vosa sentirá consolo.
¡El vos dirá qu’arrededor d’o mundo
Tomba mellor qu’a qu’atopou n’achara
Sinon d’os seus antr’o amoroso abrigo!

I

Cal grasiosa brandeas
O teu corpo lixeiro,
Si bailas nos estrados
C’aquel galan soberbo,
Brandea o norte as ponlas
Xentís d’os ameneiros;
Y un-ha tras outra folla
De cor amarillento
Vay deixando, enredada
N’os teus rizos cabelos,
Triste coróa póndoche,
Tan mucha, Dios d’o ceo,
Com’a que n’a alma tua
Pon o teu pensamento…
¡É que se vay o outono!
¡É que se ven o inverno!

Mas inda n’as fonduras
D’o ameno vál, serenos
Sopran ventos soaves,
Qu’aromas trân d’o ceo.
Inda n’a farta veira
Cuberta de xilmendros
Por onde corre o Miño,
Maxestüoso e lento.
Do bran s’oye o mais doce
Sospiro derradeiro
Qu’alí quedou durmindo
Antr’o romeu y o espriego,
Como quedou un rayo
D’espranza n’o teu peito.

II

Mas ô que ten mal sino,
Mal sino o seguirá,
Qu’as rápidas correntes
Non volven nunca atrás.
¿Qu’aspéras, s’a esperanza
Caso de ti non fay?…

Adiante, pelegrina,
Da fin ô teu romax,
Qu’anqu’acabar non queiras
Aló t’han de levar
D’o teu mal fado as ondas
E os fortes huracans.

¡Qu’inda tés fé…! Terála,
Ña probe, n’o teu mal,
Terála n’as espiñas,
Que t’han d’atormentar,
N’a fel que pezoñosa
Sin sede beberás,
N’o pan amargo e duro
Que t’alimentará.

Nunca d’o mar as ondas
Doces se tornarán,
Nunca tua sorte terca
C’a dicha amainará,
Nin c’a ilusion t’alentes
D’un brando descansar;
Que só o sono d’a morte
O triste dorme en paz.

Acaba logo, acaba,
O teu triste romax,
Qu’ô qu’en mal sino nace
Mal sino o seguirá.
N’as alas d’a disgracia
O teu destino vay,
E as rápidas correntes
Non volven nunca atrás.

Sin terra

—¡Calade ou ventos nouturnos,
Calá fonte d’a Serena,
Qu’alá por cabo d’as Trompas
Quer’oir quen chega!

Calaron os ventos todos
Xurrou a fonte mais queda,
E vin qu’iban á enterrar
O corazon d’ela.

Vina despois inda viva
Por campos e por devesas,
Mais iña par’un-ha tomba
Pedindo terra.

Nón-n’atopou, e por eso,
Amostra âs vistas alleas
Inda aquel corazon morto
A sua cangrena.

Para uns negro,
Para outros branco;
E para todos,
Traspoleirado.

I

—Sé astuto s’é que sabes,
Víngate d’as ofensas s’é que podes,
Ô que che sirva, págalle,
Mais a quen non che de, nunca lle dones;
Porque a moral d’os santos
Non reza sempre c’a moral d’os homes.

Esto un gallego montañés e rudo
Farto d’humillaciós, e de rencores,
Ô agonizar ll’aconsellaba á un fillo,
Herdeiro d’os seus mals e de seu nome.

II

—Sé inxenuo e leal sempre,
Perdoa a quen t’ofenda
Fay ben de cote á amigos y enemigos
Y â porta franca, sin temor, espera,
N’hay mais que un Dios y un-ha moral que salve
Os tristes fillos d’Eva.

Esto a probe viuda
D’o montañés, morrendo antr’a miseria
Resinada ô seu fillo lle dicia…
Y á Dios o esprito ll’entregou serena.

III

E fixolle él as honras,
Mais tan só con xemidos e con vagoas;
Crego non houbo ô rededor, que â probe
O enterro de limosna lle cantara.
N’un corruncho d’o adro
Ond’as ortigas ásperas medraban,
Sin cruz, señal, nin lousa
Alí quedou perdida e sepultada;
E triste o fillo e soyo,
Tornou sañudo a solitaria casa.

—Meu pai doum’un consello, iña pensando,
E miña nay doum’outro;
E s’ela tiña santidá e concencia,
Esprencia el tiña e sabidá d’abondo.
Son fillo d’el e d’ela…
Partirey pois a hirencia de dous modos;
Ña nay, fareille ben á quen cho fixo…
Meu pay, vinganza piden os teus osos.

Tristes recordos

Un-ha tarde alá en Castilla
Brilaba o sol cal decote
N’aqueles desertos brila.

Craro, ardoroso e insolente,
Con perdon d’él, pois n’é modo
Aquel de queima-l-a xente,

E secar con tales brios
A probe inxeliña pranta,
A fonte, os sedentos rios.

Un-ha tarde, ¡ou que tristeza
M’acometeu tan traidora,
Vendom’en tal aspereza!

¡Á donde vin a parar!
Pensaba mirand’o ceo
Par’a terra non mirar.

Por qu’o ceo era, eso si,
Un mais ou menos azul,
Com’o que temos aquí.

Mentras que’a terra ¡bon Dios!…
Señor, ¿posibre será
Que aquela a fixeses vos?

Mais ¿por qu’estrañarme tal
S’as cousas que vos facés
Jamás as facedes mal?

Fixestes tan tristes llanos,
Mais fixecheos, Dios cremente,
Soyo para os castellanos.

¡Ay! cada pomba ô seu niño,
Cada conexo ô seu tobo,
Cada yalma ô seu cariño.

Aquesto m’eu repetia
N’aquela tarde, recordo
De negra malencolía.

E namentras, contempraba
D’a igual, extensa llanura
A terra que branqueaba.

D’o largo pinar cansado
A negra mancha sin término,
D’o puebro o color queimado.

Y antr’o chan y o firmamento
As nubes de denso polvo,
Qu’iba levantand’o vento.

¡D’o deserto fiel imaxe,
C’o mesmo alento de brasa,
C’o mesmo ardente coraxe!

Ô lonxe o mular pasaba,
Viña a tourada mais preto,
A ovella enferma balaba.

E n’o xa queimado espiño
Fuxindo d’o sol ardente
Pousabase o paxariño.

¡Dios mio, que ansia cativa!
Pesaba en min a tristeza
Cal se m’enterrasen viva.

Lembranzas d’a terra hermosa,
Calmá c’a vosa frescura
As penas d’alma chorosa.

Por qu’ese sedento rio
Envolto en malinas brétemas,
Dá callentura, dá frio.

De pronto oin un cantar,
Cantar que me conmoveu
Hastra facerme acorar.

Era a gallega canzon,
Era o ¡alalá!… que fixo
Bater o meu corazon.

Con un estraño bater,
Doce, com’o ben amar,
Fero, com’o padecer.

De polvo e sudor cubertos
C’a fouce ô lombo, corrian
Por aquês campos desertos,

Un fato de segadores…
¡Y eran eles, eran eles,
Os meigos d’os cantadores!

¡Adios, pinares queimados!
¡Adios, abrasadas terras
E cómaros desolados!

Pechei os ollos e vin…
Vin fontes, prados e veigas
Tendidos ô pé de min.

Mais cand’á abrilos tornei,
Morrendo de soidades,
Toda á chorar me matei.

E non parei de chorar
Nunc’hastra que de Castela
Ouveronme de levar.

Levaronme para n’ela
Non me teren qu’enterrar.

Meses d’o inverno frios
Qu’eu amo a todo amar,
Meses d’os fartos rios
Y o doce amor d’o lar.
Meses d’as tempestades,
Imaxen d’a delor,
Que afrixe as mocedades
Y as vidas corta en frol.
Chegade, e tras d’outono
Que as follas fai caer,
N’elas deixá que o sono
Eu durma d’o non ser.
E cando o sol fermoso
D’abril torne á sorrir,
Que alume o meu reposo,
Xa non o meu sofrir.

I

Era n’o mes de Mayo,
N’o mes d’o amor, d’as prantas e d’as frores,
Mes d’os soaves prefumes
Y os trasparentes cores.
D’os trinos matinais d’os paxariños,
D’as cándidas e frescas alboradas,
D’as pasaxeiras nubes,
E d’as tardes sorrintes e douradas.
Cand’o mar está azul, o ceo sereno
Com’o dormir d’un neno,
Manso-l-os rios, alta-l-as estrelas,
Mais desvaida a lua
Si tamen mais fermosa,
C’o aquela gracia sin igual que é sua,
Y era en fin cando todo n’esta vida
Sorrí ôs mortais c’a alegre, esplendorosa
Sorrisa virxinal d’a primadera
Que amar y á ser dichoso-l-os convida.

Á todos… ¡ay! quixera
Que así a sorte o fixera,
Mais algun hay qu’envolto n’a negrura
D’a sua propia tristura,
Tan soyo vé, d’a primadera hermosa,
N’o sol morno e n’a rosa
C’o fresc’orballo d’a mañan cuberta,
Un trist’e mal agoiro que desperta
Pensamentos de loito e desventura.

II

Era n’un-ha mañan d’o mes de mayo
En que parés que os ánxeles cantaban,
Mentras mansa-l-as brisas se queixaban
Con amoroso layo:
En que o rego ô pasar po-las curtiñas
Non sey que cousas mormuraba leve,
Y o voar d’as inquietas anduriñas
Que n’os aires chiaban,
 vista d’os nubeiros sabidores
Venturas e contentos agoiraba:
Mañan d’encantos cheya
Cal o esprito as deseya,
Cando espera e confia:
Mañan que chama á toda crás de seres
Ô pracer y â alegría,
Menos â triste yalma,
Que dendes qu’ é, non sabe
Qu’ é ter sosego ou calma,
Dond’a dozura d’o gozar comence
Dond’a crudeza d’a delor acabe.

III

D’a Garda, anxel bondoso,
Qu’as brancas alas paseniño bates
Ô rededor d’o acongoxado esprito,
Pra derramar en él santos consolos
Que nos trâs d’o infinito,
¿En donde, en dond’estabas
Qu’antre negros querbantos
Soya, un alma tristisima deixabas?
Fé, esperanza, virtudes,
Orixen d’as eternas beatitudes,
E que dendes rexiós mais venturosas
Vindes calmar as amarguras nosas…
¿Dond’estades, en donde?
¿Cand’o qu’en vos confia,
Soyo, en loita c’o as ansias d’a agonia,
Orfo vos chama, e naide lle responde?

IV

Por aqueles que odiaba perseguido,
Po-los que amaba odiado,
Un triste á dura sorte condenado
Contempraba d’o cántabro a bravura
Con un ollar profundo,
Cal si tras de tan fonda sepultura
Entrevise as anchuras d’o outro mundo.
E con ánimo forte,
D’o liquido cristal hastra tocalo,
En carreira chegou vertixinosa
Cal s’atraison d’o abismo misterioso,
Con forza estraña o conduxese â morte.

E dixo:—¡Vida, adios! ¡adios, tormento
Que con martirio lento,
M’arrancache astr’os soños d’a esperanza,
D’a desventura miña
Vou á crebar o brazo poderoso,
Alí donde n’hay dor, nin hay mudanza,
E s’enterra a inquietude n’o reposo!
¡E ti, mala pasion qu’en min te cebas
E foches o meu Dios y o meu castigo,
Xa que me quês matar, morre conmigo!

Calou o triste, e inmensas, pavorosas
C’as suas crins espumosas,
Retorcerons’as ondas po-la area
Incitand’ô coitado
Á dar fin â pelea
Que houbera n’o seu peito encomenzado.

Mais un brando sonido
Fireu de pronto o contrubado oido
D’aquel ser desdichado…
E escoitou asombrado
D’un invisible ser a fala hermosa
Que con branda e celeste melodía,
Soave e mainamente lle decia:

—«¡Detente ô pé d’a orela
D’a tua vida, cobarde centinela,
Non queiras por fuxires d’o presente
D’a eternidade descorré-l-os velos!
Agarda á que a medida
Con rosas ou con fel, henchas d’a vida,
Nin fagas que n’a tomba se derrame
Antes que Dios ch’a pida.
Que ningun fillo d’Eva
Ô fin s’ha de librar d’o seu penare
Anque â morte s’astreva.
Despois d’atravesare
Os desertos inmensos d’o infinito,
Ô mundo volverias en esprito
Á sofrir, y o teu crimen á pagare.
As noites tras d’os dias
Sin descanso nin tregua
Apegado á aquel seo te verias,
D’o ingrato corazon vend’os batidos
Non por ti, mais por outros repetidos.
En’aquel pensamento
Con impracable craridá leerias
A traizon alevosa, o olvido amargo
Sin velo qu’os crubir, nin finximento.»

—«¡Ou Dios, Dios poderoso!…
¡Que tormento espantoso!…»

—«Ninguen torce o poder d’os seus destinos,
Infaustos ou beninos:
Nin á ninguen ll’é dado
Renegar d’o seu fado.
Sô vence quen espera…
Volve á vivir e espera resinado.»

E tornou á vivir, arrepentido
Anque trist’e dorido,
Aquel probe coitado:
Pideull’á Dios perdon d’o seu pecado,
E Dios compadecido
Mandoulle santa paz e doce olvido.

¿Qué ten?

Sempre un ¡ay! prañideiro, un-ha duda,
Un deseyo, un-ha angustia, un delor…
É un-has veces a estrela que brila,
E outras tantas un rayo d’o sol;
É que as follas d’os árbores caen,
É que abrochan n’os campos as frols,
Y é o vento que zoa,
Y é o frio, é a calor…
E n’é o vento, n’é sol, nin é o frio,
Non é… qu’é tan só
A alma enferma, poeta e sensibre
Que todo a lastima,
Que todo lle doy.

Tí, a feiticeira e branca coma’as neves,
Y a linda, antr’as millores,
Tí, arrededor de quen, cal as abellas
A redor d’un-ha rosa, andan os homes,
(Xente qu’o mesmo acaso qu’as mulleres
É dada á toda crase de traizoes);
Non queiras en jamás, s’és queridora,
Non dones en jamás mas que che donen,
S’é que te firen, miña prenda rîte,
S’é que t’engañan, meu amor, non chores.
Vé que pasou o tempo d’as Corinas
Y o mais qu’ora se sofre,
Só porque non se diga,
É rabiar cant’un pode.
—¡Rabiar no mais… dixera que mentides!
—Sí, sí, rabear ben forte;
Mas c’a rabia picante e aguilloeira
Qu’é salsa apetitosa d’as pasioes.
¿Que fora ¡ou Dios! sin os asentes feros
D’os estómagos probes?
D’os corazós d’o dia,
¿Que fora sin as rabias, meu amore?

Ruinas

(Armonías d’a tarde)

Traduccion de Ruiz de Aguilera

Xa Novembr’espiraba
Cando cansado e sóo, tomei asento
Ô pé d’o endebre muro,
Vella defensa e límite d’un puebro.
Po-las abertas fendas,
Casa qu’âs sabandixas abr’o tempo,
Hoxe o lagarto mira
Con fria ollada o estrago en torno feito.
Sin còre a trepadora,
Ortiga vil e xaramago enfermo,
Cuyos muchos ramallos
Moven os aires ô pasar xemendo;
Coroan capiteles
Ô destrozado pórtico d’o tempro,
Que tende n’a campía
Antre polvo d’altares o esqueleto.
Xa n’o lare sagrado
Lume n’encende a nay ô son d’un rezo,
E d’a tisnada pedra
A borralliña os ventos xa barreron;
E xa d’os vellos arcos
E colunas, as pedras van caendo,
Cal un-ha e outra vagoa
Cai d’os ollos d’un triste sin achego.
¡Como as muchadas follas
Se desprenden d’a ponla onde naceron,
Restos d’aquela vida
Con qu’a vista encantaba o souto ameno!
¡E cal amostra o rio,
Casi-qu’enxoite o empedregado leito,
Regueiro miserable
D’outro farto raudal, limpo e sereno!
¡Cal os outeiros arden
D’o sol d’outono ô làmpo derradeiro,
Mentras sombrisa a noite
Vay caladiña os valles sorprendendo!
Bataladas ô lonxe
Dá un-ha campana sospirando resos;
Y-a tarde qu’agonisa
Mandalle â relixion o adios mais tenro.
Y-o moucho revoando
Berra tamen con chilos agoreiros,
Coma morto sin tomba
Qu’anda soyo ô redor d’un simeterio.
Cand’as alas sacude
A voz desperta de dormidos ecos;
E parés que resoa
Tras d’o que pasa pensatible, austero,
O ruxir misteiroso
De visiós qu’en tropel forman os medos,
Po-lo chan arrastrando
Pardo sayal, os brancos esqueletos.
Ou ben que resucita
A pobracion d’o seu reposo eterno
Rendido pelegrino
Que cobra, descansando, novo alento,
Y-a camiñata emprende
Ô doçe amañecer d’un dia sereno,
Que crube os seus albores
Baix’un de nubes pudoroso velo.
Mais acabase o encanto
Un momento despois; así os xa restos
D’as ilusiós mortiñas
Enchen d’a yalma o dolorido seo.
Y ora outra ves d’o muro
Os cantos sin parar rodan desfeitos,
Y-ô seu compá-las-follas
D’as amarelas ponlas van caendo,
Cal unha e outra vagoa
Cay d’os ollos d’un triste sin achego,
Ou anacos d’a vida
Con qu’a vista encantaba o souto ameno.
Todo así pasa; a sombra
Sigue decote a lus d’o craro ceo;
E ¡ay! a vellés caduca
D’a mocedà é recordo pasaxeiro.
Ti soyo non acabas
¡Ou esprito que ximes n’un encerro!
Mais con man compasiva
A morte, ô fin, quebrantará os teus ferros.
Quedará o fráxil vaso
D’a tua esencia inmortal anacos feito,
E po-los aires, ela
En busca irá d’o seu amor eterno.
 terra que perdeche,
Voarás lixeira d’o manchado suelo,
Qu’as tuas alas tocaron
Ô pousarte d’o mundo n’o deserto.
N’el ¡ay! triste a recordas,
Como d’a sua os azulados ceos,
O probe desterrado
N’a veiriña d’os rios estranxeiros.

Chirrar d’os carros d’a Ponte,
Tristes campanas d’Herbon,
Cando vos oyo partídesme
As cordas d’o corazon.

Ceboleiras qu’is e vindes
D’Adina po-los camiños,
Á veira d’o camposanto
Pasá leve e paseniño.

Qu’anque din que os mortos n’oyen,
Cand’os meus lle vou falar,
Penso, que anqu’estén calados
Ben oyen o meu penar.

A bandolinata

C’a espada asesina
N’o peito encrabada,
O esprito n’a sombra
Y o corpo n’a lama,
Mais negra que a morte,
Que a terra mas baixa,
Bagullas de sangre
Chorando eu estaba.

De pronto antre o espeso
D’a brétema parda
Con rara armonía
Saliu un-ha cántiga…
¡Que fresca e que doce,
Que leve e qu’estraña
Soou n’as recónditas
Cavernas d’a praya!

Calmouse o meu dore
Cal sede c’a yaugua,
D’o probe sedento
N’a fonte se calma.
N’os ollos detidas
Quedaron-s’as vagoas,
Namentras inmoble
Suspensa escoitaba.

De tempos remotos
D’edades leixanas,
De noites sereas,
Pra sempre acabadas,
Aquel cantar tróuxome
Non sey que lembranzas,
Non mortas… dormentes,
¡Quen sab’en que campas!

Coidara que a oira
N’os campos d’Italia,
Send’eu quizais reina,
Quizais send’escrava,
N’a orela do Bósforo
D’o pazo â ventana…
Mais sempre amor fondo
Sentindo n’a yalma.

¡Qu’estraños soñares
S’en min despertaran
D’o músico incónito
C’a sonora cántiga!
¿D’anteriores vidas,
Cales recordanzas
Calmaron a dore
D’as presentes ansias?

¿Quen pode decilo?
Misterios d’a humana
Fraxil natureza
Naid’os espricara;
So sey que sintindo
Consolo n’a yalma
Amey desd’estonces
A bandolinata.

Brancas virxes de cándidos rostros,
Varons santos de frente serea,
Nobres matronas,
Monxas austeras,
Y aind’aquelas que parés que nunca
Tocaron c’as prantas
Os lodos d’a terra,
N’a concencia ¿quen sabe á escondidas,
As manchas que levan?

Mais s’hay anchos rios,
E mares imensos,
E lagos sin fondo,
E torrentes que arrancan as penas,
D’este mundo n’os ámbitos todos
N’hay auguas que laven
Manchadas concencias;
Y aqués que se manchan,
Manchados se quedan.
¡Soyo as lavan as vagoas abondas
D’a penitencia!

Vanidade

Alguns ricos enterrans’ô probe,
E alguns probes ô grande s’enterran,
Todos para distinguirse,
E hastr’ô morrer ter fachenda.
¡Vanidá! ¡canto vals antr’os homes
Qu’hastr’as portas d’a morte penetras!
Mas des que cân n’o burato,
Todos iguales se quedan
Y o polvo, ô polvo se torna
E ond’os vivo-la soberbia.

—Para á vida e para á morte
E para sempre en jamas
Pedinte a Dios, e Dios dóuteme
Por toda un-ha eternidad.
—Para á vida e para á morte
E para sempre en jamas,
Quero ser vosa, e que séades
O meu señor natural.
—Mais a que así querer sabe
Non debe ter pay, n’hirmans,
Nin home, s’é qu’é casada,
Nin fillos si acaso é nay.
—Espanta o qu’estás decindo…
Mais eu sinto qu’é verdá,
Lévame señor qu’ irey
Ônda me queiras levar.
—Pois vente ¿qu’importa o mundo
A quen ten á eternidá?
Xuntos hemos de vivir,
Xuntos nos han d’enterrar,
Y os nosos corpos aquí,
Y as nosas almas alá,
Quer Dios qu’en union eterna
Esten pra sempre en jamás.


Cal ô páxaro á serpente,
Cal â pomba ó gabilan,
Arrincouna d’o seu niño
E xa nunca á el volverá.

Apresa Alvaro d’Anido,
Vive moito en pouco tempo,
Espolea o teu cabalo,
E espoleandoo revéntao.
¿Qu’importa un nobre cabalo?
¿Qu’importan dous nin trecentos?
O qu’importa Alvaro Anido
É chegar cedo.

Vay d’un polo á outro polo,
Rexistra os antros terreos,
Monta n’a locomotora,
Sube n’os grobos aereos,
E c’o a centela recorre
D’o vacío o espazo inmenso:
És home, e cansarás, Alvaro,
Correndo e correndo.

Decides qu’o matrimonio
É santo e bueno, serayo,
Mais non casou San Antonio,
Por mais qu’o mesmo demonio
Tentouno á facé-l’o ensayo.

Celicios, cantos poder,
Penitencias á Dios dar,
Mais santo n’oubo á meu ver,
Que d’os casados quixer
C’a pesada cruz cargar.

Nin os santos padres todos,
De quen tès tantos escritos
E alabas de varios modos,
Quixeron n’aqueses lodos
Meter os seus pés benditos.

D’o direito, d’o rivés,
Matrimonio, un dogal és,
Eres tentazon d’o inferno,
Mais casarei… pois no inverno
¡Non ter quen ll’a un quente os pés!…

Agora cabelos negros,
Mais tarde cabelos brancos;
Agora dentes de prata,
Mañan chavellos querbados,
Oxe fazulas de rosas,
Mañan de coiro enrugado.
Morte negra, morte negra,
Cura de dores e engaños,
¿Porque non mata-l’as mozas
Antes que as maten os anos?

—Premita Dios que te vexas
Cal as cóbregas arrastro,
Qu’a yaugua que á beber vayas
Che se volva xaramagos.
Que pidas e non atopes
Pousada, acougo, n’amparo,
E qu’inda morto de fame,
Quedes ô pé d’un valado.
—Praguea boca, praguea
Mentras qu’eu me vou marchando,
Pragas de malas mulleres,
Nunca lle cân ôs soldados.

Teño un mal que non ten cura,
Un mal que naceu comigo,
Y ese mal tan enemigo
Levarám’â sepultura.

Curandeiros, ceruxanos,
Dotores en medeciña,
Pr’a esta infirmidade miña
N’ hay remedio antr’os humanos.

Deixá pois de remexer
Con concencia ou sin concencia,
Os libros d’a vosa cencia,
Pois para min n’a han de ter.

¿Qu’o dudás? duda non cabe
N’esto que digo, doutores,
Anque pese, hay amargores
Que non pasan con xarabe.

¿Asañásvos porque digo
Verdás que sabés de sobra?
—Pois á probar… mans â obra…
Vede de curarme, amigo.

O meu mal y o meu sofrir,
E o meu propio corazon,
¡Quitaimo sin compasion!
Despois ¡facème vivir!

Sarna con gusto, non pica;
O conto é sarna sin él,
Y o verdadeiro castigo
N’o mais fondo ha de doer.
Non é sufrir chorar sangre,
Ôs pés de quen un quer ben,
D’él vivir lonxe, e olvidado…
¡Este sí que penar é!

«É verdade qu’un pode
Ser pior ou millor,
Pero vir de bon tronco
Eso sempre foy bo.
Teus pais eran xitanos,
E ti oxe eres marques,
Mas que… que ô fin y ô cabo
Un ven de donde ven.
Can fillo d’un raposo
Que o teñan por leal,
Que si non come os pitos
É que non poderá.»

Esto cantaba un cego
N’a feira d’Asuncion,
E d’o seu cantar ríanse
Todos, qu’era un primor.
Y uns ôs outros mirábanse
Cal querendo decir:
—Rasquese á quen lle proya
Qu’esto non vay pra min.

Fas uns versos… ¡ay qué versos!
Pois cal eles non vin outros,
Todos empedregullados
E de cotomelos todos,
Parecen feitos adrede
Para lerse á sopramocos.

Tembra un neno no húmido pórtico…
D’a fame e d’o frio
Ten o sello, o seu rostro de anxel,
Ind’hermoso mais mucho, e sin brilo.

Farrapento e descalzo, n’as pedras
Os probes peiños,
Que as xiadas d’o inverno lañaron,
Apousa indeciso.
Pois parés que ll’os cortan coitelos
D’aceirados fios.

Coma can sin palleiro nin dono,
Que todos desprezan,
N’un corruncho s’esconde tembrando
D’a dura escaleira.
E cal lirio se dobra ô secárese,
O inocente a dourada cabesa
Tamen dobra, esbaesido c’a fame,
E descansa c’o rostro n’as pedras.

E mentras qu’el dorme
Trist’imaxen d’a dor y a miseria,
Van e vên ¡á adoraren o Altísimo!
Fariseyos, os grandes d’a terra,
Sin que ô ver d’o inocente orfandade
Se calme d’os ricos
A sede avarienta.
O meu peito c’angustia s’oprime
¡Señor! ¡Dios d’o ceo!
¿Por qué hay almas tan negras e duras?
¿Por qué hay orfos n’a terra Dios boeno?

Mais n’en vano sellado está o libro
D’os grandes misterios…
Pasa a groria, o poder y a alegría…
Todo pasa n’a terra. ¡Esperemos!


Libro IV. D’a terra

¡Calade!

Hay n’as ribeiras verdes, hay n’as risoñas prayas
E n’os penedos ásperos, d’o noso inmenso mar,
Fadas d’estraño nome, d’encantos non sabidos
Que sô con nos comparten seu prácido folgar.

Hay antr’a sombr’amante d’as nosas carballeiras,
E d’as curtiñas frescas, no vívid’esprendor,
E n’o romor d’as fontes, espritos cariñosos
Que só ôs qu’aquí naceron, lles dan falas d’amor.

Y hay n’as montañas nosas, e n’estes nosos ceos
En canto aquí ten vida, en canto aquí ten ser,
Cores de brilo soave, de trasparencia húmida,
De vaguedad’incerta, qu’á nos só dá pracer.

Vos pois, os que naceches, n’a orela d’outros mares,
Que vos quentás â llama de vivos lumiares,
E só vivir vos compre, baix’un ardente sol;
Calá se n’entendedes encantos d’estos lares,
Cal n’entendend’os vosos, tamen calamos nos.

Miña casiña, meu lar,
Cantas onciñas
D’ouro me vals.

Vin de Santiago á Padron
C’un chover qu’era arroyar
Descalciña de pé e perna,
Sin comer nin almorzar.
Po-lo camiño atopaba
Ricas cousas que mercar,
Y anque ganas tiña d’elas
Non tiña par’as pagar.
N’os mesons arrecendía
Á cousas de bon gustar,
Mais o que non ten diñeiro
Sin elas ten que pasar.
Fun chegand’â miña casa
Toda rendida d’andar,
Non tiña nela frangulla
Con que poidera cear.
A vista se me barria
Qu’era aquel moito aunar.
Fun â porta d’un veciño
Que tiña todo á fartar,
Pedinlle un-ha pouca broa,
E non ma quixo emprestar.
As bagullas me caian
Que me for’á avergonzar,
Volvinm’â miña casiña
Alumada d’o luar,
Rexistrei cada burato
Para ver d’algo atopar:
Atopei fariña munda,
Un puñiño á todo dar.
Vino n’o fondo d’artesa
Puxenm’á Dios alabar;
Quixen alcendé-l’o lume,
Non tiña pau que queimar.
Funll’á pedir á un-ha vella.
Tampouco m’o quixo dar
Si non era un toxo verde
Para me facer rabiar.
Volvin triste com’a noite
Á chorar que te chorar,
Collin un feixe de palla,
D’o meu leito o fun pillar,
Rexistrei po-lo cortello
Mentras me puña á rezar
E vin uns garabulliños,
E fieitos á Dios dar.
¡Meu San Anton milagroso,
Xa tiven fogo no lar!
Arrimei o pote ô lume
Con augua para quentar.
Mentras escarabellaba
Na cinza, vin relumbrar
Un ichavo d’a fertuna…
¡Miña Virxe d’o Pilar!
Correndiño, correndiño
O fun en sal á empregar,
Mais contenta qu’un-has pascoas
Volvin a port’á pechar,
E n’a miña horta pequena
Un-has coles fun catar.
Con un pouco d’unto vello
Qu’o ben soupen aforrar,
E c’a fariñiña munda,
Xa tiña para cear.
Fixen un caldo de groria
Que me soupo, que la mar,
Fixen un bolo d’o pote
Qu’era cousa d’envidiar;
Despois qu’o tiven comido,
Volvin de novo á rezar;
E despois qu’houven rezado
Puxen a roupa á secar,
Que non tiña fio enxoito
D’haber tanto me mollar,
N’antramentras me secaba
Puxenme logo á cantar
Para que m’oiran
En tod’o lugar:

Meu lar, meu fogar,
Cantas onciñas
D’ouro me vals.

Soberba

Cor de promo amontonans’as nubes
Rodan lentas as ondas d’o mar,
E zoando con son pavoroso
Ven o huracan.

¡Que cargado está o ceo e que triste,
Qu’escuro, que negro, tornandose vay!
Encendámo-l-a vela bendita
Qu’hay tempestá.

Cabalgando n’as alas d’os ánxeles,
Por mandado de Dios correrán,
As centelas qu’asombran os malos
C’o seu lostregar.

Nove follas d’olivo queimemos
Por que alexen de nos todo mal,
Que nos libren de rayo e centela
Que nos matar.

O trisaxio cantemos en coro…
Incrinaivos y á Dios adorai
Pois si trona é que quer recordarnos
Qu’é grand’e inmortal.

¡Santo, santo! din todos á un-ha
Fillos e nay…
Todos non, qu’un soberbo e sañudo
Calado está.

Mais os tronos afunden os ceos
E cega d’os lóstregos o brilo fatal
¡Ou, que noite!… que noite terrible
De tempestás.

El Señor est’airado… ¡incrinemonos!
¡Ey! malvados d’a terra tembrai,
O que salvo esta noite saire,
Que contar ha.

—Ña nay, a vaca marela
Tembra coma vos n’a corte.
¿Fixo algun pecado ela?
¿Virá un rayo á darlle morte?

—S’ela non fixo pecado,
Mal cristiano, ti o fixeche,
Qu’és pecador rematado
Mesmo dendes que naceche.

—¿Y a probe vaca marela
Paga, decí, o qu’eu pequei?
—Pagas ti, morrend’ela,
Di ¿con que te manterei?

¡A probiña, qu’está xorda!…

«Alá enriba d’a montaña,
Sai fume d’as chamineas…
Valor, meu corpiño vello,
Levaim’aló miñas pernas.
Paseniño, paseniño,
Aquí para, alí te sentas,
Irás chegando Xuana,
Á dond’as casas fomegan.
¡Dios diante! a virxe te valla,
Qu’hoxe, seica… seica… seica…
Has de comer sete cuncas
De bon caldo, c’o a da cea,
E mais compango de porco
Ou de sardiñas salpresas,
Qu’os montañeses son homes
Que cando dan, dan de veras.
Dempois, quentaráste á un lume
Grande com’un-ha fogueira,
E cando xa estés ben quente
¡Á dormir!… ¡e qu’amañeza!»

Y a vella vay, sube, sube
A costa d’o mar d’ovellas
C’un ollo posto n’o chan
Y outro ond’as casas fomegan.

Mentras tanto o sol d’a tarde
Tras d’os pinares se deita
Y aluma con tristes rayos
As sombrisas arboredas.
D’os Anxos o val hermoso,
Saban de verdor ostenta
Alá n’o fondo tranquilo
Que soaves brisas ourean.
Aquí fonte, alí regato,
A yaugua brila antr’as herbas,
Color d’ouro, qu’o postreiro
Rayo de sol fire n’elas.
Quieta, docisima calma
Arriba y en baixo reina,
A noite ven silensiosa,
Maina, pero sin estrelas.
Nin siquera un-ha relumbra
N’o firmamento, qu’espesa
Brétema tamen se corre
Po-las llanuras etereas.
Comenza á orballar, escuro
Tod’arrededor, apenas
S’acerta, o que o mais conoça,
Con camiño nin carreira.
Mas non importa por eso
Qu’o qu’é valente é de veras;
Y a vella vay sube, sube,
A costa d’o mar d’ovellas
C’un ollo posto no chan
Y outro ond’as casas fomegan,
Qu’alí relumbra un-ha luz
E vay direitiña á ela
Marmurando:—Arriba, Xuana,
Qu’ou m’engaño ou terás festa.

A esperencia insina á todos,
E ten a vella esperencia,
Por eso non pensa mal
Pensando que arriba hay festa.

Un carballo arde n’o lume,
Y arredor d’o lar se sentan
Rapazas d’alegres ollos,
Abós de brancas gadellas,
Vellas qu’inda rompen mangas
E tocan as castañetas,
Os afillados qu’a dona
Y o dono tên po-la aldea,
Y os amigos y os cuñados,
Os curmans y a parentela
Toda xunta, e mai-lo crego
Y o zuruxano d’as bestas.
Un cego c’a sua zanfona
En compaña d’outra cega,
Que si ben lle dá ô pandeiro
Fay falar as castañetas;
Un manco, un coxo, un-ha tola,
Y outros probes que se sentan
N’un tallo para déz posto
N’un curruncho d’a lareira,
E abofellas mais non caben
Anqu’algun mais vir quixera.
Foran chegando, chegando,
Mais de nove ulind’a festa,
Y á ningun botou d’a porta
A rica d’a montañesa;
Qu’hay para todos, o dia
Qu’alí cocen carne fresca
Por arrobas, e se fan
Papas d’arroz en caldeiras.
Matouse un carneiro, grande
Como un boy, e un-ha tenreira
Como un-ha vaca, e gordiña
Como un-ha cocha pequena.
Hay viño á Dios dar, un viño
D’o Riveiro, qu’é canela,
E par’a xente de menos
Hayno tamen d’o d’a terra,
Un pouco agriño, mais fresco
E sabroso como fresas.
Coceuse un-ha gran fornada
De millo branco qu’albea,
Con mixtura de centeo
Y un-ha pouca de manteiga.
Parece biscoito a broa,
Y un non se ve farto d’ela,
Qu’inda é muito mais sabrosa
Qu’os moletes qu’en tres cestas,
Escollidos, de Santiago
Trouxeron as panadeiras.
En fin, a comida roda
Po-los pés, y o viño alegra
As xentes tanto, que rabia
D’envidia a negra tristeza.
Os probes qu’alí viñeron
Y atoparon lume e mesa,
Contan contos que dan risa
Así âs mozas com’âs vellas;
Uns en verso, outros en prosa,
Pois falan en todas lengoas
Y apostan entr’eles todos
Á quen fay copras mais feitas.
Ma-l-o d’a zanfona gana,
Quell’apunta a compañeira,
E axudalle o viño branco
Con qu’a gorxa lle refrescan.

«¡Viv’a cega! ¡viv’o cego!…»
De cand’en cando lle berran,
Y-el di, berrando mais forte:
«¡Vivan eles!… ¡vivan elas!…
Y a mais bonita de todas
Que veña á darm’un-ha prenda.»
¡Ju-ju-ru-ju! Y aturuta
Hastra enxordecé-las pedras,
Y a cega dall’ô pandeiro
Y o cego toca n’as tecras
Y ô compás d’o zongue, zongue,
De novo bailan as nenas,
E din os probes, botando
Leña n’o lar: «¡Esta é festa!
¡Quen ch’hoxe andivera fora
C’a tripa toda valdeira!…»
Y un ollo botan sorrindo
Ôs feixes de palla fresca
Ond’han de dormir quentiños,
Coma rixons en caldeira,
Mentras fora zoa o vento
E ladran os cans n’as eiras.

Xa preto d’a media noite,
Dan encomenzo as peleas,
Os mozos loitan c’as mozas,
Medindo as forzas que teñan,
E n’andan en comprimentos
Para botarse por terra.
¡Si as vírades que valentes
S’amostran n’a loita as nenas!…
¡Fanlle ôs mozos cada magoa
C’as suas mans pequeneiras!…

—Un xa caiu… foy un home…
¡Ela venceu… venceu ela!
¡Ben po-la nena bonita!…
¡Que vivan as montañesas!
Que vivan, pois loitar saben…
—¡Si fixo trampa!…—él contesta
Avergonzado…—foy trampa,
Que sinon, nin cén com’ela.
—Que trampa nin que morcegos…
Vencinte…
—Non.
—Sí.
—¡Me venzas!…
E mentres que n’esto están
¡Plum! ¡plum! ¡plum! dan c’un-ha pedra
N’a porta.
—¿Quen é? perguntan.
—Son un-ha probiña vella
Que me perdin n’este monte…
Respond’un-ha voz que tembra.
¿Non me darán pousadiña,
Qu’está chovendo e lostrega?
—Vaya con Dios, xa ven tarde,
Non hay sitio;—lle contestan.
—¿Que dí, señora? Son xorda
Com’un canto… miña prenda.
Abram’a porta que Dios
Llo pagará…
—Probe vella…
Un pouco adiante, pretiño
Hay mais portas, chame n’elas.
—¿Que dí, señoriña? Mire
Qu’está un-ha noite moy fera,
E teño medo qu’os lobos
Me coman…
—¡Dios diante! ¡seica!
N’hay lobos aquí, ande, ande,
Vaya con Dios, qu’outra aldea
Hay preto.
—¿Que dí, señora?
—Vaya con Dios, non sea terca,
Qu’aquí xa non caben mais
Nin probes nin ricos, ¡eya!
—¿Que dí ña filla?… son xorda,
E non oyo anque me fendan.
¡Brrr… que frio, señoriña!…
Vosté qu’é tan limosneira
Deixem’entrar, e estarey
N’o cortelliño ond’as bestas.
¡Brrr… que morro c’a friaxe!
¡Quenja! ¡quenja! ¡quenja! ¡quenja!…
Que tos… Dios me valla… brrr…
¡Xa non podo mais!…
—Pois veña,
E si non ten onde pôrse
Brinque á cabalo d’a artesa.
Falou a dona, que tiña
O corazon de manteiga.
—¡Dios llo pague, queridiña!
Xa topará a recompensa
N’o ceu… abra, miña xoya…
Excramou de pronto a vella.
—¿Logo n’é xorda, qu’oyeu?
Dixeron dentro, antramentras
Que quitaban o tranqueiro
D’a porta.
—¿Que dí, ña-prenda?
Non ll’oyo nada, mas teño
Moito sentido…
—¡Abofellas
Que non mente!… vaya, vaya,
Adentro…
—Santas y buenas
Noites teñan mis señores…
¡Xesús! seica están de festa,
Qu’hay moita xentiña xunta.
D’hoxe n’un ano aquí os vexa.
Dió-los bendiga… el Señor
Lles dé fertuna âs mancheas
E saudiña…
—¡Amen, amen!
—Busqu’un sitio n’a lareira
E quéntese…
—¿Que me dixo?
Son xorda coma un-ha pedra,
E a mais non probey frangulla
Desd’onte â noite, e n’as venas
Xa teño o sangre callado
Po-lo frio…
Y antramentras
Qu’esto dí, vais’arrimando
Ô lume moy compangueira
C’os outros probes, e fura
Por antr’eles, por antr’elas.
Brinca por riba d’o cego,
E que queiras, que non queiras,
Sempre tembrando de frio
E xorda como un-ha pedra,
Segun di, n’o mellor sitio
Con moita homildá se senta
E arrima un mando de lume
Pr’ond’ela está.
—¡Ey, miña vella!
Mire qu’hay mais que vostede
Aquí: ¡que comenenceira
Parece!…—lle di outro probe
C’un-ha cara de desteta
Nenos.
—¿Cómo di, meu fillo?
(Sorrindo reprica ela
Sentándose mais a gusto)
Eu de calquera maneira
M’amaño; qu’así n’o ceo
M’amañe el Señor…
—¡Bah! seica
Quer facer mofa d’a xente…
¡Poche, c’o xuncras d’a vella!
Mesmo parece un espeto.
—¿Si quero un neto ña prenda?
Si m’o desen inda pode
Que pouco a pouco o bebera,
Pois teño moita sediña,
E fame, e frio…
—¡Rabéa!
¡Can! que non vin un-ha xorda
Mais fraca nin lagarteira,
¿É filla d’algun raposo?
—¿Que pille un òso?… d’a vella
Quérense rir… ¡ay Dios mio!
Pero a fam’elle moy negra:
Tráyamo s’é qu’inda ten
Apegada algunha freba,
E ireino raspando á modo
C’un canteiro que me queda.

Todos riron c’a resposta
E…—¡Inda nunca Dios me dera,
Dixo o cego, que esa xorda
Sabe mais qu’eu, abofellas!
—Merece comer compango.
E voullo dar, miña vella,
Porqu’onde queira qu’a atopo
Gustame sempre a sabencia.
¡Coma e fártese!… aquí ten
Talladas e viño… beba,
Beba po-la miña conta
 salú d’as montañesas—
Dixo a dona, e doulle un prato
De callos, como un-ha cesta,
 probe, e viño, e pan branco.
Canto quixo; fartous’ela
Mesmo hastra que tuvo a tripa
Coma un pandeiro. Raventa
Por pouco…, mais o pelexo
Tiña duro, e nin siquera,
Ll’arregañou, y ô outro dia
Xa estaba tan peneireira.

Coidado,—lle dixo a dona
Cando se foy.—Conta teña
De non volver por aquí
Mentras lle dure a xordeira.
—¿Que dí, miña queridiña?
Respondeu rindose a vella.
Son mesmo com’un-ha tapia,
E non ll’oyo, anque me fendan.

Xan

Xan vay coller leña ô monte,
Xan vay á compoñer cestos,
Xan vay á podá-las viñas,
Xan vay á apañá-lo esterco,
E leva o fol ô muiño,
E tray o estrume ô cortello,
E vay â fonte por augua,
E vay á misa c’os nenos,
E fay o leito y o caldo…
Xan, en fin, é un Xan compreto,
D’esos qu’a cada muller
Lle conviña un po-lo menos.
Pero cand’un busca un Xan,
Casi sempre atopa un Pedro.

Pepa, a fertunada Pepa,
Muller d’o Xan que sabemos,
Mentras seu home traballa
Ela lava os pés n’o rego,
Cátall-as pulgas ô gato,
Peitea os longos cabelos,
Bótalles millo âs galiñas
Marmura c’o hirman d’o crego,
Mira s’hay ovos n’o niño,
Bota un ollo ôs mazanceiros,
E lambe a nata d’o leite
E si pode bota un neto
C’a comadre, qu’agachado
Traillo en baixo d’o mantelo,
E cando Xan po-la noite
Chega cansado e famento,
Ela x’o espera antr’as mantas,
E ô vêlo entrar dille quedo:

—Por Dios non barulles moito…
Que m’estou mesmo morrendo.
—¿Pois que tés, ña-mulleriña?
—¿Qu’hei de ter? deita eses nenos
Qu’esta madre roe en min
Cal roe un can n’un codelo,
Y ô cabo ha de dar comigo
N’os terrós d’o simiterio…
—Pois, ña-Pepa, toma un trago
De resólio qu’aquí teño,
E durme, ña-mulleriña
Mentras os meniños deito.

De vagoas s’enchen os ollos,
De Xan ô ver tales feitos,
Mas non temás, qu’antre mil,
N’hay mais q’un anxo antr’os demos,
N’hay mais qu’un atormentado
Antre mil que dan tormentos.

O encanto d’a pedra chan

C’o sono d’a inocencia
Que non turban remorsos d’a concencia,
Y a virxen ô seu lado
Dormian os meus ánxeles n’a cuna,
Cand’âs furtadas n’un sereno dia
C’o peito palpitante d’alegría
Soya sain en busca d’a fertuna.

Iña tras d’un tesouro cobisado,
De todos iñorado,
Mais d’o que solasmentes eu sabia:
E n’era só de prata, nin só d’ouro,
Aquel sin par tesouro,
Qu’era d’un canto deseyar podia.

Nunca eu fora nin rica nin dichosa,
Y ô ver que para selo
Só me faltaba o gordo d’un cabelo,
De seca espiña me tornara en rosa.
E como virxen pura
Que por primeira vez sinte a dozura
D’as inquietús d’o amor, así eu sentia
Que algo qu’en min dormia
Despertaba, chamandom’â ventura.

Por eso dand’ô olvido
As penas que m’ouberan consumido
Dendes de que nacera,
Via a terra y o ceo, cor d’esperanza
Y ô meu redor, perene primadera.

¡Cal o sol relumbraba!
¡Que mansamente marmuraba o rio!
Y o paxariño voador cantaba,
Mentras qu’eu camiñaba
Lixeira ô meu avio.

Tal como a neve, albeas,
As roupas y as marañas
Tendidas n’as silveiras e as montañas
Xa en raro, xa âs moreas,
Cal pint’a branca nube o ceo sereno
Briland’ô sol, pintaban o paisaxe
Coma ningun ameno.

Cabo d’a ria n’a ribeira verde,
Á cal gana, á cal perde,
Xogaban os rapaces c’a onda escrava,
Á anxeliño tocaba
En un lugar veciño,
E anque os pais d’o meniño
Ô enterralo, choraban que partian.
Compasivo-l-os vellos,
¡De cantas penas se librou! decian.

En tant’os carros sin parar chirraban,
Mentras ô seu compás os carreteiros
Despaciosos cantaban;
E aquí a fonte corria,
Alá n’un-ha canteira resoaban,
Metalicos, os picos d’os pedreiros.
Mais preto os cans ladraban
Y antr’a follax o vento rebulia
Indo d’as encanadas ôs outeiros…
¡Canta paz! ¡canto sol!… ¡canta alegría!…

«¡Ô fin sorte cansache!
Y o quiñon que famenta me negache
N’a hirencia d’os praceres,
Dándome só o d’as ansias e as peleas,
Cal á aqués que ben queres,
Ora darasmo en gustos âs mancheas.»

Esto eu iba dicindo,
De dichosa cal n’outra presumindo,
Mentras que camiñaba
Tan contenta e segura
D’atopar a fortuna en qu’esperaba,
Cal sei que atopa á Dios quen o precura.

Antre buxos e silvas agachado
O encanto deseado
Estaba como merlo n’o seu niño,
Po-lo romor d’as auguas arrolado
D’o apartado mohiño…
Eu din volt’â devesa
Pasey a corredoira d’a Codesa,
¡Y ô fin cheguei!… y enriba d’un-ha lousa,
En ond’â amañecida o corbo pousa,
Un nobre cabaleiro
C’o a sua pruma enrisada n’o sombreiro,
E vestido de seda e pedrería
Á estilo d’a treidora mourería,
Dou en chamarm’arteiro,
C’un modo loumiñeiro
Que d’o ceo non d’a terra parecia.

¡El é! dixen ô punto temerosa…
Mais o d’o encanto, afeito
Seica á tratar con damas dend’antano
Sin que de verme s’atopas’estrano
Dende lonxe chamándome sorria.

Y o ceo póndose foi de cor de rosas,
Mentras n’as carballeiras e encanadas,
Sopraban un-has brisas repousadas,
Soaves e saudosas,
Cal promesas compridas, s’esperadas.

Eu non sei que sentia,
Vendo qu’él en chamarme proseguia,
Pois antr’ansiosa y-adusta
C’un-ha valor que asusta
Fumm’indo cabo d’él de gozo chea,
Cal palomiña vay tras d’a candea.

Tiña n’as mans un cetro adiamantado,
Bateu con el n’a laxe misteriosa
Que s’abreu, como s’abre d’o granado
O froito sazonado,
E con voz armoniosa
E garrido sembrante,
¡Vamos!—me dixo gasalleiro,—¡adiante!

E fun cal folla inxel vay c’a encalmada
Corrente, que primeiro asosegada,
A arrastra n’as suas auguas cristaiñas
Pra darlle sepultura cariñosa
N’as orelas veciñas,
E que dempois a leva, arrebatada
Po-la negra enxurrada
Ôs abismos d’a mare tormentosa.

¡E entrey pensando penetrar n’o ceo!…
¿Por que ten a maldade forza tanta?
Pois canto â vista encanta
E nos finxe o ardentísimo deseo
Nunca farto nin cheo,
Alí os meus ollos viron, e prendados
Quedaron como nunca e namorados.

D’o tesour’escondido
O brilo e fermosura
¿Á quen que fose de muller nacido,
Á que mortal criatura
N’a houbera contrubado e seducido?

E n’a lumieira y antr’aberta porta
Sin astreverme, de primeiro ausorta,
Á vixiar d’a espréndida morada
Un-ha tras d’outra estensa galería,
Cal si quedase para todo morta
Menos para o que via,
Escramey no supremo d’a alegría.

—Aquí Dios, aquí as dichas d’o universo
Sin voltas nin reverso,
Aquí o que á maxiñar nunca chegara,
A comprida ventura.
¡Que nunca outra topara
Mais grande, nin mais santa, nin mais pura!

Tal brasfemey, sin medo nin coidado,
¡Tola de min, cegabam’o pecado!
Y aquel brilo que via
Ô par que m’alentaba a fantesía
Daba comprida fé d’o ben buscado.

Pensando que por sorte
Ô paraiso terreal chegara
Y era verdade a dicha que soñara,
Sin m’acordar d’a vida, nin d’a morte,
Olvidando o pasado y o presente
C’o porvir xuntamente,
Soyo pensey en abarcar n’un punto
Aquel tanto ben xunto,
Iñorado d’a xente.

C’o poder d’o que pode, erguinme altiva
Sin coidar canto a humana natureza
É falibre e cativa,
E maxinando eterna fonte viva,
Tanta e tanta riqueza,
Com’ante min soberba s’ostentaba,
Dixen seguindo ô hermoso cabaleiro,
—Xa que vos atopey tan lisonxeiro
Pra gozar logo d’o qu’é meu, decime,
Por onde debo encomenzar primeiro.

—Por onde vos querás, reina e señora,
Contestou gasalloso
C’o seu falar gracioso,
Qu’é voso canto aquí vos enamora,
Pero vos e mais eu, antes bebamos
N’esta copa dourada,
Po-los mals que nos deixan e deixamos,
Y os bês que nos sorrin dend’alborada
D’un-ha mañan d’abril nunca acabada.

—¡Pois bebamos! ¡bebamos!
Repetin eu, trubada e non de viño,
Sin que a sinal d’a cruz antes fixese
Pra que ben m’emprestase o que bebese…
Y hastra o líquido fresco e cristaiño
Os dous nos abaixamos
E ambas bocas mollamos…

Nunca m’olvidarei d’aquel momento
D’inmensa dicha e d’infernal tormento,
Pois de dentro d’a copa
Saindo de repente
Un-ha e outra cabeza de sarpente
Contra min se volveno desatadas,
E todas xuntamente
Á un tempo asubiaron,
E n’as entrañas mesmas
O aguillon pezoñoso m’encrabaron.

Cain, cain ferida
E casi-que sin vida,
E inda enriba de min, feras volveno
C’o seu mortal veneno
Un-ha y outra sarpente maldecida.

Cal brétema espallada
Po-lo Sur, n’a encanada,
Dispareceu o lindo cabaleiro,
Y espesa nube de trebons preñada,
Partindo d’a sombrisa Compostela,
Que n’o confin lexano se trasvia
Cal se trasvé n’a tarde morimunda
A raya sin fulgor d’a noite fria,
Veu contrubar a miña mente inxela.

Y alí enriba d’a lousa
En dond’â mañecida o corbo pousa,
Atopeime de pronto, sin ventura,
D’as miñas doces ilusiós despida,
Soya e probe, cal n’outra criatura
Envenenada, triste e malferida.

E non sey que voz ronca marmuraba,
C’o vento que soaba,
«Coma ti, mal tesouro,
Que aquí deixou o mouro
E que a cubiza alaba,
Son os encantos todos terreales,
Á tan grandes pracers, tan grandes males.»

—«Tanto e tanto nos odiamos,
Tanto e tan mal nos quixemos
Que por non verme morriche,
E desque morrich’alento.
Mas ora tócame á min
Tamen, marchar, e di o crego
Que che perdone, pois logo
Á axuntarnos volveremos.
¡O crego volveuse tolo!
¡Xuntarnos!… nunca mais, penso;
Que si ti estas ond’a Dios
Eu penso d’ir xunt’o demo.»

Esto un-ha vella viuda,
E terca como un carneiro,
Falaba do seu difunto
Xa d’os bichocos comesto.
Y en tanto qu’así falaba,
Tamen ela iba morrendo.
Mas din qu’o difunto y ela
S’atoparon n’os infernos
Man á man, e codo á codo
Como dous bós compañeiros.

—¿Conqu’estás aquí? lle dixo
Estonces a vella ô vello,
Pois voume a dond’está Dios
Xa que ti estás ond’o demo.—
E sin saberse por onde
Colleu direitiña ô ceo;
Mais topou fechada a porta,
Que lla fechàra San Pedro.

—¡Prum! ¡prum! ¡abrí, que son eu!
Falou a vella moy recio.
—Non hay, respondeu o Apóstol
Apertando o tarabelo.
—Coidá que xurey n’estar
Ond’él esté, meu San Pedro…
—Non hay, repiteull’o Santo,
Indose inda mais adentro.
—¡Por vida d’as vosas chaves,
Que facés un bon porteiro,
E que roncás!… xa se ve…
¡Como estades satisfeito!…

Mais eu xurey, e Dios manda
Qu’un cumpra seus xuramentos;
¡Â terceira vez!… ¿abrides?
—Nin âs tres nin ôs trescentos,
A muller vaya onda o home,
¡Al infierno, anda al infierno
Con él, por sempr’en jamás!
—¡Poche, meu Santo San Pedro,
Que ben deixás conocer
Qu’andiveches sempre ceibo,
Que nunca foches casado
Nin n’a terra nin n’o ceo!
Todiña-las comenencias
Para vos quixeches ¡deño!
¿Y á min non me dás ningun-ha?…
Pois vé qu’eu tamen as quero.
S’aló con cadea andiven
En têla agora non penso,
Que todo c’a morte acaba
Segun pedrican os cregos.
Un-ha ves nos separamos,
Eu y o meu home, e por certo
Que foi pra sempre… e esta dito,
Pois son terca, si sòs terco.
¿Que non me querés n’a groria?
Pois xurei non ir ô inferno
Dond’él está, y acabouse,
E n’hay que falar mais d’esto.
¿Que habés de facer de min?
¿Irei ô limbo d’os nenos?
¡Me vayas! que xa estou d’eles
Hasta a punta d’os cabelos.—
—¡Caramba, c’o a muller esta!
Dixo enfadado San Pedro,
Que si non fora por Dios…
—Bah, señor, deixavos d’eso
E permitíme que pase…
—Non, non e non. ¡Caramelos!
Fora d’aquí… e ¡pum! botouna
Direitiño cara ô inferno.
—¡Qu’o xurei! Xa o teño dito…
Berraba a vella… non entro.
Señor, Señor… Sursum corda,
Aquí estou, e aquí me quedo.

E quedouse, sí, quedouse:
¿Onde? non se sabe certo,
Nin si foi porqu’a oise Dios
Ou porque n’a quixo o deño.
Só se sabe, ben sabido,
Qu’anda n’as alas d’o vento,
Metendo medo ôs rapaces
N’as negras noites d’inverno;
Encelando namorados,
Desfacendo casamentos,
Malquistando matrimonios…
¿Porque n’a levou San Pedro?
Qu’ora anda ceiba e ben ceiba
Para meternos n’o inferno.
Poñélle a figa, mociñas,
Si querés ter casamento,
Qu’ond’ela esté, nin un home
Toparés para un remedio.

En Cornes

I

Formoso campo de Cornes,
Cando te crobes de lirios
Tamen se me crobe a yalma
De pensamentos sombrisos.
De Cornes lindo lugare
Que cruzan tantos camiños,
Anque cuberto de rosas,
As rosas, tamén fan guizos.

Antr’as pedras, alelises,
Antr’os toxos, campanillas,
Por antr’os musgos, vïolas,
Regos, por antr’as curtiñas.
Rio abaixo está o moiño,
Compostela, rio arriba…
Rio arriba, ou rio abaixo,
Todo é calma n’a campía.

Convidando á meditare,
Soan de Conxo as campanas,
Beben os bois n’o teu rio
Y o sol alegra a escampada.
D’as tuas casas terreñas
Say fume y os galos cantan…
¡Quen en tan fresco retiro
Dirá que as dores fan lama!

Donde hay homes hay pesares,
Mais n’os teus campos, ña terra
Maxino que os hay mais fondos,
Cando t’amostras mais leda.
¡Por qu’ eses trios d’os páxaros,
Eses ecos y esas brétemas
Vaporosas, y esas frores,
N’alma triste, canto pesan!

Po-las silveiras errante
Vexo un-ha meniña orfa
Que triste vay marmurando,
—¡Ña Virxe, quen rosa fora!
—¿Porque quês ser rosa, nena?
Lle preguntei cariñosa,
Y ela contesta sorrindo,
—Porque non tên fame as rosas.

Cost’arriba, cost’arriba,
Desandemo-l-o camiño,
Fuxamos d’este sosego
D’os pesares enemigo.
¡Que negro contraste forman,
D’a natureza o tranquilo
Reposo, co as ansias feras
Que abaten o inxel esprito!

II

>

Cruceiro de Ramirez que t’ergues solitario
D’os Agros n’a espranada, antr’as rosas d’os campos,
O sol d’a tarde pousa en tí o postreiro rayo
Coma n’un alma triste, pousa un soño dourado.

Algun-ha vez n’o estio, eu ô teu pé sentada
Escoito silenciosa, mentras a tarde acaba:
Baixo d’as pedras mudas, que teu sacreto gardan
Maxino que resoa o brando son d’un arpa,
¡Música incomprensible que d’outros mundos fala!

¡Tal de Memnon s’oian ô amañecer n’a estatua,
Aqueles sons divinos que as almas encantaban!

III

Ódiote campo fresco,
C’os teus verdes valados,
C’os teus altos loureiros
Y os teus camiños brancos
Sembrados de violetas,
Cubertos d’emparrados.
Ódiovos montes soaves
Que o sol poniente aluma,
Qu’en noites mais sereas
Vin ô fulgor d’a lua,
Y ond’en mellores dias
Vaguey po-las alturas.
E tí tamén, pequeno
Rio, cal n’outro hermoso
Tamén aborrecido,
És antr’os meus recordos…
¡Porque vos amey tanto,
E porque así vos odio!

San Lourenzo

I

Ô mirar cal de novo n’os campos
Iban á abrochá-l-as rosas,
Dixen—¡En onde, Dios mio,
Irey á esconderm’agora!
E pensei de San Lourenzo
N’a robreda silenciosa.

N’algun tempo aquês vellos carballos
Amostrando as suas raices,
Cálva-l-as redondas copas
Que xa de musgo se visten,
Âs tristes almas falábanlles
Tan soyo de cousas tristes.

O alciprés que direito s’asoma
D’o convento tras d’o muro,
Y o lixeiro campanario
Cuberto d’herbas e musgo,
D’a devesa, c’o cruceiro
Eran cintinelas mudos.

Y aquel Cristo que n’o arco de pedra
Abatido a frent’incrina,
Soyo, cal s’inda n’o Gólgota
Loitase c’o as agonias,
Ôs corazós oprimidos
Resignacion ll’infundia.

E si dentro d’o craustro deserto
E ruinoso penetraba,
Nunca d’o olvido un-ha imaxen
Vira n’o mundo mais crara,
Nin de mais grande silencio
N’a terra vos rodeara.

N’o profundo d’a font’escondida
Medraban con libertade,
Antr’as silva-l-as violas
Antr’o buxo, as dixitales,
Y a morte ¡cal fora grata
N’aquel deserto lugare!

E por eso ô mirar cal n’os campos
De novo abrochan as rosas
Dixen—¡En onde, Dios mio,
Irey á esconderm’agora!
Y ô bosque de San Lourenzo
M’encamiñey silenciosa.

II

¿Ond’estaba o sagrado retiro?…
Percibin ruidos estraños,
Pedreiros iñan e viñan
Por aquel bosque apartado.
¡Era que un-ha man piadosa
Coidaba os desamparados!

D’un-ha ollada medin o interiore…
Todo relumbraba branco,
Cada pedra era un espello
Y o vello convento, un pazo
Coberto de lindas frores.
¡Que terrible desencanto!

¡Negra nube cubreu de repente
Os meus ollos asombrados,
E mais que nunca abatida
Fuxin!… que o retiro amado
Pareceume a alma limpa d’un monxe
Sumerxida n’os lodos mundanos.

Marzo de 1880.

Libro V. As viudas d’os vivos e as viudas d’os mortos

¡Pra a Habana!

I

Venderonll’os bois,
Venderonll’as vacas,
O pote d’o caldo
Y a manta d’a cama.
Venderonll’o carro
Y as leiras que tiña,
Deixarono soyo
C’o a roupa vestida.
—María, eu son mozo,
Pedir non m’é dado,
Eu vou po-lo mundo
Pra ver de ganalo.
Galicia está probe,
Y â Habana me vou…
¡Adios, adios, prendas
D’o meu corazon!

II

Cando ninguen os mira
Vénse rostros nubrados e sombrisos,
Homes qu’erran cal sombras voltexantes
Por veigas e campíos.
Un, enriva d’un cómaro,
Séntase caviloso e pensativo,
Outro, o pé d’un carballo, queda imóvil
C’o a vista levantada hácia o infinito.
Algun cabo d’a fonte resinado
Parés qu’escoita atento o murmurio
D’augua que cai, e eisala xordamente
Tristísimos sospiros.
¡Van á deixá-l-a patria!…
Forzoso, mais supremo sacrificio.
A miseria está negra en torno d’eles
¡Ay! ¡y adiant’está o abismo!…

III

O mar castiga bravamente as penas,
E contr’as bandas d’o vapor se rompen
As irritadas ondas
D’o cántabro salobre.
Chilan as gaviotas
¡Alá lonxe!… ¡moy lonxe!
N’a prácida riveira solitaria
Que convida ô descanso y ôs amores.
De humanos séres a compauta linea
Que brila ô sol, adiántase e retórcese,
Mais preto, e lentamente as curvas sigue
D’o murallon antigo d’o Parrote.
O corazon apertase d’angustia,
Óyense risas, xuramentos s’oyen,
Y as brasfemias s’axuntan c’os sospiros…
¿Onde van eses homes?
Dentro d’un mes n’o simiterio imenso
D’a Habana, ou n’os seus bosques,
Ide á ver que foy d’eles…
¡N’o etern’olvido para sempre dormen!…
¡Probes nais que os criaron,
Y as que os agardan amorosas, probes!

IV

—Animo, compañeiros,
Tod’a terra é d’os homes.
Aquel que non veu nunca mais que a propria
A iñorancia o consome.
¡Animo, á quen se muda Dio-l-o axuda!
¡E anque ora vamos de Galicia lonxe,
Verés des que tornemos
O que medrano os robres!
Mañan é o dia grande ¡â mar amigos!
¡Mañan, Dios nos acoche!
¡N’o sembrante a alegría,
N’o corazon o esforzo
Y a campana armoniosa d’a esperanza,
Lonxe, tocando á morto!

V

Este vaise y aquel vaise
E todos, todos se van,
Galicia, sin homes quedas
Que te poidan traballar.
Tes en cambio orfos e orfas
E campos de soledad,
E nais que non teñen fillos
E fillos que non tên pais.
E tês corazons que sufren
Longas ausencias mortás,
Viudas de vivos e mortos
Que ninguen consolará.

¡Olvidemo-l-os mortos!

I

¡Profanemos d’o bosque as umbrías!…
E ante estes mudos testigos,
O rio, a fonte y os ceos,
Qu’eu rompa os xa vellos vinculos.
D’o pasado correron as horas,
Só Dios sabe antre que abismos,
¡Non tornarán… olvidemos!
Que a recordanza é un martirio.

II

Hay un niño de rosas silvestres
Cabo d’a fonte escondido,
E un prado de herba trebiña
Alfombra o arredor sombriso.
Cal un tempo, rebuldan as brisas,
N’a fronda cantan os xilgaros,
As margaridas sorrinme,
Y oyo o marmurar d’o rio.

III

Sin amar cal é negra esta vida
E perde o sol o seu brilo,
Deixa que o sorbo postreiro
Beba d’o celeste viño.
Din que dorme o privado n’o leito
Ancho d’os fondos olvidos,
Ambos pois, xuntos bebamos,
D’este bosque antr’os espiños.

IV

¡Que armonioso n’altura resoa
O zoar ronco d’os pinos!
Mais maxino que nos miran
Sereos dend’o monte arisco.
E parés que trasvexo antr’a brétema
N’as vaguedás d’o infinito
O perfil trist’e emborrado
D’os meus ensoños perdidos.
E que adustas m’axexan as sombras
Tras d’esos coutos e riscos,
D’os meus mortos adorados
E d’os meus delores vivos.
¡Mais n’importa! Da antigua devesa
Profanemos os retiros…
Séntate ô meu lado e dime,
Dime… o que tantas oiron.

V

És garrido e lanzal y os teus ollos
N’os meus coma estrelas fixos,
Dormentes, din qu’o amor n’eles
Pousa o seu dedo divino.
Eu contémprot’en tanto serea,
Dura coma os seixos frios
E d’o teu corazon conto
Os turbulentos latidos.
¡Faise a asmosfera densa ô redore…
Decote o mesmo camiño!
Coma o seu cantar os páxaros
Tés, corazon, o teu ritmo.
Mais de vagoas s’inunda o meu rostro
E d’a yalma n’o mais intimo
O hastio lento penetra
Com’espada de dous fios.
¡Ea! apártate lonxe… non quero
Profanar este retiro,
Nin pode o corazon tolo
Ser de sí mesmo asesino.
Sosegavos, ñas sombras airadas
Qu’estou morta para os vivos.
¡Sagrado quedaches, bosque!
¡Sin mancha ti, meu esprito!

¡Terra a nosa!

I

Baixo a prácida sombra d’os castaños
D’o noso bon pais,
Baixo aquelas frondosas carballeiras
Que fan doçe o vivir,
Cabe a figueira d’a paterna casa
Que anos conta sin fin,
¡Que contos pracenteiros… que amorosas
Falas se din alí,
Risas que s’oyen n’as serans tranquilas
D’o cariñoso Abril!
E tamén ¡que tristísimos adioses
S’acostuman oir!

II

—Quen casa ten de seu, ten media vida.
Un-has telliñas para nos crubir,
Catro paus que ardan n’a lareira nosa
¡E á traballar sin fin!
¡Valor, valor! y espera desdichado
Mentras teñas aquí
Un-has paredes tristes e desnudas
Mais qu’herdache infeliz,
E d’as que naide despoxarte pode:
¿Naide?… a miseria, sí.

III

O forno está sin pan, o lar sin leña,
Non canta o grilo alí.
E se non é c’o a pena que o consome
O probe soyo está c’o seu sofrir
Sin que comer e sin abrigo tremba,
Por que os ventos sutils
Húmedos inda, silvan antr’as pedras
Y as portas fan xemir.
¡Que ha de facer, Señor, s’o desamparo
Ten ô redor de si!…
¿Deixar a terra en que naceu y a casa,
En qu’espera ter fin?
¡Non, non! que o inverno xa pasou y hermosa
Primadera vay vir.
¡Xa os árbores abrochan n’a horta sua!
¡Xa chega o mes d’abril!
Y anque á torrentes chove en horas tristes
En outras o sol ri,
Xa a terra pode traballarse, a fame
D’os probes vay fuxir.
¡Ay! o qu’en tí naceu, Galicia hermosa,
Quere morrer en tí.

IV

¡Ou miña parra d’albariñas uvas,
Que a tua sombra me dás!
¡Ou ti sabugo de froriñas brancas
Que curas todo mal!
¡Ou ti, en fin, miña horta tan querida
E meus verdes nabals,
Xa non vos deixo que as angustias negras
Lonxe de min s’irán!
O bran chega crubindovos de fruto
Todos son ricos xa,
Os paxariños tên gran n’as campías,
Abrigo n’a follax.
As noites son tranquilas e serenas
Craro é sempre o luar,
Por antr’as tellas entran os seus rayos
Y hastra o meu leito van,
Y así durmo alumado po-la lámpara
Que ôs probes lle luz dá.
Lámpara hermosa, eternamente hermosa,
Consolo d’os mortals.

V

Esos varios sendeiros d’as montañas
Ôs fondos vales cân…
Aló enriva o sun sun d’os pinos bravos,
En baixo a doçe paz.
N’a cima crara luz, aires purísimos,
Salvaxen soledá,
Romores misteriosos que despertan
Pensamentos de brava libertás.
Perfumes penetrantes, que deseyos
Loucos e estraños dan,
En baixo, amante calma, cariñosas
Brisas que ô rebuldar
Por antr’as follas, n’as sus alas traen
Romores da siudád,
Eco d’algun-ha voz fresca e sonora
De timbre virxinal.
D’a campana d’aldea o cramoroso,
Prolongado soar,
D’a presa d’o mohiño o ronco estrondo,
Y o batidor compás,
D’a lavandeira que c’os brancos liños
Contra un-ha pedra dá.

VI

¡Si, si! Dios fixo esta encantada terra
Pra vivir e gozar,
Pequeno paraiso, est’é un remedo
D’o que perdeu Adan.
Este prácido sol que nos aluma,
Estes aires d’o mar,
Este tempo soave, estas campías
Que non teñen igual,
Esta fala mimosa que nós temos
De tan doçe solás
Que non sabe decir si non cariños
Que hastr’os corazós van,
Esta terra, n’hay duda… Dió-l-a fixo
Pra ser amada e amar.
¡Ey, Galicia a que dorme soños d’anxel,
E chora ô despertar,
Vagoas que si consolan as suas penas,
Non curan os seus mals!

VII

¡Que t’aman os teus fillos!… ¡Que os consome,
D’o teu chan s’apartar!…
Que ximen sin consolo, s’á outras terras
De lonxe, á morar van.
Que aló está o corpo n’as rexiós alleas
Y o esprito sempre acá,
Que só viven, só alentan c’as lembranzas
D’o seu pais natal.
E c’o a esperanza, c’o a esperanza ardente
D’á Galicia tornar…
E ¡como n’adorarte d’este modo
Santa e querida nay,
Como non morrer lonxe d’aquel seyo
Que mel de meles dá,
Y é groria y é contento e paraiso
N’o mundo terreal!

VIII

¡Que hermosa te dou Dios, terra querida,
Desdichada beldá!
¡Que brando e melancolico sosego
Sinto ô te contemprar!
¿Porque, porque antr’as frores as espiñas
Entretexidas van,
N’esa coroa que a tua testa ciñe
De verdor eternal?
¡Ou Galicia, Galicia! a arpa sonora
Pronto descolga xa
D’a seca pónla ond’olvidada dorme,
Dorme, á sigros contar.
Os bardos fillos teus a voz levanten
D’as cordas ô compás,
Y enchan ô mundo armónicas y altivas
Tan só pra t’alabar.

Tecin soya a miña tea,
Sembrey soya o meu nabal,
Soya vou por leña ô monte,
Soya a vexo arder n’o lar.
Nin n’a fonte nin n’o prado
Así morra c’o a carráx
El non ha de virm’ á erguer,
El xa non me pousará.
¡Que tristeza! o vento soa,
Canta o grilo ô seu compás…
Ferve o pote… mais, meu caldo,
Soiña t’hey de cear.
Cala rula, os teus arrulos
Ganas de morrer me dan,
Cala, grilo, que si cantas
Sinto negras soïdás.
O meu homiño perdeuse,
Ninguen sabe en onde vay…
Anduriña que pasache
Con él as ondas d’o mar,
Anduriña, voa, voa,
Ven e dime en ond’está.

Os manantiales sécanse,
Ôs robres cáenll’as follas,
Pero a tua yalma é plena primadera,
Non veu mais que un-ha aurora.

E en vano oyes d’o mundo,
En vano oyes d’a vida…
N’apagará a tua sede o que outros beben
N’as auguas maldecidas.

Mais cando chegue a tarde d’o teu dia
E chegue o teu outono,
Ven hastr’a miña tomba paseniño,
E deposita n’ela os teus remorsos.

Dor alleo n’é meu dor

Uns magoan querendo consolare,
Outros o dedo afincannos n’a llaga,
Mais o peor de todos é o traidore
Que repite ô ferirnos.—¡Todo pasa!

Y a concencia tranquila,
Déixanos tan dichoso e tan sereno,
Entregados á un dor que se non mata
Fay d’a vida un inferno.

Mais s’o trance lle chega
D’o mesmo que magoa, ser magoado,
Di qu’eterno cal Dios é seu penare
E pon n’o ceo, o lastimeiro layo.

—¡Como venden a carne n’o mercado
Vendeut’o xurafás!
—¡Pero que importa ô fin que me vendese;
S’eu n’o podo olvidar!
—Matoute á penas, sin piedá, e deixoute,
Deixoute o desleal.
—Pois olvidada morrerey e triste
Que olvidalo… ¡non xa!
—Cal se pisan as herbas él pisoute…
¡Odiate!… ¿e n’o odiarás?
—Anque m’odie, e me pise, e me maldiza,
Eyllo de perdoar.
—¡Mal haya a tua constancia, probe tola,
Y a tua lealtad!
Mais anque tí o perdones, Dios qu’é xusto
N’o pode perdoar.

(Un incredulo aparte,
Sorrindo c’un sorrir de Satanas)

—Fiádevos en Dios e non corrades
¡Dios! ¿quen sabe s’o hay?
(Un-ha vella que pasa)—Aquel que as fixo
Eu sey que tarde ou cedo as pagará.
(Outro)—Âs escuras vamos,
Sen que sepa ninguen pra donde vay.
Pero, cobre n’a man o que poidere
Mais val ter en seguro qu’esperar.
(Un bon)—Hay tantos homes
Como intenciós e pensamentos hay.
Pero dichos’ aquel que inda morrendo
Ô que o matou lle pode perdoar.

Foy a Pascoa enxoita,
Choveu en San Xoan,
Á Galicia a fame
Logo chegará.
Con malenconía,
Miran para o mar,
Os que n’outras terras
Tên que buscar pan.

Non coidarey xa os rosales
Que teño seus, nin os pombos,
Que sequen, com’eu me seco,
Que morran, com’eu me morro.

Eu levo un-ha pena
Gardada n’o peito,
Eu levoa, e non sabe
Ninguen por que a levo.
Orelas vizosas
D’o Miño sereno,
Onde o paxariño
Ten o seu espello,
Y antr’as margaridas
Pacen os cordeiros,
Vos soyas sabedes
O meu sentimiento.
Cabo d’un-ha pena
Onde mana un rego
 sombra d’un pino
Manso e xigantesco
Que soberbo brama
Cand’o move o vento,
Coma n’un sepulcro
Dorme o meu sacreto.
Mais, anque alí dorme
Viv’en min desperto.
Eu levo un-ha pena
Gardada n’o peito
Tamaña, tamaña,
Bon Dios que n’a rexo.
¡Quen me dera, orelas
D’o Miño sereno,
Ser un d’aqués cómaros
Qu’en vos tên asento!
Sin medo e sin penas,
De bran e d’inverno
Un sigro tras d’outro
Morara ond’eu quero…
C’a veiga por paço
C’o espazo por teito.

Meus pensamentos cal voás tolos…
¿Á donde vâs?
¿Á donde? á donde, s’eu no-no digo,
Naid’o sabrá.

D’a fonte ô rio, d’o rio â veiga,
D’a veiga ô mar,
¿Que buscás tolos?… s’eu no-no digo,
Naid’o sabrá.

Meus pensamentos… ¿porque perenes
M’atormentás?
¿Por qu’îs decote ¡ay! s’á donde ides
Naid’o sabrá?

Cal palomiña buscás a llama
Que vos queimar…
Y a triste morte que vos teredes
Naid’a sabrá.

Vivir para ver

Marcháchet’un dia
Ti, aquel qu’eu queria,
Fuxiste d’a terra
Que tant’alegría
Y encantos encerra.
Dixeches—María,
Mais doçe que as meles,
Mais linda que as frores,
Paloma sin feles,
Non chores, non chores,
Que ausencia envivece,
Non mata, n’esquece,
Os doçes amores,
Que a dicha axuntou.
¡Eu voume!… mais s’ora
Delor nos ofrece
Fertuna treidora,
Jamás t’olvidara
Quen tanto t’adora
Quen tanto t’amara.
¡Adios miña vida!
N’o peito escondida
Te levo, antre tanto
Non torno á te ver.
¡Ti espera! pois xuro
Por Dios sacrosanto,
Que si non morrer,
Aquí ey de volver.
Morrer, non morreche…
Y anqu’eu esperara…
¡Que ben que compriche,
Palabra que diche!
¡Amor que tibeche!
Que os anos pasaron,
As frores mucharon,
Os negros cabelos
En brancos tornaron,
E nunca mais, nunca
¡Poder d’un querer!
Quixeches volver…
Vivir para ver.

N’é de morte

—¿Xa estás de volta, Rosa d’Anido?
¡Eu non coidara verte tan cedo!
Y as meigas todas contigo, Rosa,
Aló n’a vila seica andiveron,
Que de difunto tès a colore
Y a vista brava, y o falar seco.
—É que de pena, d’a terra lonxe
Pouquiño á pouco m’iba morrendo,
Mais… colorosa, me verás logo
Que agora vivo, porque te vexo.
—¡Tola de Rosa, c’o qu’ela saye!…
¿Inda t’acordas d’aqueles tempos?
—¡S’inda m’acordo!… ¿com’olvidalos
Cando tan soyo sey pensar n’eso?
Bebemos xuntos, n’aquela fonte,
Xuntos pousamos n’aquel portelo,
Herba collemos xuntos n’o prado
E íbamos xuntos tomá-l-o fresco
N’o mes d’agosto dendes que a lua
Branca saia tras d’os outeiros.
Estas lembranzas me consumian,
De tí apartada, d’a terra lexos…
Pero e tí, dime, ¿non t’acordaches
E non t’acordas de todo aquelo?
—¡Ti que me pides, rapaza, cando
Desmemoriado son com’un deño!
Y ademais, Rosa, direicho todo,
Pra que non volvas á pensar n’esto.
Bebin con outras n’aquela fonte,
Pousey con outras n’aquel portelo,
¡Ay, e con tantas â luz d’a lua,
N’o mes d’agosto tomey o fresco!…
Dime meniña s’un home pode
Cargar con tantos recordos d’estos,
E si non debe votalos fora
Por que n’estorben n’o pensamento.
Quíxente un dia, quíxente Rosa,
Mais di un-ha copra, que o amor y o vento
Des que fixeron o seu facido,
Vánse rapaza como viñeron.
¡E que lle vamos á facer, Rosa,
S’aquestas cousas non tên remedio!
Adios, pr’ Habana domingo embarco,
Y anqu’ora chores, non teñas medo,
Que mal d’amores n’é mal de morte,
Y ô fin y ô cabo pasa c’o tempo.

¡Querom’ire, querom’ire!
Para donde no-no sey.
Cégam’os ollos a brétema
¿Para dond’ey de coller?
N’acougo c’un-ha inquietude
Que non me deixa vivir,
Quero e non sey o que quero
Qu’é todo igual para min.
Querom’ire, querom’ire,
Din alguns que á morrer van;
¡Ay! queren fuxir d’a morte,
¡Y a morte con eles vay!

O meu olido mais puro
Dérache s’eu fora rosa,
O meu marmurio mais brando
S’é que d’o mar fora onda.
O bico mais amoroso
Se fose rayo d’aurora,
Si Dios… mais ben sey que tí
Non qués de min, nin a groria.

—Medico, doill’a cabeza…
Zuruxan, doill’un-ha man,
Mais s’é c’o esprito lle doy
¿Que menciña lle darás?
—Para infirmidás d’as almas
N’a terra cura non hay,
Pídelle á Dios que cha leve;
Quizas n’o ceu sandará.

—Anque me des viño d’o Riveiro d’Avia,
Todo-l-os almibres, e toda-l-as viandas,
D’as que os reises comen e no mundo haxa,
Ña madre querida, non sey que me falta.
Anque me trayades com’un santo en palmas,
E que me poñades de toda-l-as galas,
E que me levedes â corte de España,
Ña madre querida, non sey que me falta.
E anque me des ouro, e anque me des prata
Diamantes e alxofres, pelras e esmeraldas
E canto hay n’o mundo, non me dades nada,
Por que, ña madriña, non sey que me falta.
D’a esperanza hermosa cortaronm’as alas
E n’hay alegría si n’hay esperanza.

Dend’aquí vexo un camiño
Que non sey á donde vay,
Po-lo mismo que n’o sey
Quixera o poder andar.
Istreitiño sarpentea
Antre prados e nabals
Y and’o feito, aquí escondido,
Relumbrando mais alá.
Mais sempre, sempre tentándome
C’o seu lindo crarear,
Qu’eu penso, non sey por que,
N’as vilas que correrá,
N’os carballos que o sombrean,
N’as fontes que o regarán.
Camiño, camiño branco
Non sey para dónde vas,
Mais cada vez que te vexo
Quixera podert’andar.
Xa collas para Santiago,
Xa collas para o Portal,
Xa en San Andrés te deteñas,
Xa chegues á San Cidrán,
Xa, en fin, te perdas… ¿quén sabe
En dónde? ¡qué mais me dá!
Que ojallá en tí me perdera
Pra nunca mais m’atopar…
Mais ti vas indo, vas indo,
Sempre para donde vas,
Y eu quedo encravada en onde
Arraigo ten o meu mal.
Nin fuxo, non, que aunque fuxa,
D’un lugar á outro lugar,
De min mesma, naide, naide,
Naide me libertará.

N’o craustro

Dábanse bico-l-as pombas,
Voaban as anduriñas,
Xogaba o vento c’o as herbas
Pobradas de margaridas,
Y as lavandeiras cantaban
Mentra-l-a fonte corria.
Fórons’indo un-ha tras d’outra,
Y alí se quedou soiña,
C’a triste frente incrinada
Cabe un-ha arcada sombrisa…
Estonces non sey qué sombras
Quizais de memorias vivas,
Quizais d’os frades difuntos,
Pasar en procesion mística
Veu, n’aquelas soledades,
Que amaba canto temia.
Tembrou d’angustia e de pena
E con amarga sorrisa,
Mirando o xasmín sin follas
Qu’iban á brotar axiña,
Marmurou mentras d’os ollos
As bagullas lle caian:
«Todo volve, todo torna,
Menos o ben qu’eu queria:
Todo, todo aquí se queda
Eu soya vou de fuxida.
Non ey de vervos mais, frores,
Adorno d’esas cornisas,
Nin á oir os teus marmurios
Fonte que á gozar convidas,
Nin á contemprarvos, pedras,
Testigos d’a pena miña;
Outros virán profanarvos,
Mentras eu morro esquencida.»
Sonaron pasos n’as bóvedas,
Soprou un-ha forte brisa,
Oyeuse un-ha carcaxada
Cal si d’o inferno saira:
Era o trasno d’o convento,
Que recordand’outros dias,
Ríase d’as ansias negras
E d’a orfandá d’a meniña.

¡Cómo lle doy a yalma,
Pero, canto lle doy!
De dia nin de noite
Non para c’a delor.
¡Señor, vó-la fixeche,
Señor, curaina vos!
Y o corazon ferido,
Tamen ¡canto lle doy!
Y eu ben sey que non pode
Sandar d’o corazon.
¡Señor, daille descanso
N’a terra que a criou,
Que o polvo torne ô polvo,
Y o esprito, ô ceu, bon Dios!

Ô sol fun quentarme
Doum’escallofrios,
Cal s’o Norte bravo
M’arrastrase arisco.
Sentin un-ha gaita
D’alegre sonido,
Y os cabelos todos
Puñéronsem’hirtos;
E tembrey cal tembra
N’a beira d’o rio,
Herba que a corrente
Toca c’os seus limos.
Miñ’alma dorida,
Meu corpo inxeliño,
Faivos mal a gaita,
Davos o sol frio.
Miñ’alma, meu corpo,
Se non é feitizo,
É que a morte querme
Para o seu enxido.

Sempre po-la mort’esperas,
Mais a morte nunca ven;
¡Coitado! ¿pensas que as penas
Poden matar d’un-ha vez?
Nunca que son coma o ético,
Tras de roer e roer,
Só deixan un corpo cando
Xa non tên que comer n’el.
Cando a yaugua d’as penas
Se reverte n’a copa sin medida,
Soyo é remedio a morte
Para curar d’a vida.

¿Qué lle digo?

—Eu volvo par’a terra,
Á tua muller Antona, ¿qué lle digo?
—Pois, pra non meter guerra,
Por que non veñan á petar conmigo,
Olvidarás que foches meu testigo.
Ô demais… boy â libertade adoito…
Xa sabes o refran, meu compañeiro,
A libertá primeiro,
E mellor que alá bróa, é aquí bizcoito.
—Mais val aquí, coma quen di solteiro,
Que casado e con fillos
Andar alá, sudando aqueles millos…
¡Entendo, compañeiro!
—Que como poida se goberne Antona,
E anque d’ela me doyo,
Como de lonxe nada sey nin oyo…
Quen non sabe, nin ve… sempre perdona.
Cando xa vello sea,
Tornarey c’os meus ósos para a aldea,
Que algo ll’ey de levar â terra nosa:
Mais mentras mozo son, non pode sere
Por que s’é por mullere,
S’é que Antona está alá, teño aquí á Rosa.
—Esa ch’é a nay d’o año
Bon Anton de Riaño,
Pero en verdad che digo
Que as mulleres son toda-l-o enemigo,
E xa qu’esto así o sea,
Antr’a nosa y a allea
Mais ou menos graciosa,
Pois… muller por muller, val mais a nosa.
—A nosa é a que nos quer e nós queremos
Que si falta o cariño
Coidando que un-ha pomba tés n’o niño
Un-ha cróbega tés, filla d’os demos.
—Â cróbega a cabeza se ll’esmaga
E c’o a sua vida paga.
¿Mais d’Antona a pacencia,
Con que lle paga, dime, a tua concencia?
¿Que cura d’o seu dor á fonda llaga?
—Deixate de concencias e delores
Que non teñen lugare
Tratando de mulleres e d’amores.
Qu’ela vexa, se quer, de se curare:
E cóntalle que cando eu o tibere
Xa lle darey con que se precurare,
Y agora, ¡adios! ¡hastra que Dios quixere!

Teño un niño de tolos pensamentos,
Ond’o lar escondidos,
E des que ven a noite
Y o lume esta alcendido
E arrimo o pote y á fiar me sento,
N’aquel meu corrunchiño,
Mentras que quence o caldo, estonces dígolles
—¡Vinde, meus queridiños!
E corren e rebuldan
Tan contentos d’estar soyos conmigo,
C’a sua nay, sua dona,
Seu unico agarimo.
E ¡canto alí falamos en secreto,
E sempre d’él Dios mio!
D’él que por irse alá… soya deixoume
C’o corazon ferido.
¡Cantas tristezas, cantos
Queixumbrosos sospiros,
M’atormentaron, cantos
D’o meu peito sairon!
Pero todo en sacreto
Qu’esto á ninguen llo digo,
Non foran á pensar que marmuraba
D’os feitos qu’él me fixo.
¡Eu, marmurar de tí con xent’allea!…
Nunca, meu queridiño,
Que ti és meu home eu tua muller e debo
Calar a miña dor y os teus desvios.
Sô c’os meus loucos pensamentos falo
Por que son meus amigos
E tan discretos… tanto,
Que só din o qu’eu quero e lles premito.
Sin eles, meu Xaquin, ¿que de min fora?
¿Soya aquí, dond’un tempo houben contigo
Estalar de dor, tal com’estalan
N’o lume eses espiños?
Moitas veces, sí, moitas…
Pra nou deixarme descansar, ¡rabisos!
Antr’o meu leito veñen
E donde ti dormiche fan o niño,
Mais eu, tal com’agora
Pra non chorar á fio
E non ter que levar mañan de cedo
Os ollos coma brasas alcendidos
Cando vaya ô mercado,
Seilles decir ¡endinos!
Non m’atormentés mais, ide á escondervos
N’o voso buratiño.
E despídoos de paso
Con un amante bico…
Mais si llo dou á eles, ese beixo
É para tí tan só, Xaquin querido.
¡Volve, volve onda min, porque anque diga
Que consolada vivo
Con estos loucos pensamentos, seica,
Seica m’axudan á morrer, Dios mio!
Xaquin, Xaquin, que de muller naciche,
E que d’outra muller tiveches fillos,
¡Ay, cal teu pay sin tua nay morrera,
Ve que morro sin tí, Xaquin querido!

Basta un-ha morte

Cala can negro, n’oubees,
 porta de quen ben quero,
Corvos, non voés por riba
D’o sobrado ond’está enfermo.
C’o teu resprandor compaña,
Baite, non lle poñas medo.
S’é que queres que alguen morra,
Eu sey d’un san que contento,
Por él déravo-l-a vida
E irá con vosco ôs infernos.

As torres d’oeste

A yaugua corria
Po-lo seu camiño,
Y eu iba ô pé d’ela
Preto d’os Laiños,
Sin poder c’as penas
Que moran conmigo.

Con tamaña carga,
¿Para dond’eu iba?
A Virxe sabrayo,
Qu’eu no-no sabia;
Mais seica fuxindo
De min mesma iña.

Por antr’os herbales,
Profunda e sombrisa,
Cal un-ha sarpente
D’escamas bruñidas,
Brilaba ôs meus ollos
Dándome cobiza.

¡Estaba tan soya!
Nin bote, nin lancha,
Nin velas, nin remos,
A vista alegraban,
E soya-l-as veigas
Tamén se quedaran.

¡Qué bonitas eran
N’outro tempo as rosas,
Que n’aqueles campos
Medran e s’esfollan!
Mais muchas estonces
S’amostraban todas.

Y o sol, cal a lua
En noite de brétema,
Brilaba tembrando
Por antr’as vimbieiras,
Tan descolorido
Com’a mesma cera.

Y ô ferir as ondas
Revoltas e oscuras,
Víanse n’espeso
D’a negra fondura
As herbas marinas
E longas que a surcan.

De pronto un-ha y outra
Poñéndome medo,
As loitosas cruces
Se m’apareceron,
Que s’erguen n’orela
Cal n’un cimiterio.

Meu ben, ¿onde moras?
Perguntey chorando:
Xa que tí morreche,
N’o mundo, ¿qué fago
Coma vos, ¡ou torres!
Soya e sin amparo?

Soidás me consomen,
Vagoas m’alimentan,
Sombras m’acompañan,
Cómem’a tristeza.
¡Quen pode con tanta
Fartura de penas!

Y eu non sey que negra
Tentazon maldita
M’afrixeu o esprito,
M’anubrou a vista,
E sorreume como
M’o demo sorrira.

Dend’a fond’orela
Mirey arredore…
A marea viva
Petaba n’as torres,
Orfas antr’a líquida
Saban que as embolve.

—¡Alá vou!—lles dixen
—Daime morte doçe,
Auguas ond’as penas
Para sempre dormen…
Saltey… y a corrente
Calada levoume.


¡Ou Torres d’Oeste!
Malas tentadoras
Auguas apromadas,
De calma treidora,
Cómaros pelados
Onde o corbo pousa;

¡Ou Torres d’Oeste!
Tan soyas e mudas
C’a vos’ atentaches
A miña tristura.
Ningun triste vaya
Cabo de vos nunca.

D’os desamparados
Tendes o menaxen,
Y ainda ô redor voso
Non rexorde o aire
Coma si temese
De vos despertare.

É d’as que s’apegan
A tristeza vosa,
D’as que o peito oprimen,
D’as abrumadoras,
Que ô inferno encamiñan
As almas loitosas.

Que s’inda estou viva
Foy que un mariñeiro
Medio morimunda,
Por estes cabelos
Trouxome d’as ondas,
Ô mundo en que peno.

Non vayades nunca
Eu vo-l-o aconsello,
Âs Torres d’Oeste
C’o corazon negro.

¿Por qué?

—¡Escoita! os algoasiles
Andan correndo a aldea,
Mais, ¿como pagar, como, s’un non pode,
Inda pagá-l-a renda?

Embargarannos todo, que non teñen
Esas xentes concencia, nin tên alma.
¡Quedaremos por portas!
¡Meus fillos d’as entrañas!

¡Mala morte vos mate
Antes de que aquí entredes!…
¡D’os probes, ô sentirvos,
Os corazos, cal baten tristemente!

María, se non fora
Porque hay un Dios que premia e que castiga,
Eu matara eses homes
Como mata un raposo á un-ha galiña.

¡Silencio! ¡Non brasfemes,
Qu’este é un valle de lágrimas!…
¿Mais porque á alguns lles toca sufrir tanto
Y outros a vida antre contentos pasan?

De soidás morriase,
N’a vila sospirando po-la aldea,
Asombrábana as casas c’os seus muros
E asombrábana as torres e as igrexas.

As ruas enlousadas, somellábanlle,
Sin verdor nin frescura,
Cimeterio ond’os mortos
Fora andaban d’as tristes sepulturas.

Y as comidas sabíanlle
Á fariña sin sal y á xaramagos,
Y as poucas que tocaba
En vez de dárll’alento a iñan matando.

Algun-ha vez chegaban hastra ela,
Non sey s’en ilusion se de verdade,
Uns agrestes olidos
De leixanas ribeiras e pinares.

Iñas’estonces a sentar n’un alto
Contempraba os estensos horizontes,
E rompendo en sospiros que a afogaban,
Ronca escramaba saloucando:—¡Eu voume!

¡E íñase á presa e sin remedio!… ¡Íñase
C’a tristeza mortal que a consumía!
Íñase a probe Rosa,
Pero… ¡par’a outra vida!

Pois consolate, Rosa,
Que moito ten que padecer n’a vida,
Quen moito d’ela goza,
E olvidada ha de ser quen foy querida,
O que á tí che pasou, pasalle á todos
D’esa maneira ou de distintos modos.
¿Non t’acordas d’aquela?
Todo n’ela era encanto e fermosura
Todo inocencia pura;
E con fonda ternura
E c’un amor que as pedras abrandaba,
Eu decote, a chamaba
Pomba sin fel, e fonte de cariño.
Bebia n’o seu peito o paxariño,
¡Tan branco, relumbraba!
Y olor, color, sabor, qu’eu ben sabia
Ô que sabia Anxela,
Anque n’inda á cheirala m’astrevia…
¡Todo ôs meus ollos era santo n’ela!
Esto n’un tempo foy, tempo dichoso,
Que inda o corazon lembra cariñoso,
Por que despois d’aquelo
E que un d’outro vivimos apartados
Ela indose á Ferrol y eu á Cambados,
Topámonos n’a feira d’o Campelo,
Y eu busca que te busca n’a sua cara,
E no seu xeito todo,
O encanto que n’un tempo m’encantara,
E n’o poiden topar de ningun modo.
Y ela era a mesma, tan lanzal e hermosa,
Tan fresca e colorosa
E doçe coma a mel d’os seus cortiços,
Mais á tantos feitiços,
Eu estaba insensibre
E d’o pasado en vano perseguia
Un volubre fantasma que fuxía
Libre d’amor e de cadeas libre.
Meditey un momento
E con certo remorso e sentimento
Ô cabo comprendin, ña Rosa cara,
Que tanto ben y encanto que namora,
Nada para min fora
S’aló cand’eu a amara
Outros o meu amor non ll’emprestara.
Porque, non val sabencia,
Bondade, fermosura, n’inocencia,
Pureza, nin virtude,
Para ser ben querido e ben querere
Por que o basta c’o sere.
Mentras o amor non mude
S’és fea, coma tí, n’habrá mullere
De mayor xentileza e mellor pranta;
S’és infame e perdida, serás santa
D’as que o son sin querelo parecere;
E s’és boba e sin sal, é qu’escondida
Tès a esencia y a gracia bendecida
Dentro d’un misterioso relicario
Donde sô, o amante cego e visionario
A esencia atopa y o elisir d’a vida.
Mais des que o amor quere voar, ña prenda,
E que lle cay a venda,
Forza é deixalo ire,
Que n’hay virtude nin poder que o prenda,
Y o que antes nos mirou tras d’un-ha nube,
Ou trasparente gasa,
Des que a gasa se rompe e a nube pasa,
Rosa, val moito mais que no-nos mire.

C’a pena ô lombo

¡Cantas frores silvestres n’os valados,
Que festós e qu’encaixes
Primorosos de musgos e verdura,
Que colorido, que folláx n’os árbores,
Mentra-l’as brisas mansamente corren,
Com’alento d’os ánxeles!
Reina n’a veiga un prácido sosego
Cay a luz n’os regueiros en cambiantes,
Y o cómaro, e encañada soavemente
Van querband’o paisaxen
Lixeiramente envolto n’os vapores
D’a misteriosa tarde.
Só se sinte o piar d’o paxariño
O marmurar d’as auguas
E n’a cima d’o monte o cantar triste
D’un-ha muller que pasa.
Mentras c’o seu marmurio o manso rego
N’aquel ritmo monotono a acompaña.
¡Que tristeza tan doçe!
¡Que soidá tan prácida!
¡Mais para un alma en horfandá sumida
Que soidá tan deserta e tan amarga!

Sin mirar, fixa os ollos
N’as brétemas leixanas
Vaporosas e leves
Que o sol pinta de grana,
Y as mans en cruz, y os ollos
Arrasados en vagoas
Marmura saloucando:—¡Querom’ire!
Porque agonizo aquí desconsolada…
Millor que acá antre rosas
¡Ay! ¡quero ir á morrer á dond’el vaya!
E no fondo d’o barco
Soiña abandonada
Tras seu amor y a morte, para América,
Para morrer de dor, ô mar se lanza.

Tan soyo

Os dous d’a terra lonxe
Andamos e sufrimos ¡ay de min!
Mais ti tan soyo te recordas d’ela,
Y eu, d’ela e mais de ti.
Ambos errantes po-lo mundo andamos
Y as nosas forzas acabando van,
Mas ¡ay! tí n’ela atoparás descanso
Y eu tan soyo n’a morte o ey d’atopar.